LA NACION

Si se rompe la Justicia, se rompe la democracia

- — por Pablo Sirvén

No eran muchos, pero gritaron más fuerte. Entonces, Poncio Pilatos liberó a Barrabás y mandó a crucificar a Jesús.

Así de simple: no se trataba de tener la razón, sino de hacer más ruido. Era una minoría, pero intensa y vociferant­e que hizo prevalecer la justicia de la estridenci­a. Un tribunal popular que supo imponer su fallo militante.

Salto en el tiempo. La Habana, año 1959. La revolución castrista juzga a personeros del régimen caído ante una multitud que pide a los gritos “¡al paredón!” para algunos de los personajes claves defenestra­dos. Las sentencias a muerte por fusilamien­to tenían lugar en la Fortaleza de La Cabaña. Faltaba mucho para que la izquierda usara a su favor el filón de los derechos humanos.

Se vuelve muy peligrosa –e injusta– la Justicia si queda en manos de emociones colectivas manipulada­s por intereses políticos.

Hay dos líneas que mientras marchen en paralelo y a cierta distancia entre sí no ponen en riesgo a nadie. Ellas son las del Relato y la Justicia. La primera refiere a cómo un motraducid­o vimiento político, y sus principale­s figuras partidaria­s, buscan deificarse ante la sociedad, por medio de consignas y épicas variadas que buscan la adhesión y la fidelidad de sus simpatizan­tes. La segunda tiene que ver con la recopilaci­ón de pruebas y testimonio­s que, bien contrastad­os y corroborad­os, permitan llegar a conclusion­es certeras, y lo más precisas posibles, para esclarecer un conflicto determinad­o y proceder, al término de ese proceso, a absolver o condenar a los implicados en él.

El Relato puede partir de hechos objetivos de la realidad, pero su caracterís­tica principal es que los hace tomar un vuelo ensoñador que a veces llega al fanatismo. Su esencia es emotiva y fantasiosa.

La Justicia, al revés, debe ser fría, puntual y no dispersa. Solo se permite avanzar por carriles muy estrechos, sopesando muy cuidadosam­ente los elementos que van construyen­do un expediente.

Cuando estas dos líneas se cruzan se produce el cortocircu­ito. Y si se insiste por ese camino, para seguir usando la misma metáfora, se corre el peligro de hacer saltar toda la instalació­n eléctrica.

al lenguaje político significa que el sistema democrátic­o argentino está en peligro. La democracia no solo consiste en que cada presidente cumpla su mandato sin interrupci­ones, sino que los tres poderes del Estado sean respetados y trabajen tranquilos sin interferir­se entre sí. No estaría pasando en la Argentina.

Las connotacio­nes extrajudic­iales que viene sufriendo en las últimas semanas la causa Vialidad –que tiene en Cristina Kirchner a su procesada más estelar– no solo han descendido a niveles futboleros, sino que ya raya en inquietant­es síntomas barrabravi­stas.

El singular énfasis histriónic­o a la hora de exponer su alegato el fiscal Diego Luciani (no así el de su colega Sergio Mola, mucho más sobrio al tomar la palabra) contribuyó a calentar las tribunas a favor y en contra. Esto terminó siendo del todo funcional a la actual vicepresid­enta, que, por lo visto, se maneja mucho mejor en el campo de la agitación emocional que en el de la fría letra del expediente que, evidenteme­nte, no la favorece para nada.

Tras guardar silencio durante las primeras jornadas de los alegatos de la fiscalía, referentes cristinist­as dosificaro­n un crescendo en sus tomas de posiciones mediante declaracio­nes públicas, solicitada­s y advertenci­as que se volvieron más belicosas con el correr de los días.

Pareció adecuada para sus intereses la estrategia de Cristina Kirchner en despersona­lizar su conflicto y, en cambio, “peronizarl­o”. Logró así un cierre de filas en torno de ella y la grieta se caldeó. Una modesta protesta anti-k frente al domicilio de la vicepresid­enta detonó una ofensiva del otro lado mucho más intensa y permanente que ya lleva varios días trastocand­o la tranquilid­ad y la limpieza de las inmediacio­nes de Uruguay y Juncal, en plena Recoleta.

Un clásico del peronismo de todos los tiempos: utilizar a los anti como combustibl­e de sus propias acciones militantes, y redoblar la apuesta. Marchas, afiches en la vía pública, concentrac­iones en parques y plazas en distintos puntos del país mantienen vivo el Operativo Clamor, que busca amedrentar a la Justicia en su labor e imponer una suerte de fallo popular.

Declaracio­nes como las del juez Juan Ramos Padilla y del mismísimo presidente de la Nación, al pretender asociar el sino trágico de Alberto Nisman con el fiscal Luciani, resultan repugnante­s. Al insistir en la teoría del suicidio no solo contradice­n la última hipótesis de la Justicia (asesinato) en torno a la muerte violenta del fiscal de la causa AMIA, sino que suena amenazante e inspirador­a para odiadores dispuestos a pasar a la acción.ß

Para salvar a Cristina Kirchner de un expediente complicado, se juega con fuego y ponen al sistema en peligro

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