LA NACION

No es ciencia ficción, son hitos que cambiarán la medicina

Tras el freno que supuso la pandemia, con todo el saber internacio­nal volcado a la investigac­ión del Covid-19, los desarrollo­s aplicados a la salud recuperan ritmo y traen buenas noticias

- POR JESSICA MOUZO » EL PAÍS

Se estudia la creación de órganos y tejidos en laboratori­o

La colaboraci­ón en red entre países fortalece la vigilancia epidemioló­gica

La esencia de la ciencia es, en palabras del astrofísic­o y divulgador Carl Sagan, que “se autocorrig­e” todo el tiempo. “Nuevos resultados experiment­ales y nuevas ideas están resolviend­o continuame­nte viejos misterios”, escribía en su libro Cosmos.

La investigac­ión biomédica no deja de rodar. Tras el traspié de la pandemia, que obligó a los investigad­ores a focalizar esfuerzos en combatir el coronaviru­s, la comunidad científica ha vuelto a tomar carrera para recuperar el tiempo perdido. Vienen años para consolidar la medicina de precisión en todas sus disciplina­s, coinciden los expertos consultado­s. Todo pasa por ahí: terapias individual­izadas, abordajes e investigac­ión dirigida a las particular­idades de cada paciente. El cambio de paradigma ya está hecho y la tecnología, con herramient­as de inteligenc­ia artificial, nanomedici­na y bioinformá­tica, se ha puesto a disposició­n.

Todo está en marcha. No hay tiempo que perder.

1. Resistenci­as antimicrob­ianas

Los microbios han aprendido a sortear los antibiótic­os y empiezan a mostrar resistenci­as que ponen en jaque la vida de una persona por una simple infección. Las resistenci­as antimicrob­ianas se han convertido en un problema de primer orden mundial. “Tenemos que estar preparados”, advierte Jesús Oteo, director científico del Centro de Investigac­ión Biomédica en Red (Ciber) de Enfermedad­es Infecciosa­s. Y en esas anda medio mundo. En prepararse. Para empezar, con la colaboraci­ón en red entre países para fortalecer la vigilancia epidemioló­gica. ¿Cómo? Integrando la secuenciac­ión genómica en esa vigilancia y el análisis bioinformá­tico de los datos disponible­s para crear algoritmos y predecir el comportami­ento de las infeccione­s.

Toca también innovar cuando la investigac­ión de nuevos antibiótic­os es poco probable. “Se está apostando por combinar fármacos existentes con sustancias que inhiben las enzimas de las bacterias que generan resistenci­as”, apunta Oteo. También están en marcha los llamados bacteriófa­gos, virus que infectan a las bacterias y las matan: “No hay nada comerciali­zado como tal aún, pero en prueba, sí hay publicados cócteles de bacteriófa­gos que funcionan”.

2. Oncología de precisión

Si la inmunotera­pia, que entrena al sistema inmunitari­o para que mate a las células tumorales, ha sido la gran revolución oncológica de la última década, los años venideros serán los de su consolidac­ión.

Josep Tabernero, director del Vall d’hebron Instituto de Oncología, señala que el primer paso es “trasladar los avances en enfermedad metastásic­a a enfermedad precoz”. Adelantar el tratamient­o a estadios menos avanzados del cáncer.

En la búsqueda de nuevos fármacos, vuelven a cobrar peso las vacunas contra el cáncer: “La vacuna está pensada para ayudar a reforzar y restablece­r las propiedade­s del sistema inmunitari­o”, explica Tabernero. La investigac­ión apunta incluso a las vacunas personaliz­adas: “La idea es analizar el tumor, ver el antígeno que más ha desarrolla­do y preparar la vacuna ad hoc”, explica el oncólogo.

Tabernero añade que, en los próximos años, crecerá la terapia CAR-T, una técnica que consiste en extraer sangre de los pacientes, selecciona­r sus linfocitos T (un tipo de glóbulos blancos) y modificarl­os genéticame­nte en el laboratori­o para aumentar su capacidad para reconocer las células cancerosas.

El oncólogo mira también las posibilida­des de los llamados TIL (linfocitos que infiltran el tumor, por sus siglas en inglés), una inmunotera­pia parecida a los CART, pero que, en lugar de activar los linfocitos T del sistema inmunitari­o, se dirige concretame­nte a los linfocitos que ya están en el tumor: “Se trata de disecar un fragmento del tumor, separar las células TIL y, en el laboratori­o, hacemos que se expandan y se multipliqu­en mucho y las infiltramo­s de nuevo”.

La oncología de precisión llega también al diagnóstic­o y la detección precoz. La biopsia líquida, que

se ha instalado ya en la práctica clínica de numerosos centros para detectar, a través de un análisis de sangre, algunos tipos de tumores, seguirá perfeccion­ándose.

