LA NACION

Museo Nacional de Bellas Artes: cuidar nuestro patrimonio

Renunciar a la defensa de la riqueza artística y cultural del país bajo el disfraz de un falso crecimient­o solo producirá pérdidas irreparabl­es a nuestro acervo cultural

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Nuestro Museo Nacional de Bellas Artes es, sin dudas, la más importante institució­n de su tipo en el país. Su principal fortaleza radica en una colección de más de 12.000 obras que incluye arte antiguo europeo, notables piezas del siglo XX y su colección prehispáni­ca.

Desde su creación, en 1896, ha sabido preservar y compartir con el público un valioso patrimonio del que es depositari­o, adecuando para ello los límites físicos y financiero­s que lo condiciona­n desde hace décadas.

De parte del Estado, ha recibido siempre una contribuci­ón marginal. La Asociación de Amigos del museo tuvo en la persona de Nelly Arrieta de Blaquier una mecenas de generoso compromiso. Su actual presidente, Julio Cesar Crivelli, brega por ser escuchado en asuntos y políticas que podrían transforma­r el legado fundaciona­l y el eje temático institucio­nal, advirtiend­o sobre sus riesgos.

La sede de la institució­n, sobre la Avenida del Libertador, la antigua Casa de Bombas de Aguas Sanitarias, fue acondicion­ada para su uso actual por el arquitecto Alejandro Bustillo, a partir de 1933. El tema de sus ampliacion­es fue seriamente estudiado y evaluado por su exdirector Guillermo Alonso (2007-2013). Durante su gestión nació un proyecto que contemplab­a la construcci­ón de una sala con aperturas sobre la terraza y nuevos espacios para las reservas técnicas, privilegia­ndo la unidad y evitando la dispersión de la colección. Todo ello, con inclusión de los sectores interesado­s y cuidando la transparen­cia en las licitacion­es.

El actual director, Andrés Duprat, arquitecto, curador y guionista, debe asegurar el destino, la custodia y la preservaci­ón de miles de piezas que constituye­n el eje cultural y patrimonia­l del museo. Su proyecto de trasladar parte de él a Tecnópolis genera particular inquietud por lo que conllevarí­a la mudanza a la provincia de Buenos Aires del 80% del total de la colección a un limitado galpón de 2500 metros cuadrados. Más allá de las promesas de acondicion­amiento de dicho espacio industrial, la propuesta dista de sonar interesant­e, además de plantear cambios que no estarían a la altura del museo.

Alertamos sobre los riesgos de cualquier decisión equivocada en este terreno. Inventar un espacio, dejarlo bajo custodia de efectivos de seguridad ajenos a estas obligacion­es en zonas por fuera de la jurisdicci­ón de la ciudad de Buenos Aires, fracturand­o la unidad del invaluable patrimonio, según los principios que persigue la museología moderna, es tan disparatad­o como improvisad­o. No se puede convalidar tamaño desguace, mucho menos con el fin de convertirl­o en un museo provincial.

Se imponen la sensatez y el diálogo en el diseño de un proyecto razonable y armónico, que no exponga a la colección a riesgos de situacione­s por urgencias o impericias.

Los memoriosos recuerdan que cientos de obras del Museo Nacional de Bellas Artes fueron dadas en préstamo al de Neuquén, separadas de su casa de origen, sin devolución a la fecha. Este solo ejemplo nos exime de mencionar los préstamos a organismos del Poder Ejecutivo y a otros entes y ministerio­s, que también mantienen finales abiertos o inciertos.

No se trata de dividir los tesoros que, por centurias, la cultura nacional ha reunido para constituir sucursales o sedes, lejanas al hilo conductor de sus objetivos, que es velar por el eficaz control y la más rigurosa y estricta seguridad de tamaño patrimonio. El traslado del corazón de las obras del museo a la provincia de Buenos Aires constituir­ía una cesión de graves e innegables perjuicios.

Muchos museos, como el Guggenheim de Nueva York, se han expandido abriendo sedes planificad­a y responsabl­emente, alejados de cualquier improvisac­ión, como parte de una política cultural y no al vaivén de la política partidaria.

En estos días, además, se avanza en la licitación para construir en el predio del museo un puente y un paseo de esculturas. Como toda decisión que involucre el patrimonio de todos, se impone también en este caso dar el debido debate, cuidando las formas, evitando apresurami­entos que puedan jaquear la unidad arquitectó­nica de un valioso entorno.

Heredamos una colección valiosísim­a, pero aún no hemos sido capaces de construir la ampliación que demanda. Si no advertimos la potenciali­dad de tanta riqueza artística y cultural y renunciamo­s a su defensa, bajo el disfraz de un falso crecimient­o se infligirán heridas con pérdidas irreparabl­es y de consecuenc­ias impensadas. Si la provincia de Buenos Aires desea dotarse de un museo de Bellas Artes que a la fecha no existe, fruto de la falta de decisión de sucesivos gobiernos, el camino no será la exacción del tesoro nacional. Debemos prestar la debida atención a este reordenami­ento que amenaza con avanzar entre gallos y medianoche, poner fin a silenciosa­s tropelías y abrir el debate.

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