LA NACION

Así murió mi padre

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Lo que no sabe Alberto Fernández es que mientras él hacía las fiestitas en Olivos, mi padre, Alfredo, y miles de enfermos de Covid más morían en los sanatorios atados con correas con velcro a la estructura de sus camas. Así encontré a mí padre no bien pude visitarlo en la habitación donde pudimos internarlo. Sedado y atado a la cama por su propio bien, ya que por protocolo de Covid no se permitía que familiares los acompañara­n y no había disponibil­idad de enfermeros que estuvieran las 24 horas con ellos, como sí lo podrían haber hecho sus familiares. Los mantenían atados ya que en su estado de sedación podían intentar sacarse las mascarilla­s de oxígeno y morir en minutos. Mi hermano y yo tuvimos la suerte de acompañar a nuestro padre las 24 horas de los 11 días de agonía, hasta su muerte. Debido a que tenía un certificad­o de discapacid­ad por el Alzheimer que padecía, la ley nos lo permitía. Otros no tuvieron esa posibilida­d. Este mensaje viene al caso ya que Alberto nunca tomó conciencia de su error de la fiestita de Olivos. Nos tomó el pelo y no le importaron todas esas muertes de personas que se merecían una muerte digna. La gente ignora todo esto, porque nadie pudo verlos, como tampoco pudo velarlos ni enterrarlo­s. Con mi hermano lo vimos y despedimos en la vereda por la buena voluntad del chofer del furgón de la funeraria, que abrió la puerta corrediza y el cierre de la bolsa plástica negra en la que era transporta­do su cuerpo. Por eso me indigna tanto la hipocresía e indiferenc­ia del Presidente, soplando las velitas de cumpleaños de su mujer en la fiestita de Olivos... Y además, tuvieron el descaro de retirar las piedras con el nombre y la fecha de muerte escritos en ellas de cada familiar muerto por Covid, llevadas por sus familias, con el mayor de los respetos, a la quinta de Olivos y a la Plaza de Mayo. Esas piedras de alguna manera representa­ban la lápida de cada muerto. Las retiraron con bronca, y como si retiraran escombros de una obra en construcci­ón. Vaya a saber cuál habrá sido el paradero de esos volquetes con ese gran tesoro de tantos argentinos.

Mi padre fue médico oncólogo y dedicó su vida a tratar el cáncer y salvar la vida de miles de pacientes, y terminó muriendo de una manera espantosa. No se merecía eso y menos que el Presidente se burle de él y de tantísimos argentinos más. Ojalá que esto que he narrado sirva para que ese delito no quede impune o archivado por el pago de monedas...

Alfredo Caubarrere moanablue2­012@gmail.com

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