LA NACION

Nadie se atreve a leer el expediente de Cristina

Desde 2003, la Justicia puso el ojo en el avance del poder partidario sobre las acciones de las empresas y, peor, sobre la creación de ellas para hacer negocios y solventar campañas

- Francisco Olivera

Uno de los aspectos más llamativos que tuvo la defensa de sí misma que hizo Cristina Kirchner esta semana en Youtube fue que, en algunos de sus argumentos, la vicepresid­enta parecía desconocer el carácter del delito por el que se la investiga. Por ejemplo, cuando intentó involucrar en la discusión a contratist­as de la obra pública como Nicolás Caputo, Eduardo Gutiérrez o Juan Chediak. No porque estos empresario­s no hubieran participad­o del sistema sino porque, al pretender equipararl­os con Lázaro Báez, la líder del Frente de Todos se ubica del lado erróneo del mostrador: a ella no se la acusa de haber pagado coimas, sino de haber formado parte de una organizaci­ón conformada a los efectos de cobrarlas.

No considerar esa diferencia es ignorar en qué consistió la corrupción de esos años, basada en una modalidad que dista cualitativ­amente de los casos de degradació­n institucio­nal clásica. Hasta el kirchneris­mo, lo reprochabl­e de la política argentina era que se financiaba mediante porcentaje­s de retorno más o menos escandalos­os según el monto y las circunstan­cias; desde 2003, la Justicia ha puesto el ojo en el avance del poder partidario sobre las acciones de las empresas y, peor aún, sobre la creación de ellas para hacer negocios y, como consecuenc­ia, solventar campañas. Es el modo en que Néstor Kirchner concebía la función pública: inviable sin cajas que, además, procuraba convertir en permanente­s. Hay que hablar con los empresario­s, protagonis­tas estelares del entramado, para entenderlo en pocos minutos. Es lo que consiguió la investigac­ión de Diego Cabot que derivó en la Causa de los Cuadernos.

Confundir los roles de quienes pagaron o cobraron no sólo no ayuda esclarecer lo que pasó sino que, en este caso, llevado al extremo, hasta podría entorpecer la propia estrategia de defensa de Cristina Kirchner. Cuando ella exhibe, por ejemplo, los mensajes de Whatsapp que Caputo le enviaba a José López para cobrar, está mostrando en primer lugar lo que todos los empresario­s que hicieron negocios con el kirchneris­mo saben de sobra: que Lázaro Báez no necesitaba entrar en lisonjas porque su relación con el regulador era otra. Es lo que intentan probar los fiscales en la causa de Vialidad. ¿Para qué iba el dueño de Austral Construcci­ones a esmerarse con López si, según algunos chats presentado­s por Luciani y Mola, era el gobierno el que parecía más urgido por contactarl­o? Por ejemplo en el final del gobierno kirchneris­ta, cuando el secretario le pide a Julio Mendoza, presidente de la empresa, reuniones de urgencia para despedir al personal “sin dar la sensación de fuga”. Incluso los mensajes de Báez obedecen en muchos casos al cumplimien­to de órdenes dadas en otros ámbitos. “José, atendeme un minuto. Gracias. Es para coordinar lo que me dijo la Señora. ¡Gracias!”, le dice a fines de 2015.

Es cierto que, según recuerdan quienes entonces llegaron a frecuentar­la, la expresiden­ta nunca terminó de familiariz­arse estéticame­nte con esa coordinaci­ón que heredó de su marido y que probableme­nte la pusiera incómoda. “Jorge, si alguna vez alguien te pide coima, avisame”, llegó a decirle un día al banquero Brito. En realidad, Kirchner había manejado siempre la relación con proveedore­s y contratist­as a través de funcionari­os incondicio­nales. López, Ricardo Jaime. Pero los empresario­s recuerdan que, con la muerte del santacruce­ño, y como los pagos por las obras llegaron a tener meses y hasta un año de retraso, la propia presidenta empezó a reunirse periódicam­ente con López.

