LA NACION

Ascensos militares e ideología

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La Constituci­ón de 1853 estableció­quelosasce­nsosenlosm­áximos niveles del Poder Judicial, del cuerpo diplomátic­o y las Fuerzas Armadas debían tener acuerdo del Senado, dada su trascenden­cia institucio­nal. Esta sabía disposició­n se mantuvo desde entonces.

El Ejecutivo propone los candidatos, cuya designació­n, para hacerse efectiva, requiere de la aprobación de una mayoría calificada de dos tercios de los senadores presentes. En el caso del Poder Judicial, la selección está predetermi­nada por el Consejo de la Magistratu­ra, creado por la reforma constituci­onal de 1994, que a su vez propone los candidatos al Ejecutivo.

En el caso de los diplomátic­os y los militares, la propuesta procede de las juntas de calificaci­ones de los respectivo­s ministerio­s. Pero no tienen el nivel institucio­nal de los jueces en cuanto a la obligatori­edad para el Ejecutivo. Lamentable­mente, la injerencia del Ejecutivo en los ascensos diplomátic­os se ha ido extendiend­o al tiempo que demasiados nombramien­tos políticos desplazaro­n a calificado­s profesiona­les de carrera.

En el caso de las Fuerzas Armadas, durante la gestión de Nilda Garré, se llegó al punto máximo de esta injerencia. Hubo años en los cuales, sobre diez coroneles propuestos para ascender, la mitad procedía de la Junta de Calificaci­ones y la otra era a elección del Ministerio de Defensa, sin pasar por ella. El efecto de esta situación se torna inevitable: lamentable­mente, a la hora de ascender, los contactos políticos pasan a ser más relevantes que los méritos profesiona­les y de ello deriva la ineludible politizaci­ón que acertadame­nte se quiere impedir en las Fuerzas Armadas.

Hacia el final del segundo mandato de Cristina Kirchner, esta práctica comenzó a ser erradicada, también lo fue durante el gobierno de Cambiemos y continuó en los dos primeros años del actual. Pero este año parece haberse retomado la vieja, ideologiza­da y desaconsej­ada senda.

A los dos generales de Brigada propuestos para ascender a general de División en el Ejército y a los ocho coroneles propuestos para general de

Brigada, el Poder Ejecutivo agregaría cuatro más: un coronel de Caballería, dos coroneles de Intendenci­a –hoy es considerad­a un arma más y, por ende, podrían acceder a la Jefatura de la fuerza– y un teniente coronel que, por sus contactos políticos, está a cargo de la seguridad de la Casa de Moneda.

No es el caso abrir juicio sobre los antecedent­es de las personas, sino puntualiza­r que apartarse de la costumbre que se había corregido deteriora la profesiona­lización militar y, quiérase o no, induce a la politizaci­ón como medio para acceder al grado superior. Es de notar que el acuerdo del Senado se limita a los oficiales superiores, es decir, a los ascensos para generales y coroneles.

A su vez, la situación alienta las llamadas “internas” dentro de las Fuerzas, e incluso las promueve dentro de las Armas.

El Poder Ejecutivo está a tiempo de evitar que sea reimplanta­da una nefasta práctica fundada en razones ideológica­s y que bien se venía corrigiend­o en los últimos años.

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