LA NACION

“busco salir de las cenizas, quiero cambiar las pieles”

Era uno de los estandarte­s del selecciona­do argentino, jugó en la NBA y pasó a estar “debajo de un puente”; hoy, tras lesiones y dos años de malas decisiones, intenta recuperar su espacio

- Texto Diego Morini

Temprano, muy temprano. Cada día comienza igual para él. No puede perder tiempo, no se permite detenerse. Siente que la energía que tiene es el combustibl­e para renacer. Tiene el cuerpo amoratado. Demasiados golpes en dos años. De subcampeón del mundo en 2019 a estar “debajo de un puente”, cuenta con una sonrisa. Patricio Garino, uno de los estandarte­s de la selección de la Argentina, el muchacho que pasó por San Antonio Spurs y Orlando Magic, que dejó su marca en Baskonia, hace casi dos años que no puede sentirse pleno. Las lesiones, las presiones, las malas determinac­iones, los miedos lo pusieron en un lugar inédito: no tiene club para jugar en la próxima temporada.

Su vida hoy transcurre entre entrenamie­ntos intensos para volver a jugar y la atención sobre su empresa de venta de empanadas en España [“Cachito Mío”]. Trabaja cada mañana con un preparador físico (el español Carlos Martínez). Dos horas en el gimnasio, una hora y media de técnica individual, más media de lanzamient­os al aro. Y un par de veces por semana, por las tardes, lo atiende Paulo Maccari (su fisioterap­euta). Cada tanto mantiene contacto con Yolanda Santiuste (bióloga), que sigue de cerca su alimentaci­ón.

Esa es su hoja de ruta para volver a estar adentro de una cancha.

Arriesgó su físico para estar en Tokio 2020 con la selección, ya que no estaba bien recuperado de su lesión de ligamentos de la rodilla derecha por la que fue operado en noviembre de 2019. Pasó por Lituania antes de los Juegos y allí tampoco encontró su mejor forma. Después de la cita olímpica tomó la determinac­ión de ir a Francia para jugar en Nanterre 92, pero su experienci­a allí no fue la mejor: su deseo por jugar y el temor por no saber qué hacer sin equipo, lo traicionar­on. Garino, a los 28 años, está parado hoy en otro lugar, pero en la charla con la

se permite contar cada detalle nacion de este proceso en el que hasta se “peleó con el básquetbol”.

–¿Cómo se hace para seguir adelante?

–La verdad que es como reencontra­rse con uno mismo. Busco salir de las cenizas, quiero cambiar las pieles. Esto que me pasa es algo que se volvió recurrente por mi vieja lesión del cruzado, no tuve una buena recuperaci­ón apenas me operé, unos meses antes del arranque de la pandemia. En ese momento era cuando más ayuda necesitaba, hacer trabajo en la cancha y en el gimnasio, pero me agarró el confinamie­nto. Así que estuve varios meses solo, haciendo trabajos con una camarita, con un fisioterap­euta del otro lado y un par de pesitas. Eso no fue lo más óptimo. Desde ahí comenzó una seguidilla de situacione­s que, por no tener una buena rehabilita­ción, por el apuro, por la presión, por jugar, por el club o por la selección o por otras cosas, sigo teniendo problemas hoy. Por eso tomé la determinac­ión de frenar, de empezar de cero y de hacer bien las cosas.

No se detiene. “Fue una determinac­ión compleja haber seguido pese a no estar tan bien. Me doy cuenta de que hay muchas cosas que no tendría que haber hecho o debería haberlas hecho de otra manera. Y la verdad es que un poco me arrepiento. En su momento me daba bronca, pero entiendo que también se aprende de los palos y se aprende de verdad. Entonces, este tiempito que me tomé para volver a la Argentina, algo que no hacía desde antes del Mundial de China, me sirvió para renovar energías con la familia y amigos. Por suerte puede estar con todos los afectos, volví a ver partidos y la gente me hizo recordar por qué soy jugador de básquet.

–¿Cuáles son esas cosas en las que sentís que no acertaste y te complicaro­n más con las lesiones?

–Hay dos cosas puntuales que me parece que las podría haber encarado de otra manera. Una fue Tokio, que quizá yo no estaba al 100% para hacerlo. Desde un primer momento sabía que era un riesgo para mí ir a esos Juegos Olímpicos, pero no era sencillo decir que no por lo que significa la selección para mí, por cómo estaba físicament­e y por lo que representa­ba para mi futuro. Y la otra, después ir a Tokio, de desgarrarm­e el isquiotibi­al, decidí ir al Nanterre 92 y entiendo que fue un error. Ahí me ganó un poco la presión, la incertidum­bre y la inexperien­cia de estar sin equipo, no saber qué hacer. Entonces, eso me puso en este lugar. Y hoy mi vida está un poco en el aire. Porque sí, en la Argentina tengo mi casa, pero yo estoy en Madrid por mi recuperaci­ón y si bien tengo a mis viejos acá y a mi mujer, uno necesita un montón de ayuda de diferentes profesiona­les en un proceso como el que estoy viviendo. No puedo hacerlo en la Argentina, porque hay muchas distraccio­nes para mí, no hay, lamentable­mente, la misma infraestru­ctura que en Europa, entonces tuve que tomar la determinac­ión de venir a España. Y en este contexto, logré entender que no pasaba nada si no aceptaba ir a Francia.

–¿Necesitast­e hacer terapia?

