LANZARSE A LA AVENTURA A LOS 60 Decidieron cambiar una vida sedentaria por días repletos de adrenalina
Entre los motores que impulsaron estas travesías hay separaciones matrimoniales, pero también la necesidad de reinventar la pareja, desafiar la rutina o reencontrarse con uno mismo
¿ Hay edad para darle un giro de 360° a la vida? ¿Existen requisitos más allá de las ganas de cambiar de rumbo? Solos o en pareja, en velero, avión, globo o motorhome, las historias reales que cuentan sus protagonistas conjugan experiencias transformadoras con travesías icónicas en esa etapa de la vida en la que, se supone, es hora de estar en calma. Ellos, sin embargo, eligieron un camino distinto: coleccionistas de anécdotas alrededor del planeta, se embarcaron en viajes que no tenían fecha de vuelta. Y pasar la barrera de los 60, dicen, fue el motor que los lanzó a la aventura con un objetivo común: llenar de adrenalina la segunda mitad de la vida.
1 | vendieron todo y compraron un avión para dar la vuelta al mundo
Hasta fines del año pasado, Martina Kist (58) y Alex Gronberger (61) llevaban una vida que podría definirse como clásica: cuatro hijos, una casa, dos autos. Una vida familiar marcada por el cronograma escolar de Tobías, su hijo menor, el único que aún vivía con ellos, y el horario de oficina de Alex, que ocupaba un alto cargo en una compañía multinacional.
Todo era cómodo, pero la dinámica cambió cuando Tobías terminó el colegio y decidió aplicar a una universidad en el exterior. “Veníamos poniendo un montón de energía a la creación de nuestra familia. Y a medida que se acercaba la fecha de su graduación y de su viaje, pensábamos: ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos con la casa, qué hacemos con toda esta energía? Tenemos que aplicarla a otra cosa. Y así salió esta idea loca”, cuenta Alex. El matrimonio vendió la casa, todos los muebles, los dos autos, y se compró un avión utilitario, un Cirrus SR22 2008. Alex, que a diferencia de su esposa, seguía trabajando, se pidió un año sabático. Juntos, se propusieron un proyecto que a simple vista parecía delirante, pero que con el correr de los meses se volvió cada vez más concreto: dar la vuelta al mundo.
Fueron, en total, 260 días –casi nueve meses– de recorrido; 320 horas de vuelo y 25 países visitados. “Más que una vuelta al mundo, en realidad, fueron dos. Porque la circunferencia de la tierra son unos 40.000 km, y nosotros hicimos casi 80.000”, explica Alex. “Eso es por el recorrido que hicimos”, suma Martina, nacida en Holanda, que conoció a Alex, argentino, cuando ambos trabajaban en Francia para la misma empresa, y años más tarde, se mudó con él a Martínez, Buenos Aires. A diferencia de su esposo, ella no pilotaba desde joven, pero aprendió a hacerlo durante los meses anteriores al viaje para ser la copiloto. El matrimonio partió del aeropuerto de San Fernando a principios de marzo de este año y regresó al país por la misma pista el domingo pasado. Los dos eligieron viajar livianos: llevaron solo dos equipajes de mano, para su ropa –desde ojotas hasta botas de nieve– y dos bolsos, uno para las camperas de invierno y otro para cargar los objetos de seguridad de la aeronave. De Buenos Aires, viajaron hacia Estados Unidos, con varias paradas en el medio, y después cruzaron el Atlántico norte, con pausas en Groenlandia e Islandia. Luego de recorrer Europa, volaron a San Petersburgo y cruzaron Rusia, de oeste a este, siguiendo la ruta del Transiberiano. Desde Siberia, cruzaron por el estrecho de Bering hacia Alaska, para después bajar por América de regreso a la Argentina.
Es la primera vez que un avión monomotor argentino logra dar la vuelta al mundo. “El viaje fue un desafío grande. Me enseñó que uno puede hacer más de lo que cree y que no hay edad para empezar una aventura”, afirma Martina.
