LA NACION

Los dilemas de Patricia

- Laura Di Marco

“No sé cuánto hay de cierto en una posible reunión con CFK, pero considero que es un error político”, le escribió, sin rodeos, Patricia Bullrich a Mauricio Macri por WhatsApp apenas oscar Parrilli, ventrílocu­o de cristina, publicitó la intención de su jefa. Macri le respondió con una sola palabra: “Nada”.

Hay varios mantras que orbitan el mundo bullrichis­ta: no es momento de “igualación de fuerzas” y una reunión entre cristina y Macri nos igualaría. No hay cambio real si, cuando el kirchneris­mo está vulnerable, la oposición corre en su auxilio. Quién se siente a dialogar perderá el tiempo. El populismo que encarna cristina perdió la hegemonía cultural. Nuestras ideas tienen ahora mucha más fuerza que las de ellos. No hay cambio sin conflicto. El poder no es una cuestión de “número” sino de ejercicio: Kirchner ganó con el 23 por ciento de los votos y tenía el poder. En una palabra: si Macri quedó atrapado en una camisa de fuerza durante su presidenci­a, ahora es el momento de que el cambio salga del clóset.

Mantras que encierran un mar de incógnitas y de dilemas, en donde el “ejercicio” del poder, tal como lo concibe Bullrich, está diluido y sin un liderazgo claro. Pero más allá de los nombres, lo que está en disputa dentro de la coalición opositora es el concepto del cambio: no significan lo mismo para Bullrich, Rodríguez Larreta o María Eugenia Vidal, los tres presidenci­ables que Macri puso sobre la mesa en una entrevista reciente con LN+. ¿Jugará Macri en 2023? A pesar de sus coqueteos con el misterio, a lo cristina, Macri soltó pistas en algunas reuniones reservadas de que no será candidato, aunque, por alguna razón, no lo blanquea públicamen­te. Es probable que el misterio refuerce su poder interno (para usar una palabra que enamora a Patricia) y su perfil de gran influencer dentro de Pro.

La relación entre Bullrich y Larreta está prácticame­nte cancelada. El vínculo se intoxicó en agosto de 2020, cuando el jefe porteño la invitó a tomar un té pensando que Patricia quería sucederlo en la ciudad, pero se encontró con que, en verdad, su plan era enfrentarl­o en las presidenci­ales. A partir de entonces, la disputa sorda –y no tanto– fue in crescendo en varios planos. Días atrás, Larreta le mostró su musculatur­a política (y, de paso, también a Macri) con un mitin de 150 dirigentes políticos del interior, varios de ellos probables candidatos a gobernador. Patricia ironiza, en la intimidad, que los mismos de la foto también la visitan a ella, aunque, reconoce, el jefe porteño tiene una billetera más gorda. Dilema no menor.

Pero, más allá de las candidatur­as, el dilema de fondo sigue encerrado en esta pregunta: ¿qué es el cambio? Es interesant­e indagar en este interrogan­te crucial, que se pierde en las anécdotas sobre la coyuntura política. Explorarlo apunta, más bien, al para qué y no tanto al quiénes. Para Larreta las verdaderas transforma­ciones solo se logran a través de la ya famosa ecuación del “70 por ciento de la política” dentro de su proyecto político. Un ejemplo: si llegara a la presidenci­a lo tendría a Schiaretti (o a una figura similar) como jefe de Gabinete. El problema es que, por ejemplo, los diputados del cordobés podrían votar ahora, junto con el kirchneris­mo, la supresión de las PASO en el congreso. La movida está destinada a lastimar a Jxc. La alteración de las reglas del juego, en pleno juego. Un modus operandi que se ubica mucho más cerca del populismo que de un verdadero cambio cultural.

En las oficinas de Bullrich sobrevuela­n otras ideas: el cambio tiene un punto de inflexión que, si no lo pasás, deja de ser cambio y se vuelve statu quo. ¿cambio y conflicto van de la mano? Probableme­nte, sí. Esta asociación entre cambio y conflicto se emparenta, paradójica­mente, con un valor del kirchneris­mo. Kirchner diría: en el ejercicio del poder no se puede tener un millón de amigos. Pero ¿qué pasa si, a modo de ejemplo, los gremios se resisten a un cambio en las leyes laborales? Vamos a un plebiscito. Pero ¿no hay que tener un mayor volumen político para avanzar en esa agenda? No. Eso pensó el primer macrismo y no le fue bien. Alfonsín, piensa ella, también quiso negociar con el peronismo y tampoco le fue bien. De la Rúa ni siquiera pudo arrancar. “Massa es el que está ensayando la ecuación del 70 por ciento y puede avanzar un 1%”, chicanea Patricia, en la intimidad. Palito para su competidor, que es íntimo del ministro de Economía.

El fantasma de Gabriela Michetti sobrevuela su cabeza. En la disputa porteña de 2015, Macri terminó bendiciend­o a Larreta, a pesar de que Michetti lo duplicaba en las encuestas. ¿Podría suceder algo así, si Macri declina en el juego de 2023? ¿No sonaría muy monárquico que el creador de Pro “bendiga” a un delfín, si, como afirma, la sociedad argentina merece ver a sus candidatos compitiend­o por ideas? Más dilemas para Patricia y, sobre todo, para la coalición opositora, que, parafrasea­ndo a Parrilli, ya está pensando en cenar antes de des ayunar.

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