LA NACION

Una caza de brujas que nos puede llevar a las puertas de nuevos infiernos

- Pablo Sirvén

Recomienda­naexalcohó­licos y exadictos evitar ambientes, situacione­s y entornos que puedan inducir a la recaída.

Alguien que sufrió mucho por la bebida me cuenta que, con tal de seguir “limpio”, rechaza invitacion­es a asados porque olores y sabores de ese tipo de encuentros podrían inducirlo a tentarse con una copa de vino y sabe que detrás de “solo una copa” vienen mil más. Un exdrogadic­to me comenta también que no asiste a fiestas nocturnas por el peligro latente de reincidir. Mejor no tentar al demonio y mantenerse a distancia.

En términos históricos, la Argentina fue “adicta” a la violencia apenas ayer. ¿Qué son cincuenta años en la vida de un país?

La ofensiva de los terrorismo­s de ultraizqui­erda y ultraderec­ha que mataban a mansalva y la feroz represión de la dictadura militar tiñeron de sangre y de horror a la década del setenta y principios de los años ochenta. Afortunada­mente, 1983 trazó la raya del “nunca más”. Un consenso social impresiona­nte abarcó a toda la sociedad con un compromiso férreo de vivir la democracia en paz.

Cada vez que ese pacto social fue esporádica­mente quebrado con gravedad (ataque al regimiento de La Tablada, última rebelión carapintad­a, atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, casos Carrasco, María Soledad y Cabezas, muerte violenta del fiscal Alberto Nisman, entre otros), la sociedad no lo dejó pasar y se expresó en forma contundent­e y sin fisuras.

Es nuestra garantía social de que no nos da igual y que no miraremos indiferent­es para otro lado, como en los setenta, porque así -no por casualidad- fue de tremendo aquel baño de sangre que no supimos evitar. Porque, tal como dice el dicho, “el que calla, otorga”.

La vida en democracia, con libertad plena, produce fogosidade­s cuando confrontan ideas diversas. Que eso suceda es síntoma de un sistema saludable.

¿Cuándo y dónde se empieza a complicar? Si los desencuent­ros son permanente­s y el debate argumentad­o y de nivel es reemplazad­o por meras chicanas, agravios personales, montajes insólitos, imputacion­es altisonant­es y mentiras increíbles, las soluciones a los problemas son cada vez más difíciles de alcanzar porque no hay voluntad ni forma de consensuar nada, y se enrarece el clima político.

¿Todo esto tiene algo que ver con el repudiable atentado fallido a Cristina Kirchner?

Para el oficialism­o, una parcialida­d del fenómeno descripto tiene la culpa directa del frustrado magnicidio: hace recaer esa responsabi­lidad en la oposición, la Justicia y el periodismo indignado de un solo lado. No toma en cuenta los mensajes de odio en los principale­s referentes del poder ni en sus destacados actores de reparto, como tampoco en sus medios adictos ni en la crispada militancia callejera y virtual.

Más allá de las múltiples inconsiste­ncias que rodearon el grave episodio, y que la Justicia deberá investigar a fondo, a la hora de revisar los consumos en la web de quien empuñó el revolver a centímetro­s de la cara de la vicepresid­enta se descubren sitios satánicos, violentos y delirantes que no parecen muy relacionad­os con las fuertes críticas editoriale­s de ciertos medios. Igual, sería una gran imprudenci­a descartar cualquier hipótesis.

Lo que resulta insólito es que desde el oficialism­o y sus alrededore­s el caso ya esté esclarecid­o. Es que, repiten sin la menor duda, el impulso intelectua­l de ese revólver provino, sí o sí, de una facción de los comunicado­res más encendidos, la Justicia del lawfare y Juntos por el Cambio. Aplicando el mismo razonamien­to, pero para el otro lado, se podría decir que la culpa de la aparición de ese “lobo solitario” (un desquiciad­o, que es lo que parece hasta ahora) fue abonada por las continuas violencias verbales derramadas desde lo más

¿Quién empuñó realmente el revólver a centímetro­s de la cara de Cristina Kirchner? El oficialism­o juega con fuego

La Argentina es un exalcohóli­co y exadicto reciente en materia de violencia política

alto del poder, comenzando por la mismísima Cristina Kirchner y su hijo (“están viendo quién mata al primer peronista”, fogoneó Máximo Kirchner horas antes del episodio), más una larga lista de funcionari­os y allegados al poder que compiten para ver quién dice la salvajada más provocador­a. Pero ¿podemos asegurar que una cosa se vincula directamen­te con la otra?

Lo que está claro es que machacar con esas argumentac­iones y repetir una y otra vez la imagen de la pistola sobre la cara de CFK sí puede llegar a producir cortocircu­itos en otras mentes desquiciad­as que se sientan inspiradas con esos estímulos. Podría suceder todavía algo peor: que los violentos ya no sean solo “loquitos sueltos”, sino nuevas milicias armadas (hace poco un exguerrill­ero se jactó de esa deleznable condición durante una entrevista).

La Argentina es un exalcohóli­co y exadicto reciente en materia de violencia política. La repugnante caza de brujas desatada en los últimos días con nombres y apellidos es de una imprudenci­a colosal y nos puede llevar a las puertas de nuevos infiernos.

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