“Lo hicimos en un momento de quiebre en nuestras vidas –agrega Alex–. Miro para atrás y pienso: ‘Qué bueno que se nos ocurrió hacerlo ahora, que todavía tenemos un montón de energía, en vez de esperar a que yo me retirara. Cuando me retire, seguramente ya no tenga esta misma energía ni este mismo foco’”.
2 | dejó su profesión de psicoanalista y vivió 5 años a bordo de un velero
Cuando partió desde el Yacht Club Centro Naval de Núñez, Marisa Bianco, 75 años y psicoanalista de profesión, no imaginaba el golpe de timón que iba a dar su vida. A bordo del Huayra, que en quechua significa viento, la flamante capitana dedicó 5 años a dar la vuelta al mundo. Sola, a veces acompañada, al principio con dinero, pero después sin un peso. Marisa tenía una sola certeza: navegar es preciso. La frase del poeta Fernando Pessoa la acompañó durante toda la travesía, un viaje de autoconocimiento y decisiones constantes. De libertad, sobre todo.
Del consultorio psicoanalítico a ultramar. De un cómodo departamento en el barrio de Belgrano a los puertos del mundo, con pocas y contadas pertenencias. “Solo algo de ropa y lo necesario para vivir en el barco”, cuenta hoy Marisa desde Villa La Angostura, su nuevo lugar en el mundo. La aventura como forma de vida la llevó a recorrer la costa de Brasil, Trinidad Tobago, Venezuela, Panamá, las islas Galápagos y las de la Polinesia. Atravesó también el estrecho de Torres e ingresó al océano Índico para llegar a Ciudad del Cabo.
“Vivir en el mar fue una necesidad. En Buenos Aires me estaba ahogando”. La metáfora aplica a la intensidad de la experiencia: se separó y dejó una ciudad vertiginosa donde se sentía con el agua al cuello, literalmente. “No era donde quería estar y decidí vivir de otra manera, sin escaparles a los riesgos. Y hace un tiempo volví a sentir esa necesidad, la del cambio. Por eso dejé el mar, un escenario conocido. Y empecé algo nuevo, de cero”, dice Marisa desde El Aleph, una cabaña de madera en el medio del bosque donde sigue haciendo lo que más le gusta: conocer gente. “Vienen jóvenes de todas partes, disfruto mucho tomar contacto con las ilusiones de los otros, es algo que siempre me apasionó”, confiesa.
En este lugar encantado de la Patagonia, Marisa se ocupa de todo: atiende a la gente, prepara los cuartos, ofrece una biblioteca nutrida. Porque si algo guardó antes de emprender el viaje fueron sus libros.
Algo que aprendió sobre los vínculos es a relacionarse de otra manera. Navegar con otros, dice, activa el chip de la solidaridad. “Se comparten momentos maravillosos y otros también tristes aunque siempre profundos. Esos encuentros son los que quedan. En el mar se desdibujan las diferencias”. Durante 5 años, el mismo tiempo que estuvo cruzando océanos, Marisa se ocupó de arreglar el Huayra con sus propias manos y rendir cursos de timonel. “Lo compré destruido en Mar del Plata. Era lo que podía, un barco arruinado pero machazo. Lo traje a Buenos Aires y lo fui reparando hasta ponerlo a son de mar. Ahora está en buenas manos, se lo vendí a gente apasionada por la navegación, que lo va a saber cuidar”.
Marisa admite que está “siempre lista” para volver a zarpar. De hecho, acompañó a su amiga Aurora a las Islas Canarias para traer un barco hasta Buenos Aires. Lo llevaron hasta Cabo Verde, frente a la costa de África y luego cruzaron hasta Brasil.
