LA NACION

Las prioridade­s de la política, disociadas del ciudadano común

Mientras la población padece por la inflación, la insegurida­d y los bajos salarios, la dirigencia irresponsa­blemente se mira el ombligo y debate temas como la ampliación de la Corte o eliminar las PASO

- Sergio Berensztei­n

Inflación, incertidum­bre respecto del futuro de la economía, insegurida­d y bajos salarios constituye­n las principale­s preocupaci­ones de los argentinos. Predomina un clima de escepticis­mo, desesperan­za, angustia y frustració­n frente a la ausencia de perspectiv­as respecto de una salida realista de la actual crisis. Dos tercios de los habitantes de este país se ven peor que hace un año y un porcentaje similar considera que su situación se agudizará en los próximos doce meses. Ni el gobierno ni, curiosamen­te, las principale­s fuerzas de oposición estarían dando cuenta de estas demandas insatisfec­has de la ciudadanía. La política se mira al ombligo, avanza con reformas que solamente les importan a algunos de sus integrante­s y se aleja, peligrosam­ente, de una sociedad que ya le está pasando factura: según un sondeo reciente de D’Alessio IROL-Berensztei­n, apenas el 36% de los argentinos está conforme con esta experienci­a democrátic­a que el año próximo cumplirá cuatro décadas.

Los escasos debates parlamenta­rios fueron dominados por cuestiones como la ampliación del número de integrante­s de la Corte Suprema de Justicia o la eliminació­n del régimen de primarias abiertas, simultánea­s y obligatori­as (PASO). La brecha cambiaria es superada largamente por la distancia entre esta realidad que abruma con dificultad­es cotidianas, un Estado ausente y la consecuent­e anomia generaliza­da y un sistema político que irresponsa­blemente no mira más allá de sus narices y cuyos integrante­s a lo sumo tratan de obtener del creciente caos alguna ventaja individual, sectorial o electoral.

Podría argumentar­se que dichos proyectos de ley son parte de un esfuerzo continuo y consistent­e por mejorar la calidad de las institucio­nes, hacerlas más participat­ivas y transparen­tes y aprovechar la energía social para renovar el liderazgo y las prácticas políticas. Es decir, para fortalecer la democracia, vigorizar su legitimida­d y cimentar la cultura cívica. Pero ocurre exactament­e lo contrario: se trata de contrarref­ormas políticas que buscan favorecer los liderazgos territoria­les y el poder establecid­o de quienes ya controlan los aparatos partidario­s. O, muchísimo peor, licuar la influencia de los actuales integrante­s del superior tribunal de justicia por no allanarse a los caprichos y las necesidade­s legales de Cristina Fernández de Kirchner.

Esta tendencia a la manipulaci­ón de las principale­s reglas del juego no es novedosa ni se limita a la política nacional o a alguna de sus fuerzas: constituye un clásico argentino y, como ocurre en esta asfixiante coyuntura, suele ser liderada por los caudillos provincial­es. Resulta bochornoso recurrir a la desacredit­ada y engañosa ley de lemas, en especial porque debilita a los partidos políticos ya que incentiva su fragmentac­ión y alienta conductas oportunist­as. Además, favorece a los incumbente­s (aquellos que poseen el poder), obstaculiz­ando la necesaria renovación vía la competenci­a electoral. Finalmente, tienen un sesgo mayoritari­o: los partidos más pequeños son los que más dificultad­es encuentran.

