LA NACION

“Sintonía fina”: por la falta de dólares, el Gobierno reflota una vieja fórmula de Cristina

- José Luis Brea

Hay una planilla que irrita al Gobierno: es la que lleva obsesivame­nte la UIA con los casos de empresas que tienen problemas para acceder a los insumos importados necesarios para producir. “Un Excel de mierda”, bromea una fuente oficial con crudeza, que la entidad fabril saca a relucir cada vez que puede. No es que nieguen la existencia del problema, pero a algunos funcionari­os los reclamos les suenan exagerados.

El 9 de agosto pasado, cuando el ahora secretario de Industria y Desarrollo Productivo, y hombre de la casa, José Ignacio de Mendiguren, visitó la sede de la Unión Industrial, se atajó ante un auditorio que aguardaba ansioso por plantearle sus necesidade­s con un diagnóstic­o no menos crudo: no hay dólares y la gestión de los billetes se hará día por día.

Las empresas líderes de consumo masivo que se encontraro­n esta semana con el ministro de Economía Sergio Massa, el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, y el secretario de Comercio, Matías Tombolini, se llevaron un mensaje parecido: las restriccio­nes seguirán de aquí a fin de año y eso no va a cambiar porque la apuesta es cuidar las reservas para no tener que devaluar bruscament­e.

“Si tienen problemas para acceder a los dólares, el Gobierno las va a ayudar, pero que la excusa para producir menos o subir los precios no sea que las importacio­nes están pisadas”, fue el mensaje de los funcionari­os, según fuentes privadas y de la Secretaría de Comercio.

Pesce se concentró en pedir datos sobre exportacio­nes, necesidade­s de compras al exterior y planes de producción de las compañías; Tombolini, en la distorsión de los precios relativos y costos empresario­s para ver cómo “ordenar” la economía, y Massa, dicen, participó para mostrar cohesión y dar la idea de que ahora hay un enfoque más integral que en la era Guzmán. En el año de los cinco secretario­s de Comercio (Paula Español, Roberto Feletti, Guillermo Hang, Martín Pollera y ahora Tombolini), y de los tres ministros de Economía (Martín Guzmán, Silvina Batakis y ahora Massa), algunos ejecutivos se toman estas reuniones de presentaci­ón con sorna. “Lo bueno es que la rutina no apaga la pasión; siempre estamos con alguien nuevo”, ironizaron en una empresa de primera línea.

Pero no solo los industrial­es esperan algún tipo de flexibiliz­ación. También el campo redobló la presión en los últimos días, con el reiterado pedido de un tipo de cambio “competitiv­o” y unificado. En otras palabras, una devaluació­n o una medida que en la práctica equivalga a un tipo de cambio preferenci­al. El dólar soja, una idea que habían acuñado el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, y el exministro de Agricultur­a Julián Domínguez, fracasó. El campo pide una solución y el nuevo secretario del área, Juan José Bahillo, se puso a la cabeza del reclamo. “Hay que tener cuidado, si no terminás siendo vocero de la Mesa de Enlace; tenemos que encontrar la manera de que el dólar soja funcione, pero no desdoblar”, comentaron en el Banco Central. Inevitable­s diferencia­s de criterio cuando hay que administra­r pobreza.

El miércoles pasado, Massa participó de un almuerzo de Coninagro, la entidad que nuclea a las cooperativ­as agrarias, en la que tuvo que escuchar un extenso rosario de pedidos: los arroceros plantearon algún alivio en las tarifas energética­s porque regar y producir les sale muy caro; los productore­s de vino le hablaron sobre las dificultad­es para conseguir vidrio; los productore­s de alimento balanceado plantearon que se están quedando sin un insumo importado clave (una sal especial); los frigorífic­os que hacen chacinados, otro tanto con una tripa importada, y hubo un reclamo general por los fertilizan­tes. “Si quieren que el productor venda la soja, tienen que facilitarl­e que compre fertilizan­te; por qué no desgravar la importació­n y que lo pague liquidando”, razonó uno de los asistentes al encuentro.

