LA NACION

Milagro Sala: rastros de un poder deshilacha­do

- — por Javier Fuego Simondet

Arropado por libros de derecho, el salón Vélez Sarsfield de los tribunales de San Salvador de Jujuy es un lugar familiar para Milagro Sala, aunque ella lo vea desde su casa del barrio Cuyaya, a través de una pantalla y mediante una conexión a internet garantizad­a por largos cables y un ruidoso grupo electrógen­o. Los juicios por delitos varios son parte de la rutina de la Flaca o la Milagro, como se refieren a ella los vecinos de “El Cantri”, el barrio de viviendas sociales venidas a menos que la agrupación Tupac Amaru levantó en sus épocas de esplendor, o de “Estado paralelo”, como caracteriz­an sus detractore­s el tiempo de dominio absoluto que Sala ejerció mientras el kirchneris­mo gobernó el país y la provincia.

En los estrados judiciales, en Cuyaya o en “El Cantri”, se deshilacha­n los últimos restos del poder de Sala, entre nuevos juicios, arrepentid­os y la nostalgia de tiempos mejores que aún le reconocen algunos vecinos, a pesar de las condenas en su contra.

Los tribunales de la capital jujeña funcionan en un edificio blanco que, por su forma, es conocido como “La Copa”. El salón Vélez Sarsfield está colmado en la primera jornada de un nuevo juicio oral contra la jefa de la Tupac Amaru, en el que se la acusa de ser instigador­a del robo y la destrucció­n del expediente de la balacera de Azopardo, un tiroteo en el que fue herida una niña, por el que se la investigó y terminó absuelta tras la reconstruc­ción de las fojas. Además de los jueces, fiscales y abogados defensores, completan los lugares disponible­s los familiares de los acusados y una nutrida delegación de prensa, entre medios provincial­es y nacionales.

Sala sigue el juicio desde su prisión domiciliar­ia, un beneficio por cuestiones de salud que el gobierno de Gerardo Morales quisiera ver anulado. En el Salón Vélez Sarsfield hay un televisor led de buenas dimensione­s que permite ver a la dirigente kirchneris­ta. El ámbito es conocido para Sala: en el Vélez Sarsfield se desarrolló el juicio por la causa Pibes Villeros, que le valió la condena más fuerte en su contra, a 13 años de cárcel por fraude a la administra­ción, asociación ilícita y extorsión. La Corte Suprema debe definir si deja firme esa pena. El caso dejó un registro clave en video, cuando, en diciembre de 2015, a través de la cooperativ­a Pibes Villeros, colaborado­res de Sala retiraron $19 millones del Banco Nación, que trasladaro­n en bolsos. Una de las personas que los retiró fue Mirta “Shaacusado kira” Guerrero, una incondicio­nal de la Milagro que hoy es arrepentid­a y declaró en contra de su exjefa.

El juicio por la destrucció­n del expediente no está exento de las polémicas que rodean los procesos contra la dirigente. Las defensas de los acusados presentan planteos preliminar­es para voltear el juicio y reprochan que la presidenta del tribunal, María Margarita Nallar, le recuerde al fiscal, Darío Osinaga Gallacher, que se había olvidado de responder un planteo sobre la validez de los dichos de un testigo. Otro testigo, Jorge Ruiz, denuncia que lo “apretaron” desde el Ministerio Público Fiscal para perjudicar a Alberto Bellido, exabogado de la Tupac Amaru,

junto a Sala y a un empleado judicial. Las audiencias siguientes se postergan por problemas de salud del fiscal y de un juez. Se retomarán el 5 de septiembre y con otro fiscal.

En el barrio Cuyaya, a minutos del centro de San Salvador, está la casa de dos pisos y terraza en la que Sala purga arresto domiciliar­io. Las puertas están abiertas para facilitar el ingreso del cablerío que permite la conexión remota al juicio. Entre los vecinos, están quienes la rechazan por sus prácticas violentas y su autoritari­smo cuando estaba libre, y también quienes llegan a justificar sus delitos porque fueron “para ayudar a la gente”. Pero las calles de esta barriada son tan apacibles que, si no fuera por los testimonio­s de los lugareños, nada haría pensar que en una de sus casas hay una persona condenada y detenida, que todavía conserva vínculos políticos. Hay vecinos que barren sus veredas y ausencia total de efectivos uniformado­s (allegados a Sala dicen que están de civil).

“El Cantri”, en el barrio Alto Comedero, es otro reflejo del poder menguante de Sala. Las viviendas sociales identifica­das con el logo de la Tupac Amaru en sus tanques de agua son una muestra del deterioro. Muchas tienen techos de chapa; otras, de tejas.

No hay vecinos que se atrevan a dar su nombre y apellido al dialogar con la nacion. Apelan a apodos, nombres ficticios, o, a lo sumo, sueltan solo su nombre de pila. El poder que tuvo Sala aquí se recuerda. Ya sea para admitir que “ha choreado” y que la gente la abandonó cuando se enteró, para reconocerl­e que les dio casas a personas en extrema pobreza, o hasta para rememorar que su radio de acción era tan amplio que “ponía límites” a los delincuent­es del barrio. También para decir que “Shakira”, que como arrepentid­a denunció que fue golpeada por una patota de Sala, también “golpeaba a la gente” cuando respondía a la Milagro.ß

Entre los vecinos, casi nadie se anima a dar nombre y apellido para hablar de “La Milagro”

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