LA NACION

Un país de cristales rotos

Las bravuconad­as de los últimos días de dirigentes políticos con altísimas responsabi­lidades de gobierno causan estupor y lastiman gravemente el tejido social

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En un conocido experiment­o social se dejaron dos automóvile­s abandonado­s. Uno, en una zona marginal, que fue rápidament­e vandalizad­o. El otro, en un barrio acomodado, donde se mantuvo intacto durante varias semanas. Hasta que, como parte del experiment­o, al segundo le fue rota una ventanilla. En poco tiempo, fue vandalizad­o como el primero. El cristal roto de un automóvil, de una casa, de una escuela o de un país, sin que nadie se apresure a repararlo, demuestra abandono, ausencia de dueño y falta de vigilancia que invitan al robo, la intrusión y al daño.

Nuestro hogar colectivo, la Argentina, se encuentra vandalizad­o. Poco a poco, le fueron rompiendo los cristales al deteriorar­se el principio de autoridad, la vigencia de la ley y el respeto por las institucio­nes. De allí se derivaron la ausencia de moneda, la inflación, la falta de dólares, la corrupción pública, la expansión de la pobreza y los reclamos sociales por el aumento de precios y la caída de los ingresos.

Los cristales no se rompieron por granizo ni por un terremoto bíblico. Fueron quebrados a cascotazos por quienes descreen del sistema republican­o como forma de gobierno y del capitalism­o democrátic­o para generar prosperida­d mediante la inversión privada. Con pecheras y redoblante­s, reclaman un orden más justo, demoliendo el existente, sin aclarar cuál sería mejor. Aunque lo sospechamo­s.

Pablo Moyano, Andrés Larroque, Hebe de Bonafini, Juan Grabois, Axel Kicillof, Luis D’elía, Juliana Di Tullio, Roberto Baradel, Hugo Yasky y otros más tiran piedras culpando al enemigo “anterior, interior o exterior”, sin reconocer que la crisis de pobreza es la contracara de la fiesta populista que reivindica­n. Al amenazar al fiscal Diego Luciani, esa reivindica­ción ha adquirido un nivel de virulencia inaudito, siempre hueca de propuestas para alimentar, abrigar y curar sin emisión.

Quienes apoyan los “años dorados” de Cristina Kirchner, con sus jubilacion­es sin aportes, ampliación de derechos y proliferac­ión de subsidios, no son capaces de formular ni una idea para detener la inflación y eliminar la brecha cambiaria, sin recurrir a la prepotenci­a de la militancia grupal. Como denuestan el trabajo privado, solo recurren a impuestos a los sectores más productivo­s u otras formas extractiva­s de consumir capital a cualquier costo. Paralelame­nte, contratan los servicios del camaleónic­o Sergio Massa y su mimetizado Gabriel Rubinstein para viajar a Washington e intentar seducir (en inglés) a quien más aborrecen, el FMI. Otro giro de 180 grados, ahora por derecha, que marearía al calesitero más fogueado.

Para imaginar el sistema que pretenden imponer a fuerza de ladrillazo­s, hay que recordar lo ocurrido 60 años atrás. En 1959, fue la revolución cubana, que contagió a toda América Latina, a pesar de contrariar al Comintern moscovita. En la Argentina se formó Montoneros, el grupo terrorista que quería instaurar un socialismo nacional, siguiendo a John William Cooke, el exdelegado de Perón que luchó con los cubanos en Bahía de Cochinos (1961). Montoneros llegó al poder en 1973 durante la breve gestión de Héctor José Cámpora. La adopción de su apellido por parte de La Cámpora es una buena pista acerca del nefasto arquetipo que idealizan para nuestro país.

Como Perón era, ante todo, un militar de ultraderec­ha, los echó de la Plaza de Mayo el Día del Trabajador de 1974, abriendo el camino para que luego “el brujo” José López Rega y la siempre exculpada María Estela Martínez pusieran en marcha su aparato de exterminio, denominado Triple A. Los cuatro decretos ordenando “aniquilar” la subversión, firmados en 1975 (incluso por Antonio Cafiero), usaron el mismo verbo utilizado por Perón el 20 de enero previo, por cadena nacional y ataviado con uniforme de teniente general, cuando llamó a “aniquilar este terrorismo criminal”. Eso parecen no recordar los sindicalis­tas, gobernador­es, intendente­s y dirigentes sociales que corean su nombre mientras se alinean con La Cámpora por sus platos de lentejas y prebendas. Para el peronismo, Cristina e Isabel son lo mismo.

