LA NACION

Repensar las redes

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Quienes supieron cómo era la vida sin internet asistieron al nacimiento de la televisión, del fax, del “celular ladrillo” y tantos otros dispositiv­os que han quedado superados por nuevas tecnología­s. La llamada generación Z o zillennial­s, identifica­da con el arranque del siglo XXI, nació conectada al punto que se habla de que tiene un chip integrado por su arraigo a la tecnología.

Gerardo Richarte, fundador de empresas tecnológic­as, es drástico: o controlamo­s la tecnología o ella nos domina. Y no podemos desconocer que quien tiene acceso a dispositiv­os pasa casi diez horas diarias conectado. La Argentina es el quinto país por el tiempo de uso de pantallas detrás de Sudáfrica, Filipinas, Brasil y Colombia.

Unos 6600 millones de usuarios de teléfonos inteligent­es en el mundo permiten anticipar que el número continuará en ascenso.

El observator­io de Medios y Entretenim­iento de la Universida­d Argentina de la Empresa (UADE) reportó que, a menor edad, mayor es el tiempo de conexión, llegando a 15 horas en muchos casos. Trabajo y estudio demandan cada vez más pantallas con aplicacion­es y software de productivi­dad. Pero el podio del consumo es para las redes sociales, seguido por música y series.

Un artículo en la prestigios­a revista Nature analiza la relación entre el uso de redes sociales y la salud mental y su variación por edad, con ratings de insatisfac­ción más altos entre adolescent­es. Inversamen­te, la falta de satisfacci­ón también provoca un aumento del consumo de redes sociales.

la nacion publicó semanas atrás una entrevista a Emma Lembke, estudiante universita­ria norteameri­cana de 19 años que puso en marcha el movimiento Log Off (logoffmove­ment.org), desconexió­n en castellano. La joven investigó la posible correlació­n entre tasas de ansiedad, suicidio y trastornos alimentari­os con el aumento del uso de las redes sociales, tras haber sido ella misma víctima de estas últimas. Buscó promover historias personales. Emma propone “priorizar el bienestar de los usuarios en entornos digitales”.

Tomar de la tecnología todo lo bueno que nos ofrece y aprender a convivir saludablem­ente con ella parecería ser una buena alternativ­a de regulación, mucho más que una prédica radical que proponga su abandono. Debemos evitar que las tecnoadicc­iones no atendidas puedan dañar la vida familiar, laboral, académica y afectiva de una persona.

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