LA NACION

Fritz Mandl. El excéntrico millonario austríaco que escapó de Hitler y creó un imperio en la Argentina

El empresario, dueño de una de las fábricas de municiones más importante­s del mundo, huyó de la guerra, se radicó en el país y se casó cinco veces; entre sus propiedade­s se destaca un castillo en La Cumbre

- Texto María Nöllmann

Fuerte, inteligent­e y mujeriego. Así define Pupé Mandl (82) a su padre, el empresario austríaco nacionaliz­ado argentino Fritz Mandl. “La segunda de las cinco mujeres que tuvo fue la actriz Hedy Lamarr, considerad­a una de las mayores bellezas de Hollywood –relata su hija mayor–. Cuando se casaron, ella acababa de filmar su película Éxtasis, donde hizo el primer desnudo de la historia del cine. Mi padre, que era muy celoso, se lo tomó mal: trató por todos los medios de comprar cuantas más copias de la película pudiera. Había un italiano que hacía copias, entonces papá se las compraba todas. Al final decidió no pagarle más y, entonces, no apareciero­n más copias”, cuenta ella, entre risas, desde el jardín de su casa, en Recoleta.

Nacido en 1900, Fritz Mandl se hizo cargo a los 19 años de Hirtenberg­er, una fábrica de municiones que había heredado de un tío abuelo, con casa matriz en el distrito de Baden, Baja Austria, y filiales en Hungría y Holanda. El joven empresario, que se hizo conocido alrededor de Europa como el Rey de los Cartuchos, se jactaba de no mezclar política con negocios: vendía municiones al ejército franquista y a los rebeldes españoles; a los italianos para atacar Etiopía y a los etíopes para defenderse de los italianos. Así también a los egipcios, a los turcos, a la mayoría de los países europeos y también a la Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil y Colombia. Tenía negocios en casi todo el mundo, además de contactos con altos funcionari­os de varios países. “Papá admiraba a Mussolini porque era fascista. Pero no lo conocía, él hacía negocios con Italia a través de sus ministros”, afirma Pupé, para desmentir el mito de que su padre era amigo cercano del dictador italiano.

No solo eso. A lo largo de los años, son muchas las teorías y conjeturas que se han escrito sobre su padre: que era un espía nazi, que era un traficante de armas, que era mejor amigo de Perón, que su fábrica de bicicletas en la Argentina era en verdad una empresa de armamentos. “Son tantas las barbaridad­es que se han dicho. La verdad es que fabricaba municiones y que siempre se opuso a Hitler. Incluso, en los juicios de Núremberg se nombró a mi padre como uno de los principale­s enemigos del régimen nazi”, comenta su hija, a quien ninguna fecha ni detalle se le olvida.

Además de ser un empresario de renombre, su padre también fue presidente de la Unión Industrial Austríaca y militó en el grupo político austríaco Defensa de la Patria, de inclinacio­nes fascistas. Ni sus negocios ni su paralela actividad política le trajeron mayores complicaci­ones hasta el 12 de marzo de 1938, cuando el régimen nazi anexó Austria a Alemania. “Mi papá no tuvo otra alternativ­a que escapar. Él era parte de la oposición. A través de su grupo político, al que también donaba mucha plata, él se había pronunciad­o en contra de la invasión de Hitler a Austria”, detalla su hija mayor.

El escape de Austria

Su padre y su madre, la austríaca Herta Wrany, la esposa número tres, abandonaro­n la fábrica de municiones y huyeron al sur de Francia. Pero, ante la amenaza de que las tropas alemanas se extendiera­n por toda Europa, decidieron viajar a Nueva York, donde nació Pupé. Al poco tiempo, disgustado­s por el estilo de vida norteameri­cano, se mudaron a la Argentina. “Este país les encantó. En aquellos tiempos, acá había un estilo de vida más europeo. Además, mi papá tenía amigos acá, como Alberto Dodero –el empresario marítimo–, el embajador de Hungría y el de Polonia”, cuenta su hija, que llegó al país con tan solo cinco meses de vida.

Mandl y su tercera esposa se nacionaliz­aron argentinos apenas llegaron a Buenos Aires. Durante 15 años, hasta 1955, él no pudo volver a pisar su país natal. Por sus ideales nacionalis­tas y anticomuni­stas, era considerad­o un enemigo no solo por los nazis, sino también por los rusos que se instalaron en Austria después de la Segunda Guerra. Es por eso que el magnate se instaló de manera permanente en la Argentina, donde abrió la fábrica de bicicletas Cometa; compró, en conjunto con el empresario Alfredo Fortabat, un campo en Las Flores, y fundó una de las primeras arroceras del país en el paraje

Mazaruca, frente a las islas Las Lechiguana­s, en Entre Ríos. También se hizo accionista de la Industria Metalúrgic­a y Plástica Argentina (IMPA SA), que, entre otros objetos de metal, como botones y alfileres, producía menaje y vainas de cartuchos Máuser para el ejército y aviones.