Hoy su nuevo hogar en el Sur está cerca de sus afectos: dos de sus cinco hijos viven allí. Y aunque extraña el horizonte inalcanzable del mar, ahora juega con sus nietos. “Mis hijos siempre me acompañaron y apoyaron mis decisiones. Con el mayor pude navegar un poquito por suerte. Todo lo que hice lo hice por mí y por ellos. Hoy mis nietos saben que tienen una abuela loca”, dice divertida. Y agrega: “Lo más importante es transmitirles que no hay nada imposible. La vida un riesgo constante. Hay que comprometerse y darlo todo. Lo que sea, hacelo a fondo”, remata.
3 | después de jubilarse, decidieron emprender una travesía en globo
Sentados en la galería de su casa, en Cardales, Leticia Marqués (61) y Carlos Niebuhr (71) contemplaban la quietud de su jardín. No recuerdan si era un día de semana o de fin de semana, porque para ellos –los dos ya están retirados– no había gran diferencia entre unos y otros.
De repente, Marqués cortó el silencio: “Carlos, ¿qué vamos a hacer a partir de ahora? ¿Qué vamos a hacer el resto de nuestras vidas? ¿Esperar a que nos vengan a visitar?”
Esa tarde, hace poco más de un año, el matrimonio ideó una travesía que están a punto de concretar. A fin de mes, la pareja partirá a recorrer la Argentina con su camioneta y una casa rodante de arrastre. Pero esa es solo una parte de la aventura: en la caja del vehículo, la maestra jardinera retirada y su marido, ex administrador de consorcios, llevarán su globo aerostático. “La idea es volar por encima de pueblos y de paisajes de todo tipo. Queremos tener una experiencia de vida distinta”, explica Niebuhr, que desde joven es, por hobby, piloto de avión e instructor de vuelo de planeador.
Dentro del rubro aeronáutico, él y su mujer son conocidos como “Carlos y Leti”, o simplemente como “los del globo”. Y es que son el único matrimonio del país conformado por instructores de este deporte, considerado el método de vuelo más antiguo de la humanidad. El primero en acercarse al deporte fue Niebuhr, hace unos 20 años. Se convirtió en piloto comercial de globo y en instructor. En todos estos años, asegura, su mejor alumna fue Marqués, quien ahora también es piloto comercial de aeróstatos. A principios de 2020, ella se convirtió en la primera persona en el mundo en volar en Globo Solar, un globo que flota en el cielo sin combustible. Esta aeronave asciende únicamente debido al calor que produce el sol sobre el nylon y aterriza nuevamente sobre el suelo gracias al enfriamiento del globo que se logra al liberar parte de su aire caliente a través de ventiles. El vuelo aerostático es una parte fundamental de su relación. Tal es así que hasta se casaron sobre un globo. “Yo tenía 42 y él, 52. Yo soy viuda. Cada uno tiene sus propios hijos y nietos”, explica Marqués. “Recién empezábamos a volar en globo, pero ya nos encantaba. Nos casamos en la canasta, antes de despegar. Leti tiró el ramo desde la barquilla y salimos volando. Un compañero nuestro hizo de piloto”, suma su marido, hoy presidente del Club Aerostático Argentino. Él y su mujer son, además, los pilotos oficiales del globo de la Fuerza Aérea Argentina. En los últimos años, el matrimonio ha emprendido travesías de pocos días por Ecuador, Paraguay y Colombia. Pero su mayor aventura, su gran proyecto tras el retiro profesional, todavía no ha empezado. No saben cuánto durará, prefieren no hacer planes. “Vamos a ir de pueblito en pueblito, sin apuro, sin tiempo. Cada día, vamos a ir a donde decidamos esa mañana. No nos interesa llegar a algún lugar en particular, sino dejarnos llevar y disfrutar de la experiencia, de la gente, del vuelo. Para mí, este es el comienzo de una nueva vida”, cuenta ella. Destaca también que el principal beneficio de viajar a su edad es el hecho de ya no tener hijos chicos a cargo.
De todas formas, ni Marqués ni su marido quieren perderse los eventos familiares importantes. Es por eso que diseñaron un plan para poder viajar por el país y, al mismo tiempo, hacer recreos y volver a Buenos Aires cuando quieran o lo necesiten.