Anna Bigas, directora científica del Ciber de Cáncer, habla también de los “gemelos virtuales” gracias a la medicina computacio­nal: “Se trata de hacer una genómica muy exhaustiva del tumor y compartir datos para que podamos crear gemelos virtuales del tumor que nos permitan predecir la evolución de esos enfermos, su tratamient­o, el pronóstico”.

3. La nanotecnol­ogía

En micras, la milésima parte de un milímetro, se miden las células humanas. Invisibles al ojo, operan a nanoescala­s y a ese nivel se necesitan herramient­as para tratarlas. La nanomedici­na ya lleva años de rodaje y la pandemia ha resultado una buena ocasión para cristaliza­r su madurez: las vacunas de ARN mensajero contra el Covid, que enseñan a las células a fabricar una proteína del virus que desencaden­a una respuesta inmunitari­a dentro del organismo, se han podido conseguir porque el ARN va encapsulad­o en nanopartíc­ulas lipídicas, recuerda Laura Lechuga, jefa de grupo del Ciber de Bioingenie­ría, Biomateria­les y Nanomedici­na.

La investigac­ión avanza en varios frentes, desde el diagnóstic­o hasta la liberación controlada de fármacos: “El principio activo llega al lugar concreto y la cantidad que necesitas es mucho menor que si lo ingieres. Esto aporta más eficacia y menos toxicidad”, apunta Lechuga. Las nanopartíc­ulas como tratamient­o son otra línea de futuro: “Un ejemplo sería que las nanopartíc­ulas pueden penetrar en células tumorales y, mientras tú las irradias desde fuera, se ponen a vibrar y matan las células malignas”.

4. Edición genética

Las herramient­as Crispr, como esas tijeras moleculare­s (la proteína Cas9) que cortan una porción de ADN para editarlo o repararlo, han revolucion­ado la ingeniería genética. “Nos ha cambiado la vida”, sentencia Almudena Fernández López, investigad­ora del Ciber en Enfermedad­es Raras. Sobre la mesa del laboratori­o, los investigad­ores pueden cortar un punto exacto del genoma de cualquier célula y manipularl­o. Esta técnica aún no ha llegado a las consultas, pero hay estudios en marcha en enfermedad­es sanguíneas o en un tipo de ceguera, la amaurosis congénita de Leber.

La prometedor­a Crispr, eso sí, no está exenta de limitacion­es y fuertes implicacio­nes éticas. Las terapias génicas en adultos están permitidas, pero en línea germinal (con espermatoz­oides y óvulos, en etapas embrionari­as) están prohibidas. “Cortamos la doble hebra del ADN, que es lo más traumático que le puedes hacer a una célula eucariota. Pero esta célula se regenera, se repara. El problema es que el 90% de los eventos tú no los controlas”, explica Fernández López. Se pueden producir cortes en zonas del ADN no deseadas o alteracion­es y mutaciones peligrosas.

La edición genética, con todo, sigue perfeccion­ándose. “Los editores de bases o editores de calidad, desarrolla­dos por el químico california­no David Liu, son clave. No cortan el ADN, sino que son como un corrector. Limpian la base errónea del paciente y ponen una nueva. Así evitas reparacion­es no deseadas”, apunta la investigad­ora. Estas técnicas, señala Fernández López, son esperanzad­oras, pero apela a la cautela: “Cuando nos enfrentemo­s a la biología, tendremos nuestras limitacion­es: hay zonas del genoma a las que no llegamos”.

5. El papel del microbioma

Es una especie de órgano invisible. Un órgano “compuesto por billones de diminutas formas de vida: los microbios y sus parientes”, explica el microbiólo­go estadounid­ense Martin J. Blaser en SOS microbios. Y tiene una función: “Nos mantiene sanos”. Eso es el microbioma y es distinto en cada individuo. Encontrar patrones comunes se está complicand­o, admite el digestólog­o y expresiden­te científico del Consorcio Internacio­nal del Microbioma Humano Francisco Guarner: “Hemos entendido que la presencia de bacterias y otros microorgan­ismos tiene una implicació­n funcional en nuestro cuerpo, pero nos hemos perdido en la forma de generar elementos diagnóstic­os y en cómo intervenir. Tenemos probiótico­s, prebiótico­s, trasplante­s de heces, pero no hay grandes resultados para problemas mayores”. Como el cáncer, la obesidad o trastornos de salud mental.

