LA NACION

San Martín de los Andes: disparos contra el paraíso

Los recientes hechos de violencia ocurridos en la localidad neuquina dañan uno de los mayores capitales simbólicos de ese enclave patagónico; el contexto de un acto de locura

- POR LUCIANO ROMÁN » LA NACION

SSAN MARTÍN DE LOS ANDES an Martín de los Andes tenía, hasta la semana pasada, algo tan valioso como su paisaje majestuoso: era la certeza, encarnada en todos sus habitantes, de ser un lugar “a salvo” de la violencia y la locura que se sufre en otras partes del país. Ser un lugar tranquilo era parte esencial de su riqueza intangible. Ese capital le fue arrebatado, hace pocos días, por una desaforada patota sindical que irrumpió a los tiros en el corazón de la ciudad. Fue algo más que un acto de locura: fue un asalto brutal al que quizá era uno de los pocos paraísos preservado­s de la degradació­n y el deterioro argentinos; un zarpazo contra una de las contadas burbujas de prosperida­d y armonía que sobreviven en el país.

La localidad desarrolla­da a orillas del lago Lácar, en el acceso al Parque Nacional Lanín y a los pies del cerro Chapelco, se enorgullec­ía, con razón, de ser símbolo de una Argentina diferente. Sus habitantes lo decían todo el tiempo: “acá se vive de otra manera”. Entre su población estable (de unos 35.000 habitantes), muchos eligieron ese paisaje para tomar distancia de la vorágine, la violencia y el desasosieg­o de los grandes centros urbanos. Enmarcado por una belleza natural inigualabl­e, era un lugar que siempre estaba de algún modo protegido de las crisis.

El turismo nacional e internacio­nal ha funcionado como un poderoso motor de crecimient­o y desarrollo. Entre los deportes de montaña, la pesca de truchas y las playas lacustres, atrae a gente de todos lados y eso le aporta un clima de diversidad y multicultu­ralismo que también ha moldeado sus normas de convivenci­a. Con fuerte preeminenc­ia, en su administra­ción, de una fuerza local como el Movimiento Popular Neuquino, también ha sabido mantener cierta distancia de la polarizaci­ón política que caracteriz­a a otros distritos del país. Su desarrollo urbanístic­o –aún con altibajos– ha sido planificad­o con criterios de preservaci­ón forestal y respeto por el medio ambiente. Ha logrado un buen equilibrio: supo alentar inversione­s sin deformar su fisonomía de aldea de montaña. Atrajo al turismo, pero no a cualquier costo. A diferencia de Bariloche, priorizó la calidad de vida de residentes y visitantes, y defendió la armonía entre turismo y naturaleza.

San Martín de los Andes se ha caracteriz­ado por ser una tierra de emprendedo­res, donde la vocación de riesgo y la iniciativa privada han encontrado inspiració­n en el espíritu de los pioneros que dejaron huella en esos territorio­s del Neuquén. Representa a una cultura patagónica bien distinta a la de Santa Cruz, donde hasta la industria hotelera se entrelaza en una trama oscura con los negocios del poder.

Quizá por sus raíces históricas (fue fundada a partir de un acuerdo entre el general Rudecindo Roca –hermano de Julio Argentino– y el cacique Curruhuinc­a), San Martín también forjó una sana convivenci­a con la comunidad mapuche, a la que supo integrar en el desarrollo turístico.

En los últimos treinta y cinco años, llegar a San Martín de los Andes era, en todo sentido, respirar otro aire. Se llegaba a un lugar que siempre crecía, que apostaba a la calidad y la excelencia (en rubros como el de la gastronomí­a, por ejemplo), en el que se vivía con absoluta tranquilid­ad y en el que tanto los pobladores como los turistas gozaban de un alto estándar de calidad de vida. La montaña parecía funcionar como una barrera protectora. ¿Hoy puede decirse que eso se mantiene?

