Recoleta. Orden de no reprimir, acampe y cantos polémicos en la vigilia por Cristina
Desde el lunes pasado los militantes kirchneristas mantienen tomada la intersección de las calles Juncal y Uruguay; algunos, incluso, duermen allí; quejas de los vecinos y pasividad policial
Todavía es de noche. Sobre la vereda de la calle Uruguay cinco jóvenes duermen en hilera, con sus abrigos como almohadas. No son personas en situación de calle, sino militantes kirchneristas que decidieron quedarse a pasar la noche cerca del domicilio de la vicepresidenta Cristina Kirchner. Hasta hace poco, junto a una multitud que superaba las 200 personas, agitaban banderas y armaban pogos, arengando: “Borombombom, borombombom, la Recoleta es de Perón”. Pero ahora son las 6.30 y descansan, al menos por unas horas más.
A las 8 empezarán a llegar más personas, que cortarán la calle e interrumpirán la circulación de autos y colectivos. Para las 9, ya serán unas 100, y comenzarán a cantar y a amontonarse por orden de llegada, como si esperaran el comienzo de un recital, con la mirada fija en la puerta de madera de Juncal 2166. Los cinco militantes que pasaron la noche allí se asegurarán su lugar en la primera fila. Serán los primeros en saludar a Cristina cuando, cerca del mediodía, salga, salude a sus admiradores, y, acompañada por sus custodios, ingrese a su auto. La misma secuencia se repite día tras día, aunque con pequeños matices, desde el lunes pasado, en la última jornada de alegatos por la causa Vialidad. Desde ese primer día de movilizaciones, la esquina de Juncal y Uruguay, en uno de los barrios porteños más privilegiados, se ha convertido, según una vecina, en “tierra de nadie”.
Los manifestantes han cometido diferentes delitos y contravenciones, como orinar en la vía pública, hacer asados en las veredas, subirse a los balcones de los departamentos de la zona y hasta tirar bengalas y fuegos artificiales. Todo ante la pasiva mirada policial. Los efectivos que custodian la zona solo se limitan a redirigir el tránsito.
“Es una cuestión política -confiesa un efectivo-. El lunes, cuando se enfrentaron los bandos a favor y contra Cristina, ella escribió un tuit diciendo que la Policía de la Ciudad estaba reprimiendo. A partir de ahí, nos dieron la orden de no intervenir. Nos prohibieron el uso de gas pimienta y de balas de goma”. Desde la Policía de la Ciudad, afirman que la falta de intervención se debe a que no se han detectado actos violentos.
Los vecinos y comerciantes se debaten entre la indignación y el temor. “Es una tortura. Lo más duro es la impunidad que tienen para cortar la calle y decirme: ‘Por acá no pasás, hija de p…’, o ‘por acá no pasás, cheta’”, cuenta María Elena, docente, de 42 años, que vive a pocos metros de la vicepresidenta. “Me tengo que poner la capucha de la campera para que no me tiren del pelo; tengo que bajar a buscar a mi hija, de 20 años, que viene de la facultad y le da miedo entrar sola a casa. A mi madre también”, suma ella. “Se quedan todo el día. Hasta duermen la siesta acá, en la calle”, añade la cajera de la cafetería de la esquina.
La situación no impacta de igual manera a los negocios de la zona. Mientras que el diariero se ve obligado a abrir solo de 6.30 a 9, y afirma que no vende ni un solo diario ni revista, el almacenero dice estar registrando un récord de venta de cervezas. “Estamos vendiendo, por lo menos, el triple de latas de lo normal”, dice, asombrado, aunque destaca que le incomoda el hecho de tener manifestantes tomando alcohol en la vereda. Lo que más sorprende a los comerciantes es la continuidad de la movilización. “Yo tengo 73 y tengo que seguir trabajando. Y ellos están acá todo el día, no se entiende”, comenta, en voz baja, un empleado del puesto de diarios. Según afirma uno de los manifestantes, la mayoría de sus compañeros, que a eso de las 8.30 ya son unos 50, viven de changas. “Yo hago obras y trabajos de electricidad, pero manejo mis horarios para poder venir”, destaca Juan (40), de Boulogne, miembro de la Unidad Básica 13 de Abril. “Yo vengo para apoyar a Cristina. Fueron ella y Néstor los primeros que nos dieron importancia, que nos empoderaron”, comenta uno de sus compañeros, quien no quiso dar el nombre.
Por las noches, cuando los locales ya están cerrados -algunos eligen bajar las persianas una hora antes- se conglomera la mayor cantidad de gente, y los cánticos, acompañados de bombos, empiezan a resonar cada vez más. Más allá de los ya clásicos “si se meten con Cristina, qué quilombo se va a armar” y “dónde están las cacerolas de Callao y Santa Fe”, sorprende que los manifestantes hayan sumado al repertorio la versión montonera de la marcha peronista, que modifica la canción original agregando la estrofa: “Montoneros, patria y muerte”.ß