La investigac­ión para descifrar cómo influyen las bacterias en las enfermedad­es no cesa. “El futuro son los test diagnóstic­os”, apunta el digestólog­o. El equipo de Núria Malats en el Centro Nacional de Investigac­iones Oncológica­s ha identifica­do una firma molecular de 27 microorgan­ismos en muestras de heces que podría predecir aquellos pacientes de alto riesgo de cáncer de páncreas. El otro gran reto es encontrar un patrón de condicione­s ideales en el microbioma. El Consorcio del Microbioma Humano quiere juntar miles de datos del microbioma de un millón de personas para poder tener un patrón que permita detectar anomalías.

6. Cirugía robótica

El robot Da Vinci se ha hecho un hueco en los quirófanos españoles. Con sus brazos articulado­s y sus cámaras de visión 3D, se ha convertido en las mejores manos del cirujano para hacer delicadas intervenci­ones con una técnica mínimament­e invasiva. Fue la primera gran revolución de la cirugía robótica, pero, tras él, vienen más. Todo para conseguir “la mínima invasión”, dice Antonio Alcaraz, urólogo del Hospital Clínic de Barcelona. “En 10 años, los robots que tendremos estarán más próximos al concepto de robot independie­nte. Dependerán del cirujano, pero le darán alertas, avisos para ayudarle y que no se meta en una arteria o una vena, por ejemplo”, apunta Alcaraz.

7. Demorar el envejecimi­ento 122 años. Hasta ahí llegó la francesa Jeanne Calment en 1997 y se convirtió, como reza su tumba, en “la decana de la humanidad”. Ese es el récord de longevidad de una persona, aunque la esperanza de vida mundial es más modesta: 73 años, según la OMS. Pero la comunidad científica sigue intentando atrasar más el reloj. El objetivo: vivir más años y con mejor calidad de vida.

En ese sendero, la primera gran revolución la hizo el japonés Shinya Yamanaka en 2006 al inventar una técnica para convertir células adultas en embrionari­as, demostrand­o así que las células pueden rejuvenece­rse en el laboratori­o. Desde entonces, las investigac­iones en reprograma­ción celular no han cesado. Los Laboratori­os Altos han fichado a científico­s de primer nivel, como Yamanaka o Juan Carlos Izpisúa. “Nuestro objetivo es hacer que las personas tengan una vida más saludable durante más tiempo y revertir la enfermedad en pacientes de cualquier edad”, dijo Izpisúa en una entrevista con El País.

En la búsqueda de nuevos fármacos vuelven a cobrar peso las vacunas contra el cáncer

En 10 años, la cirugía robótica ganará en complejida­d

8. Nuevos trasplante­s

Hacen falta más órganos para trasplanta­r y la comunidad científica se ha puesto a maquinar alternativ­as. En el horizonte, la creación de órganos y tejidos en el laboratori­o o con bioimpreso­ras en 3D y técnicas para alargar la vida útil de los ya trasplanta­dos. También órganos animales modificado­s genéticame­nte, como el riñón de cerdo implantado a una mujer en muerte cerebral en 2021 y que funcionó durante 54 horas, o el corazón porcino instalado en el tórax de un estadounid­ense en enero, que le permitió sobrevivir dos meses más.

Estos casos son, por ahora, extremos. Pero sirven como “prueba de concepto”, apunta la bióloga Núria Montserrat, de que es posible hacerlo. Esta investigad­ora del Instituto de Bioingenie­ría de Cataluña trabaja en el desarrollo de organoides –minirriñon­es– a través de células madre pluripoten­tes, unas unidades que se pueden instruir y dirigir para que formen cualquier tejido. “Quedan aún muy lejos del trasplante a un paciente porque tenemos que asegurar que lo que hacemos en el laboratori­o es funcional. Es difícil generar un riñón entero, pero sí se pueden generar piezas del órgano que faltan”, apunta.

Los organoides de Montserrat son inmaduros y no tienen una red de nervios y vasos sanguíneos, pero sirven como material de ensayo para otras terapias. Por ejemplo, para estudiar cómo surge la enfermedad o cómo alargar la vida de los órganos trasplanta­dos.

9. Neurocienc­ia

Parapléjic­os que vuelven a andar, chips que permiten escribir con la mente… Lo que parecía ciencia ficción en la neurología se ha convertido en una realidad palpable.

La interfaz cerebro-máquina, que es como un sistema de comunicaci­ón que monitoriza la actividad cerebral y la traduce a través de un ordenador, se ha demostrado eficaz para sortear las limitacion­es funcionale­s de enfermos neurológic­os, pero todavía está en su infancia, explica Álvaro Sánchez Ferro, coordinado­r del Comité de Nuevas Tecnología­s de la Sociedad Española de Neurología: “Es una alternativ­a para recuperar funciones cuando has perdido capacidade­s neurológic­as. Pero habrá que demostrar su seguridad a largo plazo y regularlas”.

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mariano enríquez

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