4 | en motorhome, junto a sus perras, recorre las rutas argentinas
“Soy de Tauro. Y Dragón. Cuando algo se me pone en la cabeza estudio mucho el escenario”, dice Cristina Le Mehauté, paisajista, que a los 70 años recorre el país a bordo de una motorhome tuneada por ella misma. Tauro es uno de los dragones del Zodíaco conocido como el “toro sagrado”, lleno de energía positiva. Proactiva y decidida a dar una vuelta de página en el libro de su vida, Cristina vendió sus cosas, repartió sus muebles y guardó apenas lo necesario en un mono ambiente porteño al que vuelve poco. De viaje por las rutas argentinas, el objetivo que se planteó hace dos años sigue siendo el mismo: entrar en contacto con la Naturaleza y hacerlo a fondo, en una búsqueda constante que la llevó a recorrer distintos paisajes.
De la costa a Misiones, hoy Cristina disfruta de los colores y sabores de Tilcara. “Me costó un poco la altura, estuve tres días apunada”, cuenta desde su nueva parada. “No me interesa tanto coleccionar lindos lugares como realmente ser la protagonista de nuevas vivencias, donde conocer gente es la mejor parte del viaje. Si hoy, a los 70, me quedara encerrada mirando tele me estaría perdiendo de muchas cosas”, apunta.
La ruta la estresa un poco, confiesa. Pero cuando está al volante junto con sus perras Yelma y Yaca, pone cuarta y se entrega al camino. “Tenemos un país espectacular, Argentina es una maqueta del mundo. Me enoja cuando escucho a la gente decir ‘este país de mierda’, con la tierra virtuosa que tenemos. Quiero devolverle a la tierra un poco de todo lo que nos da”.
Cada tanto, vuelve a Buenos Aires a tomar sesiones de acupuntura o cargar comida para el viaje. “Me siento cada vez más extraña. Siempre fui de ir al teatro, visitar museos. Pero algo cambió, me están dejando de interesar las cosas que antes hacía. Fui muy consumista, muy acumuladora. Ahora entendí que los vacíos existenciales te llevan a comprar cualquier cosa”, reflexiona la arquitecta y paisajista. Ligera de equipaje, se subió a la motorhome Mercedes Benz que customizó en Chivilcoy con un especialista. Entre las imágenes que aplicó al ploteo del vehículo se destacan sus perras, flores y su caricatura asomando por una ventana. Los espacios de La Mecha (así bautizó a la motorhome), fueron clave: debían contemplar a las perras pero también un lugar para guardar el piano eléctrico y los títeres, ya que su proyecto también incluye actividades culturales.
Cristina comparte sus impresiones viajeras desde videos y recorridos que sube a su cuenta @cristinalemehaute. Su cámara se detiene en la flora, en las plantas nativas. Pero también en distintas tipologías de puertas o construcciones. Su hashtag preferido es #soloagradezco. “Es muy interesante comprender el tamaño mínimo de las ventanas en el Norte. Por los vientos que arrasan, por la tierra que vuela. Tilcara es un escándalo de belleza”, dice.
Entre las últimas anécdotas que marcaron su propio cambio de paradigma, hay una que le confirmó que el camino elegido le cambió la vida. “En Tilcara hace un frío tremendo. Tuve que comprar un pulóver y un gorro. Pero me dio muchísima vergüenza y me sentí muy ridícula porque guardaba en cajas más de 200 sombreros. Desprenderme de todo fue liberador. Doné la biblioteca y vendí todo. Solo me quedó una camita y algunos libros. Lo mínimo”, dice Le Mehauté. Y remata: “Era adicta al teléfono y las redes sociales y ahora paso días sin mirar el celu, solo me conecto para proyectar y ver mis obras junto a mi coequiper, Anahí Salva. El paisajismo sigue siendo mi pasión, me nutre y me alimenta a seguir. Si no aprovecho mi libertad, sin hijos ni nietos, estoy en problemas”. ß