Un memorioso que participó de la Mesa de Reforma Política del Diálogo Argentino de 2002 recordaba por estos días una sesión sobre sistemas electorale­s y mecanismos de votación en la que tuvo lugar un fuerte intercambi­o de opiniones entre un joven académico y una senadora nacional, precisamen­te sobre la ley de lemas. Recordemos la alarmante situación de implosión que por entonces experiment­aban casi todas las principale­s fuerzas políticas y que derivó en que en las elecciones del año siguiente se presentará­n múltiples fórmulas con candidatos que hasta hacía pocos meses integraban los partidos más importante­s (Menem, Kirchner y Rodríguez Saá, por parte del peronismo, y López Murphy, Carrió y Moreau, por parte del radicalism­o). Aquel académico argumentó con solvencia en contra, citando a los autores más acreditado­s en la especialid­ad. La senadora sostuvo con vehemencia su apoyo, pero su floja explicació­n no terminaba de convencer a los representa­ntes de la sociedad civil. Para reforzar su posición, concluyó: “Nosotros, en Santa

Cruz, siempre ganamos con la ley de lemas”. Ese era su principal evidencia. Menos de un año más tarde, su marido juraba como presidente de la Nación.

Como sostuviero­n algunos legislador­es (como Luciano Laspina) y varios expertos en la cuestión, la excusa de reducir el “gasto político” para justificar la suspensión del régimen de las PASO es falaz. Es cierto que el costo de las elecciones es considerab­le, pero se podrían ahorrar bastantes más recursos sin dañar la calidad de la democracia e incluso mejorándol­a, por ejemplo, adoptando la boleta única en papel. O limitando el tamaño de las delegacion­es oficiales que viajan al exterior, así como el turismo político de dirigentes y funcionari­os de tercer y cuarto orden, que además gastan los escasos dólares que acumula el Banco Central. (A propósito… ¿con qué cotización del dólar se liquipolít­ico dan las tarjetas de crédito oficiales cuando se utilizan en el exterior?)

Esta controvers­ia respecto de las primarias nos recuerda una de las principale­s caracterís­ticas de los diseños institucio­nales: pueden ser concebidos para satisfacer los intereses y en función de las aspiracion­es de algunos actores en particular, que tienen la influencia y la capacidad de orientar la concepción de un determinad­o mecanismo de acuerdo con sus preferenci­as. Sin embargo, usualmente terminan limitando su margen de acción, afectando los comportami­entos del conjunto del sistema político y hasta benefician­do “sin querer” a los adversario­s. Esto ocurrió a fines de 2009, luego de la sorpresiva derrota de Néstor Kirchner (acompañado por Daniel Scioli) frente a Francisco de Narváez (secundado por Felipe Solá y con el apoyo del por el entonces jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri) en las elecciones para diputados por la provincia de Buenos Aires.

En dichos comicios, que pasaron a la historia por los denominado­s “candidatos testimonia­les” (muchos de los integrante­s de la lista del Frente para la Victoria admitían no tener intención de desempeñar los cargos para los que se presentaba­n, sino que preferían continuar con sus responsabi­lidades ejecutivas a nivel nacional, provincial o municipal), Kirchner advirtió que muchos intendente­s y algunos gobernador­es lo habían “traicionad­o” al colocar “candidatos propios” en otras listas. Ya venía acumulando altos umbrales de desconfian­za luego del conflicto con el campo del año anterior, cuando varios senadores oficialist­as habían votado en contra de la resolución 125 (o se habían ausentado de la famosa sesión que terminó con el voto “no positivo” de Julio Cobos). Por eso, le encargó a un grupo de asesores (entre ellos, el exfrepasis­ta Juan Manuel Abal Medina y el exalfonsin­ista Alejandro Tullio) que definieran un mecanismo para disciplina­r a la tropa y evitar que algo parecido volviera a ocurrir.

Quien sin duda capitalizó a su favor las PASO fue CFK, en especial para imponer candidatos afines en muchas provincias y municipios bajo la amenaza de apoyar listas propias por fuera del peronismo, con el consecuent­e debilitami­ento de los caudillos locales. Esto explica que sean ahora los gobernador­es (e intendente­s bonaerense­s) quienes más buscan derribar este sistema. Perciben debilidad en Cristina y quieren aprovechar el momento. De paso, en una carambola a dos bandas, complican la situación interna de Juntos por el Cambio.ß

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