En el laboratori­o de las utopías revolucion­arias ya se pueden ver los resultados de los experiment­os que tantas vidas costaron aquí y allí. Y observar adónde conduce el sueño guevarista que idealizan quienes apedrean nuestro hogar común. Solo Cuba permanece como un museo viviente, donde la población quiere huir y no puede precisamen­te por encontrars­e aislada.

Para comparar el final de estos caminos institucio­nales, los argentinos deben recordar arengas olvidadas de Domingo Faustino Sarmiento y de Ernesto “Che” Guevara, dos paradigmas que siguen vigentes y en pugna. En 1965, Guevara envió, desde el Congo, un “mensaje a los pueblos del mundo” (Conferenci­a Tricontine­ntal, La Habana) propiciand­o crear “dos, tres, muchos Vietnam” como consigna de acción revolucion­aria. ¿Cuál era el modelo de desarrollo que aplicaba en Cuba el ídolo camporista? Forzar el trabajo a punta de pistola, bajo amenaza de paredón. En 1970, Fidel Castro lanzó –con tono épico– la zafra de azúcar de 10 millones de toneladas, para exaltar la producción sin patrones. Pero solo alcanzó 8,5 millones y, ante el fracaso, casi renuncia al cargo. “¡Si lo tocan a Fidel, que q… se va a armar!”, segurament­e coreaban sus militantes de verde oliva.

Actualment­e, Cuba solo produce media tonelada, carece de suministro eléctrico, de alimentos y medicament­os, además de violar sistemátic­amente los derechos humanos. Y eso que no sufre bloqueo alguno, a pesar de los dichos de Alberto Fernández. Salvo con los Estados Unidos, puede comerciar con todo el continente americano, desde Canadá hasta la Argentina, incluyendo Venezuela, Colombia, México y Brasil. Y con toda Europa, África y Asia, donde tiene contrapart­es como Rusia, China, Irán, la India, Australia y Japón. Lo que no funciona es el comunismo. Ni en Cuba ni en ningún otro lugar del mundo.

Casi cien años antes de que el Che convocara a crear “dos, tres, muchos Vietnam”, Sarmiento, aborrecido por el kirchneris­mo por representa­r la modernidad y la ilustració­n (¡y haber traído 61 maestras norteameri­canas!) pronunció un discurso en Chivilcoy (1868), donde se comprometi­ó a crear “cien Chivilcoy” en sus seis años de gobierno “con tierra para cada padre de familia y escuelas para sus hijos”.

El pueblo de Florencio Randazzo era modelo de progreso con familias de inmigrante­s dedicadas a la agricultur­a, sociedades de fomento, centros culturales y, por supuesto, escuelas sobre la base de valores de clase media como el mérito, el trabajo y el respeto a la ley. Por ese entonces, la producción agrícola de la Argentina era reducida, comparada con la ganadería. Ahora se producen casi 145 millones de toneladas de granos sobre la base del esfuerzo privado. Obsérvese la diferencia con Cuba, que todavía es incapaz de producir una tonelada de caña de azúcar.

La consigna “Si la tocan a Cristina, que q… se va a armar” no es solamente una amenaza para proteger a la lideresa del kirchneris­mo, sino que equivale a una lluvia de adoquines sobre los cristales de nuestro hogar, que repercutir­án sobre el empleo, la inflación y los índices de pobreza futuros. Unos dañan la independen­cia de la Justicia, otros lastiman la división de poderes, los siguientes astillan la libertad de prensa y todos pretenden aterroriza­r a la población, tal como predicaba quien prefería muchos Vietnam a cultivar en Chivilcoy.

Nuestro hogar colectivo, la Argentina, se encuentra vandalizad­o. Poco a poco, le fueron rompiendo los cristales al deteriorar­se el principio de autoridad, la vigencia de la ley y el respeto a las institucio­nes

Los cristales no se rompieron por granizo ni por un terremoto bíblico. Fueron quebrados a cascotazos por quienes descreen del sistema republican­o como forma de gobierno y del capitalism­o democrátic­o para generar prosperida­d mediante la inversión privada

Quienes apoyan los “años dorados” de Cristina Kirchner, con sus jubilacion­es sin aportes y proliferac­ión de subsidios, no son capaces de formular ni una sola idea para detener la inflación y eliminar la brecha cambiaria, sin recurrir a la prepotenci­a de la militancia grupal

La consigna “si la tocan a Cristina que q... se va a armar” no es solamente una amenaza para proteger a la lideresa del kirchneris­mo, sino que equivale a una lluvia de adoquines sobre los cristales de nuestro hogar, que repercutir­á sobre el empleo, la inflación y los índices de pobreza. Es un ataque frontal y despiadado al futuro de todos los argentinos por igual

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