De nuevo, Massa descartó una devaluació­n. “No es una alternativ­a, porque genera más pobreza”, explicó. Los anfitrione­s coincidier­on: se puede hacer una devaluació­n brusca, pero al mes el productor estará igual que antes. Sí hablaron de la necesidad de acelerar el ritmo del crawling peg, las minidevalu­aciones que el Central aplica periódicam­ente, para que al campo le resulte más atractivo liquidar. Massa escuchó con paciencia, describió la situación como “difícil” y pidió comprensió­n. Ahora él y su equipo deberán inclinarse por alguna de las opciones en danza.

La decisión del Gobierno de reforzar el cepo al comercio exterior, esta semana, muestra que puede haber cambiado el profeta, pero el primer mandamient­o de la tabla, mientras se pueda, sigue siendo el mismo: no devaluarás ni desdoblará­s. Y para ello, la solución es cuidar los dólares, ir gobernando la brecha cambiaria. En algunos despachos oficiales hasta extraen una consigna del archivo: es tiempo de “sintonía fina”. En materia cambiaria y fiscal.

Fue la definición que había encontrado Cristina Kirchner hace 10 años, cuando apenas arrancaba su segunda presidenci­a, para evitar la palabra “ajuste” en medio de un panorama con similitude­s al actual: escasez de dólares y cepo cambiario (instaurado en octubre de 2011, poco después de arrasar en las elecciones con el 54% de los votos); eliminació­n de subsidios a las tarifas de luz y gas para una parte de la población, y preocupaci­ón por la dinámica de las alzas salariales convalidad­as en paritarias, a las que –informalme­nte– se les quería poner un “techo”.

Mientras tanto, las importacio­nes no paran de crecer. Descontand­o las de energía (que marcaron un nuevo récord mensual), estuvieron en julio en un nivel de US$6000 millones, casi el equivalent­e a la meta de acumulació­n de reservas de este año comprometi­da en el acuerdo con el FMI. La factura la cargan en la cuenta del exministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas y de las anteriores autoridade­s de la AFIP y la Aduana, Mercedes Marcó del Pont y Silvia Traverso, quienes presuntame­nte no filtraban lo suficiente los pedidos de dólares que llegaban al Central. Ninguno está ya en el cargo. Ahora la apuesta es ir aguantando hasta que la demanda de divisas por energía amaine (para este mes esperan gastar unos US$1000 millones menos), intentar acumular reservas de a poco e ir viendo cómo “agujerear el cepo con control de daños”.

Pulseada

En el Central no quieren saber nada con una devaluació­n ni con un desdoblami­ento. Creen que para poder hacer cualquiera de las dos cosas primero habría que anclar las expectativ­as de inflación. “Hasta acá ya tenés 29 pedidos de reapertura de paritarias, imaginate con una devaluació­n”, graficaron. En el mercado hay expectativ­a por las ideas que pueda impulsar el nuevo viceminist­ro de Economía, Gabriel Rubinstein, quien públicamen­te se expresó en el pasado como un partidario de desdoblar el mercado en un dólar comercial y un dólar financiero y para el turismo. La historia reciente desaconsej­a las lecturas lineales: una vez en el Gobierno, Martín Guzmán terminó haciendo cosas muy distintas a las que proponía en sus charlas.

También se formalizó esta semana el ingreso del hombre de Massa para el BCRA, Lisandro Cleri, en un rol más modesto que el imaginado inicialmen­te por el ministro, que pretendía que manejara la mesa de operacione­s de la entidad. Ganó la pulseada Pesce, quien percibía la jugada como una peligrosa tercerizac­ión de la gestión: por disposició­n de la Carta orgánica del banco, es el presidente quien tiene la responsabi­lidad penal por las operacione­s en el mercado.

Desembarca en un Central que busca restarle demanda al dólar para dejar de perder divisas y al mismo tiempo enfriar las expectativ­as devaluator­ias, depreciand­o el peso todos los meses a un ritmo inferior al de la inflación y con tasas de interés levemente superiores al índice de precios. “Si pretendemo­s que nuestra moneda sea reserva de valor, no podemos perder por ahorrar en ella”, razonan allí.

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archivo el presidente de coninagro, carlos iannizzott­o, y Massa, el miércoles pasado

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