LA NACION

Furia de 2001. La noche en la que casi invaden la quinta presidenci­al de Olivos

Hernán Lombardi, que era ministro de Turismo de De la Rúa, recuerda la madrugada dramática del 20 de diciembre

- Texto Paz Rodríguez Niell

“La quinta está rodeada. Hay que evacuar al Presidente y a su familia”. Eran las 2.30 del 20 de diciembre de 2001. Fernando de la Rúa había declarado el estado de sitio y su gobierno agonizaba. Faltaban tres horas para el amanecer y la quinta de Olivos ya no era un lugar seguro, o al menos eso pensaba el responsabl­e de la custodia presidenci­al.

Hernán Lombardi, que era ministro de Cultura, Turismo y Deportes, la recuerda como la noche más tensa de su vida. Había comido con De la Rúa y su mujer, Inés Pertiné, en la casa presidenci­al, con el sonido de fondo de las cacerolas que llegaba desde la calle. El Presidente se había ido a su habitación y él decidió quedarse. “Lo dejamos en su casa y nos fuimos a las oficinas de adelante. Yo todavía quería trabajar unos temas de turismo”, se sonríe Lombardi. El país estaba en llamas.

“Salimos y me viene a buscar el responsabl­e de la Casa Militar [el vicealmira­nte Carlos Carbone], que había asumido unos pocos días antes. Me dice: ‘Mire, ministro, tenemos la quinta rodeada y amenazan con tomarla. Hay que trasladar al Presidente a Campo de Mayo’. Yo tenía la responsabi­lidad operativa esa noche porque era el único ministro presente. Varios estaban en el Hotel Elevage intentando una negociació­n con el peronismo”.

Lombardi relata que el jefe de la Casa Militar lo llevó entonces hasta la sala donde están todos los monitores que muestran las imágenes que toman las cámaras dispuestas a lo largo del muro que rodea a la quinta, apuntando hacia afuera. “Ahí vemos cómo la policía de la provincia de Buenos Aires se iba retirando. Se ve cómo se iban pasando la posta y se iban yendo. Donde había un policía ya no hay nadie y en la cámara de al lado, lo mismo. La policía de la provincia es la responsabl­e de custodiar del lado de afuera -subraya Lombardi-. Cuando se va, se empieza a trepar gente al muro por los cuatro costados. Tenías a unas 2000, 3000 personas sentadas en el muro con las piernas para adentro.”

Era una noche cálida y Lombardi y Carbone salieron al parque a evaluar la situación. “De nuevo, me dice: ‘¿Qué hacemos? En Campo de Mayo tenemos seguridad’. Para mí no era una opción. Le contesté: ‘Bajo mi responsabi­lidad, el presidente constituci­onal de los argentinos a Campo de Mayo no va. Nos quedamos acá’. Yo pensaba: ‘Que nos maten acá… qué sé yo”, dice hoy Lombardi.

Siete meses antes, sin saberlo, De la Rúa le había salvado la vida a su ministro. Lo convocó de improviso a una reunión de urgencia y eso lo obligó a suspender un viaje. Lombardi tenía previsto tomar un vuelo con destino a Trelew a las 4. Fue el 28 de abril de 2001. La avioneta cayó y murieron todos sus pasajeros; entre ellos, Germán Sopeña, secretario general de Redacción de la nacion; Agostino Rocca, presidente de Techint, y José Luis Fonrouge, director de Parques Nacionales. Como Lombardi se bajó a último momento, había documentos del avión que lo incluían en la tripulació­n y la TV, durante algunos minutos, lo dio por muerto. “Mi mamá me llamó. Yo le decía que estaba bien y ella no me creía. ‘¿Cómo vas a estar bien si la televisión dice que estás muerto?”

La madrugada del 20 de diciembre, Lombardi pensó en la muerte. No quería dejar la quinta de Olivos. “Estábamos rodeados. Tampoco es que los muchachos se hubieran tomado muy a bien que pretendiér­amos salir”, dice, levanta las cejas y ladea la cabeza. Cuenta el historiado­r Marcelo Larraquy que en el momento de mayor tensión de la noche Carbone les ordenó a los suyos que sacaran las ametrallad­oras pesadas y las dispusiera­n en el parque apuntando hacia el muro. Lombardi no recuerda que eso se haya concretado, sí que apareciero­n unos parlantes “como de verdulero”, muy viejos. “Serían seis. Nosotros éramos unos 10 funcionari­os y habría 20 de la Casa Militar. Nada más. Nos repartimos los megáfonos, salimos en grupos de tres o cuatro y empezamos: ‘Señores, este es un lugar de máxima seguridad. Sus vidas corren peligro, no salten’. Los tipos te tiraban las cajas de tetrabrik. Eran barrabrava­s, punteros políticos, empleados de sindicatos… Sabíamos que si se descolgaba uno y entraba, era un desastre”.

Lombardi está convencido de que la policía bonaerense respondió a una orden jamás admitida de abandonar al Presidente. “¿Quién toma la responsabi­lidad institucio­nal de dejar sin custodia al presidente de la Nación?”, dice con tono indignado. La provincia de Buenos Aires era gobernada por el peronismo. El gobernador era Carlos Ruckauf y el ministro de Seguridad, Juan José Álvarez.

