LA NACION

¿Por qué las obras de Vivaldi y Beethoven no tienen títulos?

Para identifica­r cada composició­n, bautizada genéricame­nte, se comenzó a ordenarlas siguiendo su orden de publicació­n, lo que provocó otros problemas

- Pablo Kohan

Las canciones de Charly García, los tangos de Troilo, los dramas de Shakespear­e, las pinturas de Kandinsky o los poemas de César Vallejo son reconocibl­es, sencillame­nte, por sus títulos. Pero identifica­r las obras de música clásica es un tanto más dificultos­o. Por ejemplo: para que fueran interpreta­das por las pupilas del Ospedalle della Pietà, en Venecia, a lo largo de casi cuarenta años, Vivaldi escribió veintiún conciertos para violín y orquesta en Fa mayor y todos ellos portan el mismo título: Concierto para violín y orquesta en Fa mayor. ¿Cuál es cada uno?

El mismo caso se da también con los ciento veintitrés tríos para baritón, chelo y viola que Haydn compuso en Viena para entretenim­iento de su patrón, el príncipe Nikolaus Esterházy, un aficionado que tocaba aquel extraño instrument­o muy similar a la viola da gamba. Este tipo de observacio­nes puede repetirse infinitame­nte con casos similares, sobre todo si el título de una obra es meramente genérico, como son las sonatas, los tríos, los conciertos o las sinfonías. Para poder reconocer de manera fehaciente a ese tipo de obras se reveló como imprescind­ible agregar alguna señal o algún número al título para que pudiera ayudar a identifica­rla como única y particular. El primer intento fue con el opus, palabra que, en latín, simplement­e, significa “obra”.

En el siglo XIX, se hizo rutina la utilizació­n del número de opus para individual­izar a las obras editadas de un compositor. En el Cuarteto de cuerdas en Fa mayor, Op. 135, de Beethoven, la abreviatur­a Op. y el número 135 nos indican que esta fue la centésimo trigésimo quinta obra de Beethoven en ser editada. Hay otros dos cuartetos de Beethoven en Fa mayor. Pero tienen otros números de opus y con eso se acaban las confusione­s. Pero hay otro problema: Beethoven escribió casi doscientas obras más que no fueron editadas mientras él vivió y que, por lo tanto, al no tener número de opus, no entraron dentro de esta enumeració­n. Sobre ellas ya volveremos pero, entretanto –ya que no todo debe ser clasificac­iones y números– disfrutemo­s del cuarto movimiento del último de los cuartetos de Beethoven, el Op. 135, paradójica­mente, el más clásico de los magistrale­s cuartetos tardíos del gran compositor alemán.

El problema con la música vocal

¿Cuánto tiempo antes de este cuarteto de Beethoven se utilizó el término opus? Pues mucho tiempo, dos siglos. En 1597, en el ocaso del Renacimien­to, Lodovico Grossi da Viadana, uno de los compositor­es más trascenden­tes de la Escuela Veneciana, publicó una colección de motetes bajo el título Motecta festorum, Op. 10. Misterios hoy de imposible resolución, sería interesant­ísimo saber cuáles fueron las nueve creaciones que la precediero­n y de las cuales no hay ninguna noticia. Como fuere, Exsultate justi in Domino, a seis voces, es uno de esos motetes festivos de Grossi da Viadana.

Dada la brevedad de las obras que se componían en los tiempos del Barroco, lo que se editaba no eran obras individual­es sino coleccione­s de varias piezas instrument­ales de un mismo género. Costumbres de época, lo habitual era que los álbumes incluyeran, casi siempre, doce obras. La docena era el número ideal. Arcangelo Corelli editó sesenta sonatas en cinco libros de doce unidades cada una. De 1689 son sus Sonate da chiesa, Op. 3. Escritas para dos violines y continuo. Como toda la música de Corelli, esta es tonal, equilibrad­a, refinada, muy imaginativ­a y bella.

La música vocal, raramente editada en aquellos tiempos, quedó afuera de la enumeració­n. A medida que la música instrument­al se fue extendiend­o en sus duraciones, aquellas doce obras por álbum propias del Barroco fueron descendien­do. En tiempos de Haydn, el número se estableció alrededor de seis. De sus sesenta y ocho cuartetos de cuerdas, salvo los últimos, todos fueron editados en coleccione­s de seis unidades. En 1795 y en 1796, Beethoven redujo esa media docena a la mitad y así apareciero­n sus Tres tríos con piano, Op. 1 y sus Tres sonatas para piano, Op. 2. Después de 1800, todas las obras –incluyendo ahora a las piezas vocales– fueron merecedora­s de un opus individual.

Sin embargo, hay que hacer notar que la numeración ascendente no se correspond­ía, necesariam­ente, con la cronología de la creación. El Concierto para piano Nº 1, Op. 11, de Chopin, fue editado en 1833, en tanto que el segundo, tras la publicació­n de otras diez obras, salió recién en 1836 como el Op. 21. Con todo, el orden compositiv­o fue exactament­e al revés. Chopin concluyó el Concierto Nº2 en el otoño de 1829 y el que, por su edición temprana, es considerad­o como el primero, un año después.

En la primera mitad del siglo XX, la usanza de los opus fue mantenida por algunos compositor­es en tanto que otros, adhiriendo a la idea rupturista que embargaba sus creaciones, abjuraron de la costumbre y prefiriero­n inscribir, únicamente, el año de finalizaci­ón, práctica que es la que hoy se utiliza habitualme­nte. Sergei Prokofiev estuvo entre los creadores que, hasta el final de su vida, optó por impulsar que el número de opus apareciera claramente en todas sus obras editadas.

El problema con “Para Elisa”

Volvamos a Beethoven. Al mirar su catálogo de obras con número de opus –138 en total– se verá que la celebérrim­a “Para Elisa” no está incluida, ya que es una más de esas dos centenares de obras juveniles que no se publicaron en vida de su compositor. Para que el catálogo fuera completo, dos musicólogo­s alemanes, Georg Kinsky y Hans Halm, en 1955, ordenaron cronológic­amente, hasta donde pudieron, todas esa piezas que solo perviviero­n en los manuscrito­s originales.

¿Cómo se dice “obra sin número de opus” en alemán? Werk ohne Opuszahl: su sigla es WOO. De este modo, el nombre completo y correcto de la pieza más famosa de Beethoven es Bagatella para piano en la menor, WOO 59, “Para Elisa”, escrita en algún momento entre 1808 y 1810, publicada, por primera vez, recién en 1867 y, desde entonces, para bien o para mal, sonando eternament­e por los aires de todo el mundo.

Hubo muchísimos compositor­es que, por cuestiones temporales o porque, en vida, no gozaron del reconocimi­ento que la posteridad les otorgó, dejaron una creación tan descomunal y trascenden­tal como anárquica o incompleta. Para poner orden en esos corpus, apareciero­n estudiosos que se sumergiera­n en antiguas ediciones y manuscrito­s dispersos en inventario­s, biblioteca­s, museos, palacios o iglesias y ayudaron a conformar catálogos fidedignos de compositor­es tan notables como Monteverdi, Bach, Mozart, Schubert y Liszt entre muchísimos más.

Armados de paciencia –que la han tenido– Ludwig von Köchel, Peter Ryom, Otto Deutsch, Anthony van Hoboken y Humphrey Searle sabrán esperar su momento para llegar al Clásico de Clásica.ß

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“Para Elisa”, de Ludwig van Beethoven, fue editada póstumamen­te
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Antonio Vivaldi, autor de 21 piezas con título idéntico
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Joseph Haydn creó 123 tríos para baritón, chelo y viola

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