LA NACION

Los 150 años de una visionaria creación de Sarmiento

- Miguel Ángel De Marco

La reciente Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) había demostrado que el país no podía carecer por más tiempo de una eficiente organizaci­ón armada. Mantenía problemas limítrofes con Brasil y Chile, y vivía constantem­ente amenazado por los malones indios y jaqueado por cruentas revolucion­es en distintos puntos de su territorio.

El presidente Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874), que había contemplad­o poco antes, en su condición de embajador en los Estados Unidos, los avances militares originados en la guerra civil norteameri­cana, buscó incorporar­los cuanto antes a las Fuerzas Armadas. Conocía en detalle las caracterís­ticas del armamento portátil, de la artillería y de los nuevos acorazados y monitores empleados en la gigantesca contienda fratricida del país del norte.

Con pertinacia e inteligenc­ia, Sarmiento logró su anhelo de fundar el Colegio Militar de la Nación y la Escuela Naval Militar, es decir, concretó el comienzo de una nueva etapa, signada por la paulatina incorporac­ión a los puestos de comando de personal más capacitado profesiona­l e intelectua­lmente. Sin dejar de lado la experienci­a en los campos de batalla ni la eficacia adquirida a través de vidas enteras a bordo de los buques; sin excluir a los veteranos, que por décadas ocuparon posiciones relevantes y en buena medida se adecuaron y aun impulsaron la preparació­n de los mandos castrenses, los nuevos institutos suscitaron una modificaci­ón en los viejos hábitos de intervenci­ón en las contiendas electorale­s, que ponía las espadas al servicio de compromiso­s políticos; generaron un mayor respeto hacia la sociedad civil y contribuye­ron a la integració­n de los hijos de extranjero­s a las respectiva­s fuerzas.

A la creación del Colegio Militar de la Nación, el 30 de junio de 1870, siguió la fundación de la Escuela Naval Militar, el 2 de octubre de 1872. Sancionada la ley que dio vida a este instituto, su primer director fue el mayor Clodomiro Urtubey, que había sido enviado años antes a España para estudiar en el Colegio Naval de San Fernando, en Cádiz, y finalizarí­a su carrera décadas más tarde ostentando la jerarquía de comodoro de marina.

Con el fin de que los cadetes conocieran desde los comienzos la vida a bordo, se decidió que los cursos se dictaran en el vapor General Brown, que fue el primer buque escuela de la Armada Argentina. Como ocurrió con el Ejército, los egresados de la escuela, cuya cuidada formación los distinguía de los viejos y meritorios oficiales prácticos, procuraron diferencia­rse de estos, aunque por bastante tiempo los comandos superiores del arma estuvieron en manos de los que habían recibido sus despachos en mérito a los años de servicio y a la pericia demostrada en sucesivas campañas. El viejo general Brown, pese al peligro que entrañaba la navegación en el mar argentino, fue enviado con los cadetes de la primera promoción, para que aprendiese­n su oficio en medio de los vientos, las tempestade­s y la dura vida de a bordo.

Luego de una breve clausura, la escuela continuarí­a funcionand­o embarcada en los buques de guerra y sedes en tierra, con nuevos directores y planes de estudio que fueron adaptados al sostenido progreso de la tecnología naval, del que no tardaría en beneficiar­se la Armada Argentina. Los alumnos participar­on en 1876 en la expedición comandada por el comodoro Luis Py, con el fin de refirmar los derechos argentinos sobre la Patagonia, y tres años más tarde intervinie­ron en la Campaña al Desierto que encabezó el ministro de Guerra y Marina, general Julio Argentino Roca. Paralelame­nte, el personal subalterno recibió instrucció­n en la llamada Escuela de Marineros, que tuvo por cambiante centro otros buques de la Armada.

Pero ese quehacer de formación de recursos humanos no hubiera sido suficiente con medios inadecuado­s como los que existían cuando Sarmiento ocupó la presidenci­a. Del mismo modo como equipó al Ejército, dedicó ingentes esfuerzos económicos para la época a la adquisició­n de una nueva escuadra. A pesar de las dos rebeliones del general Ricardo López Jordán y del persistent­e problema de las fronteras interiores –acerca del cual pugnaban entre los gobernante­s y los militares dos tendencias contrapues­tas la integració­n de los aborígenes o la guerra sin concesione­s–, la decisión de modernizar la Marina de Guerra se mantuvo en forma inexorable. En la concepción de Sarmiento y de la mayoría de los hombres públicos de la época, los nuevos buques debían garantizar la se

En la concepción de Sarmiento y de la mayoría de los hombres públicos de la época, los buques debían garantizar la seguridad del estuario del Río de la Plata y los cursos de agua interiores

guridad del estuario del Río de la Plata y los cursos de agua interiores. Muy pocos miraban hacia la Patagonia y contemplab­an las riquezas que encerraba el Mar Argentino.

Los astilleros ingleses recibieron en 1872 la orden de compra de dos monitores, Plata y Andes, de cañoneras, bombardera­s y torpederas. Pese a ser buques de empleo fluvial, soportaron muy bien la violencia del mar argentino para tocar las costas de Santa Cruz, en la operación de defensa de la Patagonia. En el proceso de construcci­ón de los buques tuvo un papel fundamenta­l el diplomátic­o Manuel Rafael García Aguirre, designado por Sarmiento para esa tarea, con la colaboraci­ón de su hijo Manuel José García Mansilla, que estudiaba en la Escuela Naval de Brest, Francia, quien sería años más tarde director de su homóloga argentina.

Aparte de la adquisició­n de los buques de la denominada “escuadra de hierro” de Sarmiento, se adoptaron otras medidas para garantizar la soberanía en las aguas, en un contexto de conflictos limítrofes con los países vecinos: el artillado de la isla Martín García, la creación del Arsenal de Zárate con el fin de atender a las necesidade­s de los nuevos buques, la iniciación de tareas hidrográfi­cas, la colocación de faros flotantes en el Río de la Plata, etcétera.

A medida que iban obteniendo sus despachos de oficiales, los graduados de la Escuela Naval Militar contribuía­n a los indispensa­bles cambios de paradigmas, hasta que transcurri­dos los años ocuparon las funciones de máxima responsabi­lidad en la Marina.

Por sobre la idea de contar con buques que defendiera­n el estuario del Plata y los ríos interiores, triunfó la concepción de una Armada que se ocupase de la defensa y protección del mar continenta­l, sostenida sobre todo por el presidente Julio Argentino Roca, y correspond­ió sobre todo a los graduados en la Escuela Naval, junto a oficiales superiores de la antigua Marina aún en servicio, ponerla en práctica. Flamantes buques de alto poder disuasivo le otorgaron nuevas capacidade­s y fisonomía. Si la Armada no constituía una fuerza oceánica según la concepción actual, que se refiere a la disponibil­idad de medios para ocupar grandes espacios, estaba en condicione­s de responder a los requerimie­ntos estratégic­os del país en la parte del Atlántico que baña sus costas, no solo en lo atinente a la seguridad nacional sino a la preservaci­ón de las ingentes riquezas que décadas más tarde definiría el egresado de la Escuela Naval vicealmira­nte Segundo Storni, a través de luminosas páginas, como intereses marítimos argentinos.ß

Expresiden­te de la Academia Nacional de la Historia

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