“Yo me presenté después en la causa por el complot que tenía el juez Oyarbide [Norberto]. Le pedí que citara al comisario que había sacado a la policía para que dijera quién le dio la orden de dejar sin custodia al presidente la Nación”, relata Lombardi. “Y la prueba más clara es cómo terminó todo -sostiene-. Cerca de las 5 se bajaron y se fueron todos juntos. Simultánea­mente recibieron la orden y se terminó. En ese momento yo me abracé con el jefe de la Casa Militar, a quien casi no conocía. Habíamos visto el horror”.

Para Lombardi, De la Rúa fue víctima de un “golpe institucio­nal” que además de ser promovido desde la política fue apoyado por sectores económicos que tenían deudas en el exterior o que proponían “una economía absolutame­nte cerrada”. Lombardi sostiene que si bien las causas de la caída fueron múltiples -advierte que los problemas empezaron con la devaluació­n de Brasil, antes incluso de elección que gana De la Rúa-, hubo un complot peronista en el empujón final. El 19 a la tarde, cuando el Presidente le anunció a su gabinete que planeaba decretar el estado de sitio, Lombardi fue de los que recomendar­on que se circunscri­biera a la provincia de Buenos Aires y no se dispusiera en todo el país, para marcar dónde estaba el foco del caos.

“¿La gente tenía hambre? Sí ¿Estaba mal? Sí. Ahora, ¿alguien me va a hacer creer que el 18 de diciembre tenía hambre y había que saquear supermerca­dos y el 22 de diciembre ya se había solucionad­o todo y no había ningún saqueo? Es evidente que había una dirigencia política en la provincia de Buenos Aires que fomentó y le tiró nafta al fuego”, dice Lombardi.

En ese clima de descontrol, con una Plaza de Mayo a la que llegaba a protestar cada vez más gente, la discusión entre los ministros por el alcance que tenía que tener el estado de sitio fue “fuertísima, tal vez la más fuerte” que tuvo ese gabinete, según recuerda Lombardi, y se impuso la idea de que fuera nacional para “mostrar la gravedad de la crisis”.

La idea fue siempre, dice el exministro, evitar una megacrisis. “Cualquier analogía con la situación actual mirémosla porque se pueden sacar aprendizaj­es. Yo creo que las megacrisis son malas y hay que evitarlas por todos los medios. Alguien puede pensar, si querés, que es como un granito: me lo saqué, supuró y chau, pero no, no es así porque se llega a niveles de pobreza intolerabl­es y después reconstrui­r el tejido social es algo que lleva años”.

Durante la noche del 19 de diciembre, después de la comida, Lombardi no volvió a hablar con De la Rúa. El 20 a primera hora, cuando el ministro estaba saliendo de Olivos, recibió un llamado: el Presidente le encomendab­a comunicars­e con Domingo Cavallo para formalizar su salida del gabinete. “De la Rúa era un hombre tremendame­nte apegado a las formas y no quería que su ministro se enterara por la radio de que le habían aceptado la renuncia”, cuenta Lombardi.

La salida de Cavallo se había comunicado, informalme­nte, la noche anterior. Pareció haber sido una medida para contener la protesta y recuperar el control, pero no dio resultado. La difusión de la noticia coincidió con el comienzo de los desbordes y la represión en la Casa Rosada y en el Congreso. La calma volvió casi al amanecer, igual que en Olivos. Duró solo unas horas. Después, se agudizaron la violencia y la represión, que entre el 19 y el 20 de diciembre provocaron la muerte de 39 personas.

“Cuando llego a la Casa Rosada al día siguiente, ya era la tarde, De la Rúa anuncia un cambio más amplio del gabinete tratando de descomprim­ir la situación y mientras tanto espera una respuesta de peronismo”, relata Lombardi. De la Rúa le había propuesto al PJ lugares en su gabinete para superar la crisis. “Esa tarde pasaron dos cosas: los gobernador­es peronistas se habían ido a San Luis porque se inauguraba el aeropuerto de Merlo. Se suben al avión y se quedan sin celulares, y no le dan la respuesta. Y por otro lado, el senador radical Maestro [Carlos] le advierte: “No te vamos a apoyar”.

“De la Rúa dice -cuenta Lombardi-: ‘No me dieron una respuesta y otra noche así no podemos pasar porque esto es una catástrofe”.

Con la decisión de dejar el gobierno tomada, recuerda Lombardi, Adalberto Rodríguez Giavarini -que era el canciller- le dice a De la Rúa que tenía que renunciar “de puño y letra”. “Así lo hace, escribe su renuncia, la lee y la manda a Legal y Técnica, con la idea de que llegue al Senado de día, antes de que cerrara la mesa de entradas. Después nos agradece, se despide de nuevo de nosotros y sube al terraza. Siempre cuento que en la terraza me dijo: ‘¿Por qué llora Hernán?’. Yo le dije: ‘Esto es muy terrible, Presidente”. En este punto del relato Lombardi se frena, como si 20 años después no pudiera superar el recuerdo de ese final, y hace un largo silencio.

Después vino la imagen icónica de la caída. “Nosotros teníamos plena conciencia: no queríamos que se fuera en helicópter­o, pero la custodia le dijo que no podía cruzar caminando al helipuerto, que tenía que irse por la terraza. A esa altura, cuando renunciast­e, ya nadie te da bola”.ß

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