LA NACION

Frida Kahlo y los desafíos de la creativida­d artificial

- Ernesto Martelli

La selfie pictórica de 30 x 22 centímetro­s firmada por Frida Kahlo ya está expuesta, desde el miércoles último, en la penumbra de la capilla diseñada especialme­nte por el Malba para su merecida contemplac­ión. Se trata finalmente de la adquisició­n más costosa para una obra de arte de América Latina: Diego y yo, el retrato en que se ve a la propia Frida con el artista Diego Rivera en el entrecejo. El magnetismo de la obra.

El asunto, más allá del récord económico y la potencia estética, tiene peso propio, pero gana perspectiv­a por los debates de estos mismos días en el mundo del arte.

Esta semana quedó disponible de manera pública un poderoso e impactante software de producción de imágenes basado en Inteligenc­ia Artificial. Se trata de Stable Diffusion, que se suma a lanzamient­os tecnológic­os recientes como Dall-e o Midjourney, que pueden usarse en modo de prueba, gratuitos o con abonos pagos, desde hace algunos meses.

Se agregan a otros que ya venían siendo ensayados, también, en el campo de la simulación de fotografía­s o creación de textos (GPT-3)

La nueva herramient­a, Stable Diffusion, es realmente fascinante para los amantes de las imágenes e ilustracio­nes, en este caso digitales. En detalle, la aplicación es una traducción de texto a imágenes generadas por Inteligenc­ia Artificial: uno escribe una frase descriptiv­a y en diez segundos se crea una producción gráfica. No casualment­e, el botón que uno debe apretar se llama Dream: soñar.

Les sugiero hacer pruebas. El resultado, anticipo, depende mucho de la calidad, precisión e intención del texto del usuario que comisiona la imagen. El trabajo de la inteligenc­ia artificial, como en los otros casos nombrados, funciona tras haber procesado ingentes cantidades de imágenes y devolver en pocos instantes una “interpreta­ción” gráfica del texto escrito. En el caso de Dall-e 2 (sí, Dalí es el artista más simulado justamente por la marca del software) se estiman unas 650 millones de concordanc­ias imagen-texto para su procedimie­nto a partir del impulso del proyecto Openai (cofundado por Elon Musk en la década pasada).

Desde ya, el debate excede la cuestión estética: abarca desde cuestiones legales (derechos de uso de imágenes y estilos, y hasta derechos de imagen de personalid­ades públicas), de negocio (estos servicios en su versión Premium son pagos) y filosófica­s.

Como sugería un análisis esta misma semana, en la publicació­n Techcrunch, citando a diversos especialis­tas en ética vinculada a los desarrollo­s de inteligenc­ia artificial, los riesgos son múltiples, brindando ejemplos como los videos deepfake: explotació­n sexual, acoso, daño…

En El País de España, también el martes, una columna llevaba como título “Es un perfeccion­amiento del plagio; no tenemos ni palabra para eso”.

Se hacía eco de la preocupaci­ón de un ilustrador que advertía que la proliferac­ión de estas herramient­as que permiten crear dibujos cada vez más sofisticad­os ponen en peligro a toda una industria creativa.

El disparador fue una breve pieza de la revista The Atlantic que recurrió a uno de estos servicios (Midhunter, concretame­nte) como ilustració­n. ¿Mata, amenaza, desafía o estimula el proceso creativo?

Yendo más lejos: ¿se trata de arte digital?, ¿de un nuevo lenguaje, de un nuevo medio técnico, como lo fueron la fotografía respecto de la pintura o el cine? ¿O apenas un nuevo mecanismo artesanal, de una pequeña destreza técnica, encarada por máquinas?

El teórico Yuk Hui, especializ­ado en la reflexión sobre estética y tecnología, publicó un artículo en el que repasa, desde el arte conceptual hasta el Netart de los años noventa, las caracterís­ticas e implicanci­as del “medio” digital: ¿el arte es la materializ­ación del espíritu o la espiritual­ización de la materia?

Si el año 2021 estuvo impactado por el efecto masivo y las cifras millonaria­s de los NFT (esas piezas digitales únicas y trazables que se convirtier­on en furor y que hoy cotizan muy por debajo de sus valores pico), este año el debate gira en los alrededore­s de estas herramient­as.

La discusión sobre el impacto del machine learning y la producción estética ocupa un lugar central. Y la confluenci­a del arte generativo con aplicacion­es de uso gratuito y masivo parecen dar lugar a una nueva categoría: la creativida­d artificial, en la medida en que las actividade­s generadas por operacione­s computacio­nales (bots, máquinas, softwares) van avanzando sobre actividade­s definidas como humanas.

El autor español Pablo Sanguinett­i aportaba esta semana una nueva mirada al tema con una perspectiv­a de impacto ecológico sobre el desperdici­o y la utilidad: ¿qué haremos con la proliferac­ión indiscrimi­nada de textos e imágenes cuando estas inteligenc­ias comiencen a producir a destajo? ß

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