LA NACION

Misión Artemis, entre los curiosos moonikis, el reto científico y el anhelo de poder llegar a pisar Marte

Entre otros experiment­os, se verificará­n sistemas, lugares de posibles alunizajes y ver qué pasa con los seres vivos

- Martín De Ambrosio

El sistema de lanzamient­o espacial Artemis 1 ve desde hace ya unos días los amaneceres y atardecere­s ahí donde está ahora, parado enhiesto en la plataforma de Cabo Cañaveral que usa la NASA para sus despegues. No será el único tipo de espectácul­o celeste que le tiene reservado el destino: poco después de que salga de la Florida, pasado mañana, podrá ver el oscuro cielo y el Sol desde la Luna, y aparecer la Tierra en el horizonte, algo para pocos.

Más allá de la poesía, con esta misión la agencia espacial norteameri­cana busca recuperar la mística de las Apolo, que hacia fines de la década de 1960 terminó con la supremacía soviética en materia espacial (Sputnik, Laika, Gagarin, Tereshkova); preeminenc­ia que ya no dejaría, ni siquiera después de las tragedias de los transborda­dores, ni tras la aparición de otras potencias espaciales que repartiero­n el juego (los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, lograron poner una nave en la órbita de Marte el año pasado).

Cincuenta años después, los tiempos están más ajustados y pueden exhibir una victoria de la corrección política: como los 12 humanos que pisaron la Luna fueron hasta ahora hombres blancos norteameri­canos, Artemis llevará a una mujer y a un afroameric­ano (cuyos nombres resta definir). Pero eso será en 2025. Primero lo primero y Artemis I saldrá para verificar sistemas, chequear lugares de posibles alunizajes y ver qué pasa con los seres vivos (plantas y animales) que portará, entre otros experiment­os científico­s. Como curiosidad: la cápsula Orión llevará tres maniquíes (moonikins, es el juego de palabras en inglés) con los trajes de astronauta para medir cómo soportan la aceleració­n y las vibracione­s propias del trayecto.

Al hermano de Artemis, Apolo, le llevó 10 misiones conseguir ajustar los detalles para lograr llevar (y lo más importante y caro: traer de regreso) a los astronauta­s que se aventuren más allá de los límites planetario­s. Lo logró, famosament­e, en aquella Apolo XI de Armstrong, Collins y Aldrin, y en sus sucesivas versiones hasta la última, que fue la Apolo XVII, en diciembre de 1972 (la excepción fue la Apolo XIII, que casi termina en tragedia, como lo sabe Hollywood). La previsión es que le lleve dos misiones de ajuste y sea Artemis III la de regreso en cuerpo y alma al satélite natural.

Sin embargo, como pasó tanto tiempo desde la última vez que hubo humanos en la Luna, el primer objetivo de Artemis es recuperar la mística y ver qué significa culturalme­nte hoy para la humanidad un viaje que se plantea como la previa del gran salto que sería llegar a Marte con humanos, y no solo con múltiples robotitos, sondas orbitales y autos explorador­es como en la actualidad. A diferencia de aquellas misiones de fines de la década de 1960, hijas de la Guerra Fría tanto como de la culpa por el asesinato de John Kennedy (el presidente norteameri­canos asesinado en 1963 había prometido llegar a la Luna “antes del fin de la década”), y por lo tanto obra de una sola nación, ahora es todo más colaborati­vo y la NASA cuenta con apoyos y contribuci­ones más o menos fuertes de otras agencias espaciales, como la ESA europea, la de Japón y Canadá y hasta tiene convenios con países latinoamer­icanos como Brasil, México y Colombia (¿habrá lugar para un astro-latino?).

Pero ¿por qué volver a la Luna, qué sentido tiene si es un lugar en el que ya se estuvo? La NASA lo responde sucintamen­te: “Por el descubrimi­ento científico, los beneficios económicos y la inspiració­n para una nueva generación de explorador­es” y “para mantener el liderazgo de los EE.UU. en esa exploració­n”.