–Muchísima. Es algo que me ayudó a salir de estos pozos mentales que tuve y me ayudó a navegar estas aguas turbulenta­s en las que estoy. Mantenerme emocionalm­ente estable durante todo lo que me tocó vivir fue fundamenta­l.

–En 2019 fuiste subcampeón del mundo, una de las figuras de la selección y ahora estás sin equipo, ¿cómo te pesa eso?

–Es raro, quizá todo eso me pesó en la determinac­ión de ir a Francia. Hoy mi realidad es completame­nte diferente, hoy tengo un objetivo, lo visualizo y mi cuerpo me está ayudando a llegar a ese lugar. Ya estoy dejando los dolores atrás. El isquiotibi­al que era lo que más me complicaba, ya llevo un mes trabajándo­lo y no tengo problemas. Veo la evolución.

–¿Estás trabajando para corregir la mecánica de los movimiento­s?

–Exacto, pero no estoy trabajando específica­mente sobre uno u otro en particular, sino en general. Como si se tratase de destrabar la cabeza y que sea el inconscien­te el que juegue. No estar atado a pensar en la lesión, leer las acciones defensivas u ofensivas sin más vueltas. Volver a jugar. Tan simple y complicado.

–Cuando decís que tenés un objetivo visualizad­o, ¿cuál es?

–Se puede dar o no, porque no depende de mí, pero me gustaría estar en las ventanas de FIBA de fines de junio (para jugar con la selección ante Venezuela y Panamá, como visitante). La verdad que es algo que veo muy posible. Lógicament­e, eso está fuera de mí, porque no puedo decir voy o no voy. Me tienen que convocar para eso. Siempre prioricé a la selección y no creo que alguien deba estar por un nombre. Mi objetivo es ese y le apunto a eso.

–¿Lograste ya no desesperar­te por conseguir un equipo?

–En la mayoría del tiempo logro hacerlo, pero no es tan fácil lidiar con eso. Cuando estoy jugando uno contra uno, que estoy haciendo movimiento­s de memoria, que me siento bien con lo que hago, me entra la ansiedad de volver a jugar, que era algo que no me pasaba. De volver a estar dentro de la cancha, de integrar un equipo… De mirar partidos…

–¿Estabas peleado con el básquet?

–Y un poco sí, aunque debo ser sincero que nunca fui el mejor amigo de mirar tanto básquet. Pero sí que me dolía mirar un partido y no sentirme capaz de hacer lo que veía en la TV. Pero ahora cuando veo la Liga ACB, por ejemplo a Nico [Laprovitto­la], que está en el medio de una cancha repleta y compitiend­o, me dan ganas de estar ahí. Incluso, cuando veo a otro de mis compañeros de la selección, jugar en sus equipos, me pasa lo mismo. Entonces, eso me motiva, porque me siento capaz de estar en esa circunstan­cia.

–¿Están tus compañeros detrás de esta motivación?

–En situacione­s de tratar de ayudar a otro, miramos cuándo y dónde aparecer. Respetamos el momento mental de cada uno. Lo bueno es que hoy se tomó mucha conscienci­a de lo que implica la salud mental y sacarle presión al otro es algo bueno también. Entonces saber correrse es bueno.

–Tener otra actividad, como administra­r locales de gastronomí­a, ¿te ayudó a descomprim­ir un poco la incertidum­bre de no saber qué hacer?

–Sin duda, pero además porque no es sólo un proyecto mío, sino que está involucrad­a toda mi familia. Se dio en el momento justo por comenzó cuando yo recién estaba operado de la rodilla, aunque hoy ya es toda una responsabi­lidad, como la que implica toda inversión. Es algo que me gusta mucho y me veo en el futuro dedicándom­e a esto. Estar en tareas administra­tivas, con los números, el marketing, todo esto me dio una vida diferente. Me puso las cosas en perspectiv­a, me demostró que soy capaz de hacer otra cosa. Porque un poco mi incertidum­bre pasaba por ese lado, porque me planteaba: “Bueno, dejo el básquet y ¿qué carajo hago?”

–Y es una actividad que creció mucho para vos.

–En dos años ya tenemos cinco locales y una fábrica propia en la que elaboramos todos nuestros productos. Queremos abrir tres o cuatro locales más este año. Las cosas vienen bien. Las empanadas en España están en auge total. Así que corremos un poco contrarrel­oj para instalar todo lo que pretendemo­s. Y nos sorprendió un poco, porque lo tomamos como un aprendizaj­e y hoy es una realidad. Tenemos locales en el norte, en Victoria hay tres y está la fábrica, tenemos otro en Logroño y uno en Bilbao. Ahora queremos irnos a Durango, San Sebastián, Pamplona… Estoy muy enganchado con eso.

–Hoy, cuando proyectás, más allá de encontrar un equipo, ¿pensás en jugar en un lugar en particular?

–No tengo la cabeza puesta en querer ir a tal o cual equipo, aunque sí mi objetivo está en mantenerme en España, por lo que es la liga, por conocerla, porque me conocen. Es más fácil estar en un lugar en el que la comunicaci­ón es por el mismo idioma, tengo a mi fisio en el mismo país, todo se hace más fácil. Siento que si logro quedarme en España sería dar otro paso más en mi carrera, porque poder volver a una liga tan reconocida, es algo que me ayudaría muchísimo. No me apuro, pero no me detengo y eso me hace bien.ß

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