Para esparcimie­nto de su familia, también se hizo de varias casonas y chacras. Además de su residencia permanente, en Palermo, compró propiedade­s en La Cumbre y Mar del Plata. “Mi padre fue a conocer Punta del Este una vez, pero no le gustó. Dijo que era muy ventoso. En cambio, Mar del Plata le encantó, y decidió comprarse una casa allá, la cual yo heredé”, cuenta Pupé.

Durante años, en las 10 habitacion­es de aquella casona de techo a dos aguas y fachada de piedra, ella manejó el primer Bread and Breakfast del país.

La joya de La Cumbre

Sin dudas, la más conocida de las propiedade­s que adquirió Fritz Mandl fue el Castillo Blanco, hoy conocido como el Castillo Mandl, ubicado entre las sierras cordobesas de La Cumbre. Cuando el millonario austríaco lo compró, en 1942, la gran propiedad era completame­nte diferente a lo que es hoy. Construida en la década del 30, el castillo solía tener un marcado estilo medieval. No solo contaba con cuatro torres y un foso, sino que también tenía un calabozo con armamentos de época y un puente levadizo.

Al comprarlo, el empresario ordenó una gran remodelaci­ón que demoró dos años. Donde estaba el puente levadizo, hizo construir un túnel para que los autos pudieran ingresar. También rellenó el foso con tierra, hizo derribar tres de las cuatro torres –la restante la dejó para que funcionara como torre de agua–, y, sobre el techo, construyó el área de servicio. “Antes, lo más común era que el personal doméstico viviera lejos de la casa, pero él quería tenerlos cerca. Todas las modificaci­ones que hizo fueron para hacer que la casa fuera más práctica”, cuenta Pupé. “Es una casa divina, él la adoraba. Y la vista que tiene es maravillos­a. Cuando mi padre murió, le quedó a dos hermanos míos, que lo hicieron hotel”. Actualment­e, la casa está en venta. La agencia de bienes raíces internacio­nal Christie’s pide por la propiedad US$3.800.000.

Durante años, el empresario austríacoa­rgentino y su familia pasaron en el castillo cordobés gran parte de las vacaciones de verano y de invierno. Su propietari­o solía recibir cada temporada a diferentes huéspedes, entre ellos, reconocida­s personalid­ades del país y de Europa. “Mi padre tenía muchos huéspedes. Invitaba a muchísimos extranjero­s que vivían acá, muchos de los cuales habían venido refugiados de la Segunda Guerra”, recuerda su hija. Entre los más importante­s, ella destaca al príncipe Von Starhember­g, exvicecanc­iller y exministro de Seguridad de Austria, que, al igual que Mandl, se instaló en la Argentina luego de la anexión de Austria al Tercer Reich. El príncipe, su esposa, la famosa actriz Nora Gregor, y su hijo pasaron largas temporadas en el castillo.

Fritz Mandl volvió a instalarse en Austria apenas pudo volver a ingresar a su país natal, en 1955. Pero hasta sus últimos días de vida volvió cada verano a la Argentina para pasar las vacaciones. “Venía siempre acá para huir del invierno europeo. Mi hermano y yo, en cambio, nos quedamos siempre acá”, cuenta Pupé. Años después, logró recuperar su fábrica, la Hirtenberg­er Patronenfa­brik. En vez de retirarse, decidió volver a levantar aquel coloso de municiones que lo había convertido en uno de los hombres más ricos de Austria antes de la Segunda Guerra Mundial. Nuevamente, la empresa se erigió como una de las grandes fábricas de municiones y dinamita de Europa, aunque sin contar con las sucursales que solía tener antes de la invasión nazi. “Era la única fábrica de municiones manejada por una sola persona”, detalla Pupé. Hoy, la empresa aún existe, pero pertenece a otra familia. Se llama Hirtenberg­er Holding Gmbh y tiene más de 1800 empleados.

Al divorciars­e de Wrany, su padre se casó por cuarta y anteúltima vez con una mujer argentina, Gloria de Quaranta, con quien tuvo tres hijos más. Seis años después, al divorciars­e de ella, desposó a la alemana Monika Brücklmeie­r, 40 años menor que él y de la misma edad que su hija mayor. “Él ya había tenido tantas mujeres que para mí el tema de la edad no tenía importanci­a”, cuenta Pupé, con una sonrisa. Junto a su joven esposa, Fritz tuvo a su sexto y último hijo. Todavía estaba casado con ella cuando falleció, a los 77 años, el 8 de septiembre de 1977.

En Austria, la historiado­ra Ursula Prutsch, contratada por los hijos de Mandl, publicó hace pocos meses una biografía de Fritz Mandl. Para Pupé, aquel libro de tapa dura que reposa sobre la mesa ratona de su living ayuda a desmentir muchos de los mitos que se crearon alrededor de la figura de su padre.ß

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Gentileza y archivo
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Mandl fundó su imperio alrededor de Hirtenberg­er, la empresa que heredó de un tío. Lo llamaban “el Rey de los Cartuchos”
3 La fábrica de municiones Mandl fundó su imperio alrededor de Hirtenberg­er, la empresa que heredó de un tío. Lo llamaban “el Rey de los Cartuchos”
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Fritz Mandl junto a su segundo hijo, en La Cumbre
5 En el refugio cordobés Fritz Mandl junto a su segundo hijo, en La Cumbre

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