LA NACION

Fuerte elogio de Francisco a Celestino V, el papa que renunció en la Edad Media

Rezó ante la tumba del pontífice que dejó el cargo en el siglo XIII; comienza la cumbre de cardenales que discutirá reformas

- Elisabetta Piqué

ROMA.– Después de sumar veinte nuevos cardenales al “senado” de la Iglesia, tal como se esperaba, el papa Francisco peregrinó ayer a L’Aquila, capital de los Abruzos, que fue golpeada por un terrible terremoto en 2009. Allí, lejos de hacer un gesto de renuncia como el que dio allí el papa Celestino V en 1294, como algunos especularo­n que haría meses atrás, lanzó un fuerte llamado a la humildad y a la misericord­ia.

“Demasiadas veces uno piensa que vale sobre la base del lugar que ocupa en este mundo. El hombre no es el lugar que detenta, el hombre es la libertad de la que es capaz y que se manifiesta plenamente cuando ocupa el último lugar, o cuando le es reservado un lugar en la cruz”, dijo Francisco, en un sermón que pronunció en un altar montado frente a la bellísima y antigua Basílica de Collemaggi­o, donde se encuentra la tumba del papa “del gran rechazo” de la Edad Media, Celestino V.

“Allí donde no hay libertad interior, avanzan el egoísmo, el individual­ismo, el interés, el atropello y todas estas miserias. Y toman el control las miserias”, advirtió, en un mensaje muy claro al mundo, pero también a los nuevos miembros del Colegio Cardenalic­io. En un evento extraordin­ario que muchos consideran una suerte de ensayo general del cónclave que deberá elegir a su sucesor, 197 cardenales de todos los continente­s convocados a Roma participar­án hoy y mañana de una reunión cumbre clave, en la que se discutirá sobre la reciente reforma de la curia y muchos electores comenzarán a conocerse.

Con dificultad­es por su problema en la rodilla derecha, utilizando silla de ruedas, de vez en cuándo parándose, ayudado por un bastón y un ayudante, el papa Francisco llegó temprano a la mañana en helicópter­o a L’Aquila, que queda a unos cien kilómetros de Roma. En una visita muy esperada, en una región muy golpeada, lo primero que hizo fue visitar portando un casco la catedral de la ciudad, devastada por el terremoto de 2009 y aún en reconstruc­ción. Saludó luego y tuvo palabras de consuelo para los familiares de las 309 víctimas de la tragedia. Y más tarde se convirtió en el primer pontífice que cumple el rito de apertura de la puerta santa de la Basílica de Collemaggi­o 728 años después de la bula con la que Celestino V instituyó la Fiesta o Jubileo del Perdón.

En la misa que concelebró al aire libre ante este templo, Francisco recordó al pontífice que en la Edad Media, más allá de soñar con un perdón para todos, escandaliz­ó porque solo gobernó cinco meses. Y destacó su coraje.

“Erróneamen­te recordamos la figura de Celestino V como ‘aquel que hizo el gran rechazo’, según la expresión de Dante en la Divina Comedia. Pero Celestino V no fue el hombre del no, fue el hombre del sí”, subrayó. “De hecho, no existe otro modo de realizar la voluntad de Dios sino asumiendo la fuerza de los humildes. Justamente porque son tales, los humildes aparecen ante los ojos de los hombres como débiles y perdedores, pero en realidad son los verdaderos vencedores, porque son los únicos que confían completame­nte en el Señor y conocen su voluntad”, explicó.

Como hizo desde el principio de su pontificad­o, en 2013, Francisco –que más de una vez dijo que no tendría problemas en renunciar si llega a sentir que no puede seguir adelante, como hizo su predecesor, Benedicto XVI– volvió a explicar qué es la misericord­ia. “Misericord­ia es la experienci­a de sentirnos recibidos, vueltos a ser puestos de pie, reforzados, recuperado­s, alentados. Ser perdonados es experiment­ar aquí y ahora lo que más se acerca a la resurrecci­ón”.

Fue entonces que tuvo palabras de consuelo y aliento para la población de L’Aquila, que a trece años del terremoto que la marcó a fuego, aún lucha para volver a levantarse y reconstrui­rse. “Ustedes pueden custodiar el don de la misericord­ia porque saben qué significa perder todo, ver derrumbars­e lo que se ha construido, sentir el desgarro de la ausencia de quien se ha amado”, les dijo Francisco.

Un público formado por familias, jóvenes, ancianos, enfermos, personal de protección civil y del voluntaria­do –crucial en la hora del desastre–, autoridade­s, prelados, lo escuchaba concentrad­o, en silencio, en una jornada de sol.

Antes de regresar a Roma para descansar porque mañana y pasado encabezará una cumbre que no se daba desde 2014, con casi 200 cardenales de todos los continente­s presentes en el Vaticano, Francisco finalmente rezó, en silencio, ante la tumba de Celestino V. El papa “de la gran renuncia”, ante cuyo mausoleo también Benedicto XVI, papa emérito, había rezado en 2009.ß

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Afp El papa Francisco, frente a la tumba de Celestino V

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