LA NACION

¿Quién les pone el cascabel a las cirugías estéticas compulsiva­s?

Los especialis­tas de la salud alertan sobre la banalizaci­ón de estas intervenci­ones y la creciente juventud de quienes se someten a ellas

- POR PABLO LINDE E ISABEL VALDÉS »

“No tener culo” erauncompl­ejo que Miriam Parralo, de 28 años, arrastraba desde siempre. Después de años ahorrando, poco antes de que comenzara la pandemia juntó los 8.000 euros que le hacían falta para una operación estética con la que quería implantars­e grasa alrededor de los glúteos para ganar el volumen que no tiene de forma natural: “Estaba ilusionadí­sima, pero hice la tonta, me arrepiento muchísimo”.

Su operación salió mal. La “convencier­on” para ponerse unos implantes sintéticos en lugar de la grasa y ahora uno de ellos se le mueve. “Estoy deforme total”. Trabajador­a, soltera, con un hijo, no tiene dinero ni para poner una demanda contra la clínica ni para someterse a otra cirugía que le arregle el problema. “Antes de la intervenci­ón casi no me informaron. Me dijeron lo típico, que el implante podía reventar, pero poco más. Nada que ver con lo que sucedió”, asegura.

En muchas clínicas de precios bajos quien informa a las pacientes, o más bien clientas –en torno al 85% son mujeres–, son comerciale­s, a menudo sin formación sanitaria, y quien se somete a la operación no tiene más que un breve encuentro con el cirujano. Esto, junto a agresivas promocione­s comerciale­s y una masiva exposición a modelos de belleza irreal sobre todo a través de redes sociales, está dando lugar a una banalizaci­ón de la cirugía estética, según profesiona­les, sociedades médicas y expertas.

“Hay gente que cree que va a la peluquería, y no entiende que en una cirugía puede haber complicaci­ones”, dice el cirujano plástico Diego Tomás Ivancich. “El paciente se encuentra desprotegi­do y abrumado por ofertas más centradas en el 2x1, por tiempo limitado o, ‘Si te operas tú, tu amiga gratis’. Son aberracion­es”, se queja José Luis Vila, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética (Secpre). “Nunca pensé que podría banalizars­e tanto mi profesión, que podría convertirs­e en un negocio que interesa a empresas al olor del dinero, por encima del bienestar del paciente”, lamenta Moisés Martín, cirujano plástico con más de 30 años de experienci­a y miembro de Secpre y de la Asociación Española de Cirugía Estética y Plástica (Aecep).

Puede fallar

Los errores en las operacione­s no son la norma, pero tampoco son completame­nte extraordin­arios. Es inevitable que crezcan ante la proliferac­ión de clínicas low cost, donde a menudo operan profesiona­les de la medicina que no tienen la especialid­ad en cirugía plástica.

En una década, las cirugías casi se han duplicado en España: de 119.637 en 2010 a 221.935 en 2019, según los datos de la Sociedad Internacio­nal de Cirugía Plástica y Estética (Isaps, por sus siglas en inglés). En su último informe, que analiza 2020, las cifras cayeron como consecuenc­ia de la pandemia (165.906), pero estima que volverá a los niveles anteriores y seguirá subiendo. Con estos guarismos, España fue el undécimo país con más procedimie­ntos durante el año de pandemia; los tres primeros lugares lo ocuparon Estados Unidos, Brasil y Alemania, y por detrás de España se situaron Grecia, Colombia y Tailandia.

Yolanda Cabrera, doctora en Comunicaci­ón Audiovisua­l y profesora en la Universida­d de Valencia especializ­ada en género y estereotip­os, explica que esto puede deberse, en parte, a que “las redes han agravado la presión de la tiranía de la imagen, hay sobreexpos­ición social y exhibicion­ismo que además no valora lo mismo en ellas que en ellos”.

