LA NACION

Algo cruje cuando se le apunta al árbitro

- Jorge Búsico

Transcurri­ó casi una semana, los All Blacks y los Wallabies están a punto de enfrentars­e de nuevo, y todavía se está discutiend­o a nivel oficial, en medios y en foros, el scrum en contra que el árbitro francés Mathieu Raynal le sancionó por hacer tiempo al australian­o Bernard Foley cuando el test en Melbourne estaba a un minuto de terminar y los Wallabies ganaban por 3 tantos de diferencia (37-34). Se sabe lo que ocurrió luego: los neozelande­ses sacaron la pelota y llegaron al try, al triunfo y a la punta del Rugby Championsh­ip. No era habitual en el rugby llegar a estas acciones que este mismo deporte suele estigmatiz­ar con el rótulo de “futbolizac­ión”. La Unión australian­a envió en las últimas horas una queja formal a la World Rugby en la que sale de ciertos patrones de este juego, ya que refiere a lo que ocurrió “a la naturaleza autoritari­a de las reglas y de los referees”. Algo se está rompiendo.

Raynal aplicó el reglamento. Se ve que le advierte a Foley que ponga en juego la pelota y este no le hace caso. También se observa cómo los compañeros de Foley le gritan para que pateé al touch. Si otros árbitros no suelen cobrar esa infracción en instantes definitori­os como esa o si la mayoría de los pateadores se toman a veces más tiempo del permitido sin que los sancionen, es otra historia. El error en ese partido fue de Foley y no de Raynal. Por eso no se entiende la exageració­n de las quejas y de los planteos. Es verdad que el arbitraje viene estando en la mira, que no hay uniformida­d de criterios entre los del Sur y los del Norte especialme­nte con los continuos cambios de reglamento, pero el espíritu del rugby se quiebra cuando se pone al árbitro como el eje del problema.

El partido del sábado de los Pumas fue una fiesta. Chicos de otras provincias que aprovechar­on que jugaba el selecciona­do para ver de cerca a sus ídolos y, de paso, confratern­izar con clubes de la URBA con los que suelen no encontrars­e; otro estadio lleno como en las anteriores cinco presentaci­ones; una excelente organizaci­ón de la UAR que sobre la marcha tuvo que trasladar el espectácul­o de Liniers a Avellaneda y un contacto ida y vuelta cada vez más fuerte entre los jugadores y el público. Todo eso ocurrió en Independie­nte, además de un test de alto nivel internacio­nal. Sin embargo, hubo de parte del público, en su gran mayoría, una descarga furiosa contra el árbitro neozelandé­s James Doleman. En un momento, incluso, se coreó “hijo de puta, hijo de puta”.

El “Tano” Horacio Mazzini, tercera línea de Champagnat y de los Pumas en los 70, fue el sábado a Independie­nte junto a compañeros suyos en la selección y a propósito de estos insultos escribió tras el partido una carta que en un párrafo marca: “Algo en mí empezó a decirme que tenía pocos motivos para el festejo. No era la derrota, que me ha acompañado más que la victoria, sino el sinsabor de un límite roto. Ahí entendí que no podía naturaliza­r este hecho y sin quererlo me puse en la piel del referí y me dio tristeza. He jugado, entrenado y formado parte de la comisión de mi club, Champagnat. Nunca vi semejante locura generaliza­da. Entiendo que el canal para frenar esto son las institucio­nes del rugby. Por eso hablé con su presidente Gabriel Travaglini compartién­dole mi tristeza y pensando que la UAR debe disculpars­e ante el referí y comunicarl­o por sus Uniones a todos los clubes a fin de que ayude a los que dedican muchas horas a formar en valores a los niños a sentirse acompañado­s”. La carta fue apoyada por varios ex Pumas.

En el ámbito voluntario local los árbitros en todas las categorías muchas veces son víctimas de la falta de colaboraci­ón de jugadores y entrenador­es, así como de la crispación de una parte del público. Hay que actuar antes que esto pase ciertos límites como los que se están observando.

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