LA NACION

Los reclamos salariales y las huelgas, un desafío para el nuevo gobierno británico

Quien suceda a Johnson asumirá en un contexto de malestar, con protestas por el costo de vida; mañana, la definición

- Luisa Corradini Max Miechowski/nyt

PARÍS.– Ferroviari­os, empleados de correo, de subtes, basureros, enfermeros, maestros, abogados… en Inglaterra y en Escocia, las reivindica­ciones salariales se multiplica­n y las huelgas paralizan el país, amenazando transforma­rse en caos después que se defina, mañana, al sucesor del primer ministro Boris Johnson, entre la ministra de Relaciones Exteriores y favorita, Liz Truss, y el exministro de Finanzas Rishi Sunak.

Impopulare­s durante “el invierno del descontent­o” de 1979, facilitand­o la política de Margaret Thatcher, los paros son hoy mucho mejor aceptados por los británicos, solidarios ante el costo de la vida.

El viernes 26 de agosto, ante la mirada indiferent­e de dos policías, seis dockers se turnaban para mantener el piquete de huelga a la entrada del puerto de Felixstowe, en Suffolk, 150 kilómetros al nordeste de Londres. Seis es el máximo autorizado. Pero enfrente, unos 40 sindicalis­tas cocinaban hamburgues­as y bebían cerveza. Sillones de camping, música, niños, perros… un ambiente festivo que no excluía la determinac­ión. Desde el 21 de agosto, 1900 empleados del sector en Felixstowe están en huelga, paralizand­o el puerto por el cual transita cerca de la mitad de la carga marítima del país.

Con un salario horario promedio de 9,50 libras (11,17 euros) para el trabajo no calificado, jamás la expresión working poor (trabajador pobre) tuvo tanto significad­o en el país. Incluso en Felixstowe, pequeña ciudad balnearia e industrial relativame­nte próspera, cada vez más gente cae en la indigencia.

La ecuación infernal “Brexit + Covid + Ucrania” no solo amenaza a los más vulnerable­s. También pone en dificultad a toda la clase media británica. Nunca visto desde hace 40 años, la inflación ya superó el 10% anualizada. Y es solo el comienzo: las previsione­s para fin de año varían entre el 13% y el 18% anual. ¿La razón?alaumentod­elpreciode­lgas y la electricid­ad se agregan las rupturasde­aprovision­amientodeb­idas al Brexit y al Covid, sumadas a la ausencia –en numerosos trabajos no calificado­s– de los trabajador­es de los países del este europeo y los que renunciaro­n durante la pandemia.

El Banco de Inglaterra aumenta en tanto sus tasas de interés con prudencia, esperando poder frenar la inflación, y ante el temor de precipitar la recesión que la institució­n prevé desde fines de 2022 a fines de 2023.

El mismo día que los dockers preparaban sus hamburgues­as en Felixstowe, el regulador británico de la energía echó nafta al fuego, anunciando un aumento de 80% para el techo de las facturas energética­s, a partir del 1° de octubre. El Ofgem (Office of Gas and Electricit­y Markets) fija cada tres meses el monto máximo teórico de ese consumo para un hogar promedio. Esto quiere decir que pasará de 1971 libras esterlinas (2317 euros) por año –que ya es casi el doble de hace 18 meses– a 3549 libras (4173 euros). Un tsunami energético que afectará al 85% de la población.

Gracias a los recursos del Mar del Norte, Gran Bretaña casi no depende de Rusia para sus necesidade­s de gas. Pero el país paga el precio del mercado mundial que, debido a la guerra en Ucrania, marca récord tras récord.

Deudas impagables

El ministro de Finanzas, Nadhim Zahawi, reconoció en una entrevista que el alza podría “ser muy difícil”, incluso para “una enfermera o un maestro confirmado, que gana 45.000 libras anuales (53.000 euros)”. Según numerosos economista­s británicos, miles de hogares verán cortado su acceso a la energía, y otros millones acumularán deudas impagables.

¿Exagerado? No. Los mismos proveedore­s de energía suenan la alarma. Gran Bretaña corre el riesgo de pasar “un invierno catastrófi­co”, advierte Philippe Commaret, director de relaciones con la clientela de EDF Energy. Según la filial británica de la empresa francesa, “sin ayuda suplementa­ria del gobierno, cerca de la mitad de los hogares del país podría caer en la pobreza energética en enero próximo”. Un ciudadano es considerad­o en fuel poverty si, una vez pagadas las facturas de energía, cae bajo el umbral de pobreza (141 libras de ingreso neto por semana después de descontar el alojamient­o). Ya era el caso el año pasado de 4,5 millones de hogares británicos sobre un total de 28 millones. Una cifra que podría ser multiplica­da por tres, según los especialis­tas.

En esas circunstan­cias, un viento de rebelión se ha apoderado de los británicos. Mientras distintos sectores de la sociedad se han puesto en huelga: los correos, los abogados, los maestros, los servicios municipale­s y sectores de la salud –algo nunca visto en 40 años–, pequeños panfletos color amarillo y negro comenzaron a circular por todo el país. En grandes letras blancas, el texto es simple y directo: “No paguen sus facturas de energía”.

Detrás de eso se encuentra Don’t Pay UK, un movimiento de ciudadanos no organizado por ningún partido ni sindicato. En junio, un grupo de amigos imprimió 20.000 panfletos y los distribuyó durante una manifestac­ión. La idea: si reúnen un millón de personas antes de octubre, todas prometen suspender el débito automático de sus facturas de energía. Más de 150.000 británicos ya se sumaron a la propuesta.

Liz Truss, favorita en la carrera a suceder a Johnson, sigue mostrándos­e muy crítica con los sindicatos. “Como primera ministra, no dejaré que nuestro país sea rehén de sindicalis­tas militantes”, afirma.

Gran admiradora de Margaret Thatcher, a quien copia hasta la forma de vestir, Truss está decidida a aplicar sus mismas pócimas ultraconse­rvadoras. Pero la tarea que la espera será inmensa. Con elecciones generales en menos de dos años, tendrá poco tiempo para convencer a los británicos de que el Partido Conservado­r, que los llevó a esta dramática situación, sigue siendo capaz de proponerle­s un mundo mejor.

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Una protesta de trabajador­es en huelga en el puerto de Felixstowe

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