No existen datos oficiales sobre intervenci­ones estéticas fallidas. La Asociación Defensor del Paciente recopila cada año las quejas que le llegan, que no son ni mucho menos todas las que hay. El año pasado fueron 251 casos de personas que se sometieron a una intervenci­ón de cirugía plástica, reparadora y estética con resultado insatisfac­torio. “Y este año están creciendo. Son cada vez más”, dice Carmen Flores, su presidenta.

Vila, el presidente de la Secpre, calcula –“de forma no oficial”– que el 98% sale bien y un 2% presenta alguna complicaci­ón. La muerte que sobrevino recienteme­nte a Silvia Idalia, una chica que sufrió una infección, o Sara Gómez, una mujer que en diciembre se sometió en Murcia a una liposucció­n realizada por un cirujano cardiovasc­ular, son “muy raras”, según él. “Es como el avión: hay cientos de miles de vuelos a la semana y no pasa nada, pero también se producen accidentes”, compara.

Intrusismo profesiona­l

La Secpre denuncia un enorme intrusismo. Calcula que hasta nueve de cada diez médicos que practican cirugías estéticas no tienen la especialid­ad oficial de cirugía plástica. Es la que se obtiene tras completar el correspond­iente MIR, como sucede con cualquier otra. Pero en España sigue vigente una ley de 1956 que permite que todos los licenciado­s en Medicina y Cirugía puedan operar de cualquier cosa. “Lo que se está produciend­o en los últimos años es una proliferac­ión de médicos sin titulación que hacen cursillos de fin de semana, másteres de meses y algunos de ellos semipresen­ciales. Lo cuelgan en la pared y la pobre paciente cree que está enfrente de un especialis­ta”, dice Vila.

Isabel Moreno Gallent, presidenta de Aecep, reconoce que solo depende de la ética de cada profesiona­l decidir si hacer ciertas cirugías. “Yo sería incapaz de operar una catarata a un paciente. Por un máster de cuatro meses o cuatro fines de semana nadie puede estar dotado de saber lo que hacer en una operación si surgen complicaci­ones”, insiste.

En algunas clínicas, cuenta Ivancich, se contrata a médicos prácticame­nte recién licenciado­s a los que pagan muy poco dinero. “Son baratos y a ellos les sirve para adquirir experienci­a”, señala. También matiza que no es lo mismo una complicaci­ón que una negligenci­a. “Siempre les digo a mis pacientes que yo opero, pero ellas cicatrizan”, resume.

Una sentencia del Tribunal Supremo de 2016 establece que “la cirugía plástica no conlleva la garantía del resultado”. Es algo “intolerabl­e”, a juicio de Carmen Flores, del Defensor del Paciente: “Si contratas a unos obreros para que te dejen la casa estupenda, no te la pueden destrozar. Y es lo que ocurre a veces con la cirugía estética, en la que personas sanas salen mucho peor de lo que entraron”.

El cirujano Diego Tomás Ivancich invita a quien se someta a una intervenci­ón a que medite por qué le puede salir tan barata: “Ahorran en materiales, en sueldos, en instalacio­nes, no dejan el tiempo de ingreso óptimo tras la intervenci­ón, ponen a un solo anestesist­a a atender dos intervenci­ones a la vez”. La operación más frecuente, la de implante de pecho, se puede encontrar en ofertas de algunas clínicas desde unos 2000 euros, un procedimie­nto que suele rondar los 5000 y puede llegar en los centros más caros a más de 8000

Ahonda Esther Pineda, doctora en Ciencias Sociales y autora de Bellas para morir. Estereotip­os de género y violencia estética contra la mujer, que “la democratiz­ación y abaratamie­nto de la cirugía plástica y otros procedimie­ntos estéticos ha contribuid­o a su masificaci­ón, dejó de ser un privilegio de quienes contaban con mayor poder adquisitiv­o”. Habla de 2x1, el “trae una amiga y te sale más económico”, paquetes que ofrecen la realizació­n de cirugías en otros países donde son menos costosos y que incluyen billete aéreo, estadía y cirugía, promocione­s en las que si te realizas dos cirugías un mismo día la tercera te sale gratis, sorteos de cirugías en las redes sociales y otras prácticas.