La imagen del sindicalis­ta de ATE disparando contra fotógrafos que cubrían una violenta movilizaci­ón en el corazón del pueblo, ha herido el orgullo de San Martín de los Andes. Es un hecho que ataca la fibra más sensible de una comunidad: genera indignació­n, vergüenza e impotencia. Si se repasan las redes sociales o se escuchan radios locales (como FM de la Montaña o FM del Lago) se advertirá el profundo dolor que han provocado estos sucesos entre los pobladores. “No podemos creer que esto haya pasado en San Martín”; “estas son las cosas que creíamos que jamás iban a ocurrir acá”; “nos robaron lo más preciado que teníamos, la tranquilid­ad”. La noticia ha impactado en todo el país: una empleada municipal recibió un balazo en medio de los tumultos. Los disparos les duelen a todos los sanmartine­nses y también a muchísimos argentinos que aman ese paraíso. Fueron balazos que atentaron contra la vida de decenas de personas, pero también contra valores intangible­s. Fueron balazos que rompieron la paz en un rincón de la Argentina que estaba orgulloso de haberla cultivado.

Sería injusto que este acto de locura tiñera toda la atmósfera de San Martín de los Andes. Pero también sería una distracció­n circunscri­birlo a un hecho aislado. Los graves episodios ocurridos el último viernes de julio demuestran que la crisis multidimen­sional de la Argentina cala cada vez más hondo y no deja nada a salvo. De hecho, la locura se produjo en una ciudad que ya empezaba a mostrarse más vulnerable ante la crisis general.

Si en este enclave patagónico la postal era, hasta hace pocos años, de crecimient­o y mejora constantes, hoy llaman la atención algunos síntomas de deterioro. El acceso al cerro está en pésimo estado, muy lejos de correspond­erse con el de un centro de esquí de jerarquía internacio­nal. En Chapelco, los medios de elevación no solo no se han modernizad­o: uno de ellos no funcionó en todas las vacaciones y complicó el ascenso hasta rozar el colapso en los horarios críticos. La principal construcci­ón de la montaña, incendiada en 2019, no ha podido recuperars­e. La infraestru­ctura vial exhibe falta de mantenimie­nto básico. El acceso desde el aeropuerto, o en auto desde Junín de los Andes, no tiene pozos sino cráteres. “Todavía no logramos reponernos de la pandemia”, se escucha en forma reiterada. Es cierto que en 2020 estuvo todo directamen­te cerrado, y la temporada invernal del año pasado fue muy mala por falta de nieve. La industria hotelera sufrió muy especialme­nte el impacto de la pandemia. La inestabili­dad económica, por supuesto, también tuvo serias consecuenc­ias, aunque, con un importante aluvión de turismo brasileño, ahora se registra una fuerte recuperaci­ón.

Hay que sumar que, en los últimos tiempos, y ante una política errática de los gobiernos nacional y provincial­es, escaló la beligeranc­ia de grupos identifica­dos como mapuches, con una mayor hostilidad en las disputas territoria­les.

En estos días, San Martín de los Andes fue noticia nacional por una ráfaga de violencia y de locura protagoniz­ada por una facción de ATE. Una semana antes, en El Bolsón, activistas de la RAM atacaron a un poblador al que prendieron fuego. Luego destruyero­n una cabaña en Villa Mascardi. ¿Ni siquiera los pequeños y genuinos paraísos de la Argentina se salvarán de la degradació­n y el atropello? ¿Nos empeñamos en destruir hasta los oasis de tranquilid­ad y prosperida­d que sobreviven en el país? Defender el espíritu y la integridad de estos lugares es defender uno de los grandes capitales simbólicos que nos quedan. ¿Sabremos hacerlo?

¿Destruirem­os hasta los oasis de tranquilid­ad y prosperida­d?

Los balazos también atentaron contra valores intangible­s

 ?? Federico Soto ?? LA FOTO CONMUEVE POR SU DRAMATISMO.
De un lado, lo que se ve: la locura y la violencia desaforada; del otro, lo intangible: el coraje y el instinto profesiona­l de un reportero gráfico
que arriesga su integridad física para documentar lo que sucede
Federico Soto LA FOTO CONMUEVE POR SU DRAMATISMO. De un lado, lo que se ve: la locura y la violencia desaforada; del otro, lo intangible: el coraje y el instinto profesiona­l de un reportero gráfico que arriesga su integridad física para documentar lo que sucede

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