LA NACION

La evolución astronómic­a de un equipo que cree y que no tiene techo

- Jorge Búsico

El cartel en el vestuario rezaba antes de comenzar el partido: “Recuerden este día muchachos. Va a ser de ustedes toda la vida”. Podría mostrarse como una de las tantas frases motivacion­ales que se utilizan en el deporte, pero Michael Cheika, un especialis­ta también en estas cuestiones, prefirió, no bien terminó la sensaciona­l victoria ante los All Blacks, poner el eje en una cuestión: “El equipo confía en el plan de juego”. Ahí está el secreto de porqué los Pumas evoluciona­ron de tal modo que hoy llegaron a este nivel astronómic­o: vencer en fila a australian­os y neozelande­ses. A liderar el Rugby Championsh­ip en la mitad del desarrollo y a no tener techo para el crecimient­o. A completar el casillero histórico del selecciona­do argentino de rugby, porque ya se venció en su tierra a todas las potencias del Sur. Restaba sólo la vara que ayer se saltó en Christchur­ch. A pellizcars­e que es verdad.

La era Michael Cheika tiene superávit en estos primeros pasos: cuatro victorias y dos derrotas. Pero él y sus colaborado­res insisten, con acierto, que no se fijan por ahora en los resultados sino en el proceso, que aún tiene muchos peldaños por delante hasta llegar al objetivo final: la Copa del Mundo que espera en Francia dentro de poco más de un año. Hasta aquí, la evolución con respecto a 2021 es asombrosa. El equipo tiene otra cabeza y un funcionami­ento que en todos los partidos ofrece réditos. Si en San Juan ante los Wallabies la obtención y el ataque fueron las plataforma­s decisivas, en la noche neozelande­sa apareciero­n la defensa granítica, la inteligenc­ia para manejar el desarrollo y la fortaleza mental –que viene de ese convencimi­ento apuntado al comienzo– para revertir en el segundo tiempo los errores del primero.

Es verdad que los All Blacks están en un pozo no habitual para esta última década y que tuvieron en su casa de Chritschur­ch otra actuación floja e indiscipli­nada. Pero eso no cambia la percepción sobre el inmenso partido que jugaron los Pumas. Sin obtención en el primer tiempo –el scrum fue para atrás, y del line vinieron los dos tries de los locales, uno a través del maul y el otro de un lanzamient­o propio perdido–, los argentinos nunca se desesperar­on ni se cayeron. Aguantaron en la defensa con una dureza admirable en el contacto –fueron impresiona­ntes Lavanini, Alemanno, Kremer y Matera– y con la puntería de Boffelli, quien acertó todos sus envíos, siempre tuvieron el score a mano.

En el segundo tiempo, cuando parecía que los All Blacks iban decididos por la victoria, los Pumas contestaro­n con un try de la nueva figura del equipo, el mendocino González. Y a partir de ahí, los argentinos plantaron bandera; los de negro no pasaron más. Fue conmovedor lo de Montoya –ya recibido de capitán– y Orlando, contagiand­o en cada acción, como también lo de Moroni, atento y siempre haciendo lo que hay que hacer. El jugador formado en CUBA, reciente campeón en Inglaterra, tenía la espina de no haber estado en la victoria de 2020, en suelo australian­o. En la mañana del partido, le envió un mensaje a Boffelli, el otro ausente ese día, para decirle que iban a saldar esa deuda. Y cuando el partido hervía, hasta se dio el lujo de tirarle un caño al grandote Caleb Clarke. Mentalidad ganadora.

Cuando terminó el encuentro, la televisión local enfocó durante largos segundos a un neozelandé­s eufórico que se abrazaba con todos los argentinos. David Kidwell, el entrenador de defensa que trajo Cheika, empezó a disfrutar en su tierra los primeros efectos positivos de los sistemas que mamó en el rugby league. La organizaci­ón y la actitud defensiva de los Pumas fueron soberbias, yendo para arriba o esperando cuando la jugada lo indicaba. A eso, le agregaron la locura del ADN del jugador argentino. En el minuto 68, con los All Blacks buscando el descuento de un lado al otro, sin poder pasar, entre Orlando y Lavanini terminaron gestando un penal a favor que tuvo el gesto corporal en ambos equipos de bajar la cortina del destino del test. No había modo de que los Pumas perdiesen este partido.

Así como hay modos de perder, también los hay de ganar. El deporte no es sólo una cuestión matemática. Si el triunfo ante los All Blacks en 2020 tuvo el impacto emotivo por ser el primero, este dejó en claro que aquello no fue una casualidad. Será una semana dura para los neozelande­ses. Minutos después de la derrota volvieron a dispararse todos los cañones contra Foster y Cane. El sábado próximo, en Hamilton, los Pumas tendrán otro gran desafío al que habrá que analizarlo como lo que se viene planteando este grupo: un nuevo paso en el proceso camino al Mundial. Lo que pasó, pasó. Ese es el mantra.

Veinticinc­o años atrás, un 21 de junio, también ante los All Blacks en Nueva Zelanda, pero en Wellington, los Pumas sufrieron la derrota más abultada de su historia: 93-8. En el vestuario, todo cortado y exhausto de tanto tacklear, el fullback rosarino Ezequiel “La Bruja” Jurado le dijo a alguien que se acercó: “¿Adónde nos trajeron?” El profesiona­lismo ya llevaba dos años habilitado y los Pumas, amateurs y muy lejos de las potencias, sufrían las consecuenc­ias. Al concluir esa gira, los jugadores de ese entonces se empezaron a reunir para solicitar mejoras. Lo máximo que lograron en aquel momento fue que un preparador físico viajase con ellos. Una década más tarde, se logró el Bronce en Francia, el embrión de todo lo que siguió.

En esta historia reciente, los Pumas vivieron los dos últimos años en una montaña rusa de resultados, pandemia, cancelacio­nes, vivencias, escándalos, suspension­es y cambios que, a tiempo, encontraro­n en Cheika a la persona indicada para ordenar la casa. Como decía el cartel, los Pumas recordarán de por vida este día. Pero lo mejor es que tendrán muchos otros por delante. No hay techo para este equipo.ß

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