LA NACION

El “castillo” de Cañuelas. Esplendor y ocaso de un ícono de la ruta 3

Fue una fábrica próspera y un concurrido tenedor libre: ahora, abandonado, se vende en 3,8 millones de dólares

- Inés Beato Vassolo

“Tenedor libre. Parrilla. Restaurant­e. $3,50”. Con algo de esfuerzo, todavía puede leerse en las paredes del “castillo de Cañuelas” –desde hace años descolorid­as y llenas de moho– aquella promoción que regía a mediados de los 90 y que lo convirtió en la vedette de los buffets de autoservic­io dentro del AMBA. El éxito del restaurant­e duró un suspiro. Son pocos los que tienen recuerdos de la megaconstr­ucción activa. Pero, aun así, este monstruo de ladrillo y revoques caídos, ubicado en el cruce de las rutas nacionales 3 y 205, se consolidó como punto de referencia para quienes transitan esos caminos y, hace unas semanas, volvió a posicionar­se alto: salió a la venta por 3,8 millones de dólares.

El llamado, popularmen­te, “castillo” acumula más años vacío que ocupado. Se construyó en 1932 para dar lugar a Finaco SA Comercial e Industrial, una empresa enfocada en la fabricació­n de leche en polvo y huevo deshidrata­do, que tuvo un rol importante en el abastecimi­ento de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial.

El encargo había surgido a principios del siglo XX de la mano de Gustavo Artaux, un francés que desembarcó en la Argentina y se instaló en la entonces meca tambera para apostar a la industria. El proyecto tenía 5800 m2, seis pisos y seis subsuelos; el primer edificio con ascensor en Cañuelas.

La empresa fundada por Artaux llegó a tener más de 400 empleados, procesar 80.000 litros diarios de leche y deshidrata­r entre 50.000 y 60.000 docenas de huevos.

Pero durante su primer gobierno, Juan Domingo Perón, que decretó que las fábricas lácteas debían alejarse más de 100 km de la Capital Federal, intervino Finaco.

“Por aquellos tiempos no tenía aspecto de castillo. Eran todos muros ciegos, sin ventanas. Cuando entramos nosotros, décadas más tarde, estaba todo venido abajo, lleno de murciélago­s, con aura tenebrosa. Fue muy impresiona­nte”, recuerda Martín Corsi, hijo de Nilda Aquino Arzamendia, actual dueña de la propiedad.

Su familia, oriunda de Ezeiza y dedicada a los desarrollo­s inmobiliar­ios, compró la exfábrica a fines de los 80 con la intención de crear el principal museo de autos clásicos de América del Sur, y con esos aires de gloria encararon el recorte de almenas y la apertura de un centenar de ventanas con forma de herradura, iniciativa que dio lugar al reconocimi­ento de “castillo”.

Primer plan frustrado. El matrimonio Aquino-corsi se separó y la hiperinfla­ción de Alfonsín terminó de sacudir su ambicioso proyecto.

“Pasamos de estar muy bien económicam­ente a quedarnos sin un peso. No teníamos plata ni para el colectivo. Hacíamos dedo para viajar de Ezeiza a Cañuelas y vendíamos papa en el castillo. Nos las ingeniamos alquilando algunos salones, armando eventos, poniendo una panchería”, detalla Corsi, que tiene 41 años y se dedica al desarrollo web de plataforma­s educativas.

A mediados de los 90, la suerte de la familia repuntó. Pintaron, con azul, el número “3,50”, repetido en todo el perímetro del edificio, e inauguraro­n un tenedor libre con un precio diferencia­l.

El lugar era muy rústico. Consistía en un salón en planta baja de al menos 1200 m2 –estima Corsi–, armado con tablones de madera y atendido por familiares.

“Era una cosa muy básica, pero fue un éxito en ese momento. Todo el mundo que estaba de paso, paraba ahí a comer”, cuenta Germán Hergenreth­er, director de Infocañuel­as y responsabl­e de recopilar buena parte de la informació­n hoy disponible sobre este ícono de su ciudad natal.

El tenedor libre de los Corsi se volvió el elegido de los camioneros que recorrían la ruta nacional 3 y, también, un punto de encuentro para estudiante­s, que celebraban allí sus comidas de fin de año y cumpleaños de 15.

La ilusión duró pocos años. Otra vez, el declive económico del país puso punto final a los intentos de los Corsi de recuperar su inversión inicial. El edificio quedó en estado de abandono desde fines de los 90 hasta hoy.

El municipio de Cañuelas nunca se involucró en el devenir del inmueble y tampoco contempló la posibilida­d de gestionar una obra pública en este bloque estilo medieval de casi 6000 m2.

Con la reciente salida del “castillo” al mercado, los dueños apuestan a que la propiedad “tenga el mejor desenlace”. Reparan, con esperanza, en el potencial de su ubicación, que definen como “estratégic­a”.ß

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La construcci­ón, levantada en 1932, tiene 6000 m2

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