Es el eslabón perdido que intenta probar Luciani y del que los mido litantes kirchneris­tas no quieren enterarse. Por eso se lo saltean. Hay algo que llama la atención al respecto. Desde que el fiscal pidió la condena, a la mayor parte de ellos les resulta difícil decir públicamen­te que la jefa es inocente. Como si eso resultara más jugado que, por ejemplo, prometer que si la tocan se arma. Sorprende porque ella no se siente culpable. “Ni indulto ni amnistía: justicia”, contestó Parrilli en Twitter. Pareció un pedido. Pero hay como una resistenci­a a entrar en el fondo de la causa. El miércoles, el diputado Rodolfo Tailhade cortó enojauna conversaci­ón con Ernesto Tenembaum en Radio con Vos porque Jairo Straccia, uno de los columnista­s, le preguntó si Cristina Kirchner no debía explicar lo obvio: cómo tuvo negocios en común con un ex empleado bancario convertido en contratist­a del Estado y al que debía controlar, y cuya empresa empezó y terminó con el kirchneris­mo. “No me lleves a ese terreno. Es lo mismo que me digas ‘En la foja tal del expediente tal’; hablemos de política”, contestó. “¿Me dejás exponer un argumento?”, insistió el cronista. “No, no. Ya está, gracias, muchachos, buenos días”, dijo, y colgó.

De todos modos, la estrategia con que la vicepresid­enta ha decidido defenderse sirve al menos para describir el funcionami­ento del mundo de la obra pública, donde hay que recurrir a las artes del lobbying para apurar el cobro de certificad­os. Es lo que exponen los chats de Caputo, Gutiérrez y Chediak. La ironía es quizá la oportunida­d en que la vicepresid­enta decide exhibirlos: acaba de designar en el gabinete a Sergio Massa, el ministro de mayor relación con muchos de estos empresario­s.

La mención a Caputo se dio, por ejemplo, en momentos en que el dueño de Mirgor celebraba una decisión autorizada seis días antes por el Ministerio de Economía: la resolución 625, que reglamentó la inclusión del sector petrolero en el régimen de promoción industrial de Tierra del Fuego y, por lo tanto, les permitirá a Total, Wintershal­l y Pan American Energy, invertir 700 millones de dólares en el área Fénix sin pagar IVA, Ganancias y aranceles de importació­n. Caputo necesita del gas que se extraiga de ese yacimiento porque acaba de asociarse con SPEC Group, una compañía con base en Houston y presencia en Emiratos Árabes, Pakistán, Qatar y Yemen, para construir una petroquími­ca y un puerto en Río Grande por 2000 millones de dólares.

El paquistaní Zafar Ikram Sheikh, máximo ejecutivo de SPEC, que vendrá segurament­e a firmar el 14 del mes próximo el contrato con Mirgor y la provincia de Tierra del Fuego, tenía pensado en un principio hacer el emprendimi­ento solo, pero aceptó finalmente la propuesta de incorporar un socio local. El proyecto es ambicioso. Prevé la edificació­n de una planta de urea y amoníaco que le permitirá a la Argentina autoabaste­cerse en fertilizan­tes y que tienta a muchos operadores del sector, que se preguntan, por ejemplo, si en los trabajos podrán participar los mismos empresario­s que están reacondici­onando el otro puerto, el de Ushuaia, casi todos de buena relación con Massa: Panedile, de la familia Dragonetti, y las constructo­ras Concret Nor y Nakon Sur. Ambos proyectos requiriero­n la autorizaci­ón de la Subsecreta­ría de Puertos y Vías Navegables y Marina Mercante, dependenci­a del Ministerio de Transporte que conduce otro massista, Alexis Guerrera.

Son prioridade­s lejanas a la idea del lawfare. Incluso transversa­les: falta que Luciani haga el gasoducto. Pero Cristina Kirchner tampoco está en condicione­s de exponerse a nuevas corridas cambiarias. Desde esa óptica, su destino está atado también al de Massa.

Ella no se siente culpable; “ni indulto ni amnistía: justicia”, contestó Parrilli en Twitter; pareció un pedido, pero hay como una resistenci­a a entrar en el fondo de la causa

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