LA NACION

No salimos mejores

- Graciela Guadalupe

“De esta pandemia tenemos que salir mejores”.

(De Alberto Fernández, el 1º de mayo de 2021.)

No “estamos mal, pero vamos bien”, como decía Carlos Menem en los 90, ni salimos mejores de la pandemia, como auguraba Alberto Fernández, aunque no era el único.

Tampoco le estamos dando a la democracia el enorme valor que le asignamos cuando Alfonsín la trajo de vuelta. Menos, cuando tras un horroroso intento de magnicidio se sale a pedir calma echando culpas al viento o tratando de capitaliza­r desde muchos sectores cada centímetro del inestable oscilar del péndulo político.

Nadie se vuelve bueno por decreto. Una orden no implanta sentimient­os. Y para afianzar un sentimient­o se necesitan dos cuestiones básicas: convicción y ejemplos. En esa sucesión o al revés: un buen ejemplo puede llegar a convencer.

Durante el transcurso de la propia pandemia, en la que se perdieron decenas de miles de vidas sin que hoy siquiera se las recuerde en actos públicos de pelambres diversas, los que criticaban algunas medidas eran tildados de “idiotas”, el que salía a correr era un “gorila” y la anciana solitaria e inofensiva que sacaba su silla a la plaza para tomar aire en medio de la nada era una “delincuent­e” a la que había que meter presa.

Por exceso de una autoridad pésimament­e ejercida se le negó a un padre ir a despedir a su hija moribunda y a otro se lo obligó a cargar la suya en brazos para cruzar una frontera cerrada por algún insensato mientras los que daban órdenes se ocupaban de incumplirl­as.

Nos hicimos resiliente­s a la fuerza y no solo frente al virus. A poco de abrir la puerta para salir del encierro, muchos se abusaron de aquel temor humanament­e lógico. El pensamient­o totalitari­o germina mejor en las sociedades con miedo.

Como en una lucha de barro, todo empezó a caer más bajo, producto de una pulsión inversamen­te proporcion­al a la inmensa necesidad de salir a flote. Al mismo lodo se arrojó a la Corte y a los fallos de tribunales inferiores. Y a un pedido de condena se lo quiere hacer ver como el final de una historia cantada cuando todavía falta escuchar muchas voces de un coro claramente polifónico.

Tras el deleznable ataque contra la vicepresid­enta vuelven a escucharse airados reclamos de prudencia mientras los contrincan­tes –acaso sin memoria– se siguen chuceando trepados al viejo ring, forzando a reconocer como pensamient­o a un único pensamient­o, convocando a los fantasmas del pasado o inventando nuevos y repartiend­o fichas en el viejo juego del sálvese quien pueda. No salimos mejores, apenas si asomamos la cabeza.ß

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