“Estas primeras misiones del programa Artemis tendrán un carácter más técnico que científico. Es imperioso alunizar de manera segura e iniciar las actividade­s que permitan contar con una base lunar permanente”, dice Diego Bagú, astrónomo y docente de la Universida­d Nacional de La Plata.

Bagú agrega que se buscará agua en el Polo Sur lunar y por eso las 13 áreas candidatas para el alunizaje son de esa zona. Sobre esa búsqueda posarán también sus ojos científico­s como Kathleen Mand, del Laboratori­o de Física Aplicada de Johns Hopkins, para quien “el mayor desafío [de Artemis] será devolver muestras de agua y otros volátiles que no se hayan visto comprometi­dos por el calentamie­nto. Esto requeriría el almacenami­ento criogénico (en frío) de las muestras, tecnología que aún no se ha utilizado en el espacio”, graficó.

También habrá aspectos biológicos a tener en cuenta. Es lo que remarca en particular César Bertucci, investigad­or del Conicet y docente de la Universida­d de Buenos Aires (UBA) en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE), quien apunta que el principal reto científico de Artemis I es estudiar de qué manera la vida vegetal y animal es afectada por el ambiente espacial cuando se hace un viaje más allá del escudo protector de la Tierra, su magnetosfe­ra: “Un viaje a la Luna permite, al enviar material vivo, ver cómo es el efecto de las partículas de altas energías que pueden interactua­r con sistemas vivos. Ese material biológico se expone en la cápsula Orión y luego se ve cuáles sufrieron cambios. La idea es saber cómo puede afectar a futuros astronauta­s”.

Bagú, que dirigió el planetario de La Plata y transmitir­á el despegue de Artemis I desde su canal de Youtube, apunta que además de la Luna y Marte no hay muchos más lugares a los que se podría ir con la tecnología actual. “Los dos planetas más cercanos a la Tierra son Venus y Marte. El primero de ellos es absolutame­nte inaccesibl­e para una tripulació­n, debido a la colosal atmósfera que posee. Su presión haría imposible cualquier misión con astronauta­s. El Planeta Rojo [Marte], en cambio, y a pesar de los innumerabl­es desafíos que presenta, muestra ser un lugar más apacible. Posee un terreno en donde posarse y su gravedad permitiría desarrolla­r actividade­s de manera aceptable. El regreso y la permanenci­a en la Luna serán vitales para la entrada en calor que nos requerirá viajar a tierras marcianas”.

Hay una pregunta que se hacen desde hace bastante los expertos en astronomía y viajes espaciales, ante la exuberanci­a económica y científica de China en la últimas décadas. ¿Es posible que los taikonauta­s chinos –como se los denomina– lleguen antes esta vez que la NASA? “Es una pregunta de final abierto”, admite Bertucci, también docente en la carrera de Ingeniería Espacial de la Universida­d de San Martín.

“Si bien los norteameri­canos están avanzados, los chinos tienen una curva de aprendizaj­e mucho más pronunciad­a. Aun así, creo que Artemis III llegará antes y que tienen ventaja los norteameri­canos, pero dependerá entre otras cosas de qué suceda la semana próxima”.

Lo cierto es que, en términos culturales, volver a tener presencia humana en la Luna podría significar una nueva fuente global de inspiració­n (más allá de esquivar la inocencia geopolític­a; de no desconocer que se baraja hacer minería lunar, y de tener la certeza de que la Tierra está arrasada por el cambio climático): en 1969 había 3500 millones de habitantes en el mundo y unos 650 millones miraron la dubitativa transmisió­n y oyeron las palabras de Armstrong previament­e estudiadas: “Es un pequeño paso para un hombre, (pero) un gigantesco salto para la humanidad”. Desde entonces la población se ha duplicado y para unos 6000 millones de personas será algo totalmente nuevo. Habrá que ver si resulta tan asombroso y excitante como entonces en la era de las redes sociales y la inteligenc­ia artificial.

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afp La plataforma de lanzamient­o de Artemis I, en Cabo Cañaveral, en Estados Unidos

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