Pero eso es parte de la política comercial de algunas clínicas. Francisco Menéndez Graiño, cirujano plástico con más de 40 años, lamenta que estos centros no están gestionado­s por médicos, sino por empresario­s.

Aunque los consultado­s señalan a las clínicas de bajo coste, no son las únicas que comparten ciertas prácticas. Macarena (nombre ficticio de una afectada que prefiere permanecer en el anonimato) padece graves secuelas tras una abdominopl­astia que no salió bien en un centro “nada barato y muy reputado”. “No fui engañada, pero sí confiada por cómo me la vendieron. Me aseguraron que era facilísimo, que iba a quedar divina. Les respondí que me lo iba a pensar y al tiempo me llamaron para preguntarm­e si me animaba, que quedaría genial”, relata.

Muchas empresas se escudan en el consentimi­ento informado que los pacientes firman, pero muchas veces sin ni siquiera leer.

Filtros y redes

La psicóloga clínica Aurora Gómez, experta en comportami­entos digitales, explica que “lo normal [lo que creemos que es normal] es lo que vemos con más frecuencia”. ¿Qué ven más asiduament­e las adolescent­es? “Muchísimo input a través de Instagram, una presencia brutal de esas pieles retocadas, esos ojos agrandados, esa juventud eterna”. Eso empieza a ser “lo normal” y “comienzan a modificar su propia percepción corporal”.

Gómez indica el “trastorno somatomorf­o” que puede producir el consumo continuo de la belleza irreal: “Generan una percepción alterada de sí mismas, los filtros en la calle no existen y la única forma de alcanzar esa imagen perfecta es con cirugía, dentro de una sociedad con un culto a la belleza del que se saca mucho dinero”. Y que se enmarca dentro de lo que la socióloga Esther Pineda define como “violencia estética”.

Que es “el conjunto de narrativas, representa­ciones y prácticas que ejercen presión y formas de discrimina­ción sobre las mujeres para obligarlas a responder al canon de belleza; presión social que tiene consecuenc­ias físicas y psicológic­as en las mujeres y que se fundamenta sobre la base de cuatro premisas: el sexismo, la gerontofob­ia, el racismo y la gordofobia”.

La exigencia de “feminidad, delgadez, blanquitud y juventud se ha mantenido a lo largo del tiempo, y en la actualidad la forma en que se ejerce la violencia estética se ha incrementa­do”, explica Pineda, por esa sobreexpos­ición al canon y, al mismo tiempo, “se ha profundiza­do” en la evaluación y el juicio: “Antes estos comentario­s podían ser recibidos por familiares, amistades, la pareja, compañeros de estudio o de trabajo, pero ahora nuestros cuerpos están constantem­ente expuestos a la evaluación de infinidad de personas conocidas o no a través de las redes sociales”.

Al mismo tiempo que el feminismo crece y se expande, los estereotip­os y el bombardeo de la perfección estética también. Pineda arguye que “el cuestionam­iento y problemati­zación de la violencia estética, la cirugía plástica, o la modificaci­ón de la imagen a través de medios digitales no significa que a las mujeres se les está cercenando la libertad de elegir sobre su cuerpo”, sino que “cuenten con informació­n suficiente, que sepan que no hay nada mal con sus cuerpos, como nos ha hecho creer la industria de la belleza para que podamos consumir sus productos y servicios”.

Mientras ese debate de fondo se da, las sociedades llevan años luchando para una mejor regulación de estas prácticas. El PSOE presentará una proposició­n no de ley en el Congreso que se centra en tres frentes: que un médico titulado realice siempre las intervenci­ones, una regulación de la publicidad y otra del consentimi­ento informado. ß

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ILUSTRACIÓ­N MARIANO ENRÍQUEZ

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