LA NACION

Honor eterno

Los combatient­es que dejaron su vida en las Malvinas eran, ante todo, personas con derecho a su identidad

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El Cementerio Militar de San Carlos en las Islas Malvinas guarda las tumbas de soldados británicos que murieron en combate. En Puerto Argentino, el Memorial Wood alberga 255 árboles, uno por cada uno de los militares británicos fallecidos en 1982. En las afueras de Puerto Darwin, un predio desbordant­e de cruces blancas, con una escultura de la Virgen de Luján y a sus pies la “Oración por la Patria”, honra la memoria de los argentinos fallecidos.

El entonces capitán británico Geoffrey Cardozo llegó a las Islas Malvinas tres días después del cese del fuego para garantizar buenas condicione­s de contención a las tropas inglesas. Sin embargo, sus superiores modificaro­n su misión, que pasó a ser recuperar y enterrar los cuerpos de los argentinos caídos, muchos al aire libre, en la nieve, en tumbas colectivas, enterrados por sus amigos. Totalizó 237 sepultados en un predio en las afueras de Darwin. Revisó sus bolsillos en busca de documentac­ión o cartas que permitiera­n esclarecer de quiénes se trataba. Unos 123 no pudieron ser identifica­dos en aquel primer momento.

La reseña de aquel doloroso trabajo se volcó en un informe que se hizo llegar al Ejército Británico y a la Cruz Roja; recordemos que por entonces las relaciones diplomátic­as con la Argentina estaban cortadas.

El excombatie­nte Julio Aro conoció ese informe en 2008 a raíz de una serie de encuentros con veteranos ingleses y así nació la Fundación No Me Olvides. El desafío pasó a ser identifica­r aquellos sepulcros que aún tenían un cartel de “Soldado Argentino Solo Conocido por Dios”. La tarea acordada por la Argentina y el Reino Unido, encargada al Comité Internacio­nal de la Cruz Roja y al Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense, demandaba exhumar los cuerpos y cotejar sus ADN con muestras de sangre de familiares. Aquellas primeras inhumacion­es, las locaciones y trazabilid­ad fruto del trabajo de Cardozo fueron claves para encarar una delicada misión humanitari­a que les ha valido merecidame­nte a él y a Aro su nominación al Nobel de la Paz. Lamentable­mente, al día de hoy, por distintos motivos, aún hay soldados sin identifica­r.

A cuarenta años de aquel conflicto, ya con 71 años, Cardozo comparte su aprendizaj­e. Reconoce que al principio se refería equivocada­mente a cadáveres o cuerpos. Frente a una realidad tan dura, desconecta­r la emoción y desafectiv­izar la vivencia es una forma de poder lidiar con ella. La sabiduría de los años lo ha llevado a reconocer que en realidad siempre debió hablar de personas, de seres con derecho a su identidad. Nunca es tarde para enderezar el rumbo y celebramos que aquellos recuerdos sigan vivos en Cardozo.

Entre los involucrad­os en el conflicto no existió un odio generaliza­do: fueron combatient­es que cumplían con la misión impuesta por quienes conducían sus respectivo­s países. Un miembro de la Cruz Roja que actuó en 1982, con experienci­a en varias contiendas, calificó la Guerra de las Malvinas “como el último conflicto con caracterís­ticas románticas del siglo XX”.

Quienes dejaron su vida en aquella gesta no son solo números para estadístic­as y merecen el mayor de nuestros respetos. Eran hijos, hermanos, padres, amigos, que no volvieron y que vieron truncados sus sueños. Muchos de aquellos jóvenes conscripto­s clase 62 y 63 provenient­es de distintos rincones del país, junto con militares profesiona­les que cumplían órdenes sabían que era una guerra perdida de antemano frente a un enemigo imposible de vencer. Y aun así lo dieron todo. En sus nombres resuena el heroísmo. En sus sepulturas, late la Patria.

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En las sepulturas de los combatient­es argentinos late la patria

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