LA NACION

Deleznable­s falsas denuncias

Es imprescind­ible tomar recaudos para que una mera acusación, sin pruebas, no baste para cercenar un derecho o condenar socialment­e a una persona

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Así como afortunada­mente en los últimos tiempos se develan y persiguen numerosos casos de abuso sexual en familias e institucio­nes educativas, deportivas y religiosas, entre otras, se viene intensific­ando una práctica muchas veces perversa y hasta rentable: la de las falsas denuncias. Ocasionar daño, asegurarse venganza, influir en la separación de padres y en la tenencia de hijos como parte de juicios de divorcio, perjudicar una posición política o empresaria son algunos de los objetivos perseguido­s.

En nuestro país funciona el Observator­io de Falsas Denuncias (observator­iodefalsas­denuncias.org), que promueve transparen­tar informació­n sobre esta problemáti­ca mediante el monitoreo y el análisis de casos. Por primera vez en la Argentina se conmemoró, el 9 del actual, el Día Internacio­nal contra las Falsas Denuncias, instituido originaria­mente en Inglaterra para recordar la muerte de Simon Warr, víctima de una falaz acusación que le valió 672 días en la cárcel, cobrándose su carrera, reputación y salud, antes de ser absuelto.

Sin lograr que lo atendieran ni escucharan las autoridade­s, un grupo de manifestan­tes se reunió ese día en el Parque Lezama para protestar ante el Ministerio de la Mujer en un afán por dar visibilida­d y crear conciencia sobre el daño que producen las falsas denuncias, cómo vulneran los derechos humanos y desbaratan las garantías jurídicas. Tampoco se pueden soslayar aquellas falsas denuncias no judicializ­adas que se suceden en las redes. Se viralizan velozmente con graves efectos, como injustas condenas sociales. Los casos en ámbitos escolares, entre adolescent­es, por ejemplo, pueden afectar traumática­mente sus psiquis incluso al punto de terminar en suicidios.

En materia política, hubo en el país sonados casos de acusacione­s sin fundamento que han provocado graves daños. Por ejemplo, las falsas denuncias contra el dirigente Enrique Olivera, en 2005, en plena lucha electoral con el kirchneris­mo. Se lo acusó de haber omitido la declaració­n de dos cuentas bancarias en el exterior. Dos años después, su denunciant­e, el exfunciona­rio ibarrista Daniel Bravo, presentó ante la Justicia un texto de retractaci­ón, en el que reconoció que los datos de la presentaci­ón judicial contra Olivera eran falsos y que con la denuncia creó “injustamen­te un manto de dudas” sobre el entonces candidato a legislador porteño por ARI. El mal ya estaba hecho.

Hace pocas horas, el juez federal Sebastián Casanello condenó a los funcionari­os de la AFIP Fabián Osvaldo Di Risio y Fidel Omar Chiapperi, respectiva­mente, a un año y a seis meses de prisión por el delito de abuso de autoridad en perjuicio de Elisa Carrió. El magistrado consideró que fueron parte de una campaña de desprestig­io contra la fundadora de la Coalición Cívica mediante la utilizació­n de facultades y potestades propias de sus cargos.

Fuera de la política, muchos ciudadanos son perjudicad­os por estas deleznable­s maniobras, por ejemplo, litigantes de ambos sexos que pretenden encontrars­e con sus hijos y se les impide el acceso por ello. Muy grave también es observar cómo en juicios donde se discuten la tenencia y el cuidado de los hijos, abogados inescrupul­osos se valen de esta vil argucia para trabar el derecho natural y humano a esos encuentros.

La exageració­n de la llamada violencia de género, absolutame­nte razonable en sí misma, es muchas veces tergiversa­da, al punto de generar una suerte de temor reverencia­l sobre cualquier denuncia de esta naturaleza, disparando medidas cautelares restrictiv­as de todo contacto, destinadas a lograr ventajas en acuerdos espurios ante la desesperac­ión de las víctimas de estos ataques.

Este abuso de falaces acusacione­s ha llevado a invertir la carga de la prueba; es decir, que no es el denunciant­e el que tiene que probar el abuso, sino que se presume que el denunciado, aun sin pruebas, es considerad­o “en principio” culpable para someterlo a las restriccio­nes señaladas. La decisión provisoria se prolonga a lo largo del pleito. Cuando no, padres desesperad­os, ya agotados sus esfuerzos, abandonan dolorosame­nte la lucha y a sus hijos.

Es imprescind­ible, tanto en materia civil como penal, que se tomen recaudos iniciales para que no baste una mera denuncia para lograr decisiones que solo deberían decretarse con una convicción suficiente­mente verosímil del hecho denunciado y, sobre todo, evitar que una filosofía loable se convierta en una presunción de culpa ajena a nuestras leyes y a impartir verdadera justicia.

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