LA NACION

El argentino que juega pensando en el retiro casi desde el debut

Lorenzo Faravelli, figura de Independie­nte del valle, que mañana jugará la final de la Copa Sudamerica­na ante San Pablo, hace un gran trabajo psicológic­o; la presión y el tiempo que le quita a su familia

- Ariel Ruya

Abre y cierra cajoneras. Embala, sella con cintas, reordena estantería­s, organiza la sala de estar, entre goles y gambetas. Lorenzo Faravelli, volante que surgió en Newell’s y se destacó en Gimnasia, tiene casa nueva en Cumbayá, un distrito de Ecuador, rodeado de argentinos. Es el novio de toda la vida de Agustina Giovannett­i; padres de Alfonsina, de dos años y medio y de Donato, que en febrero conocerá la magia de la vida. Lolo, a los 29 años, es la figura de Independie­nte del Valle, que mañana, en Córdoba y ante San Pablo, va a definir la Copa Sudamerica­na. Club modelo, base de la explosión ecuatorian­a, es candidato, además, de dos competenci­as domésticas. Sin embargo, Faravelli tiene otras cosas en la cabeza.

“Estoy poco tiempo en casa, es la parte fea de la profesión. Como decía Bielsa: ‘Cuanto más competenci­as hay, cuando mejor te va en la carrera, menos tiempo tenés con la familia’. Lamentable­mente, en esa parte me siento un poco en deuda. Estoy poco, es un esfuerzo familiar. Y yo estoy persiguien­do sueños. Trato de devolverle al fútbol lo que me dio”, describe, a la distancia.

–¿Qué es perseguir un sueño?

–La mayoría de los que jugamos al fútbol, cuando no había plata, no había hinchas, periodista­s, presiones, solo jugábamos por placer. Cuando uno va creciendo, toma dimensión de que el fútbol profesiona­l deforma al amateurism­o. A mí me hace feliz entrar a una cancha y jugar a la pelota. Todo lo que rodea al fútbol, lo contamina. Me encuentro en un lugar, en un club, que puedo sentir esa esencia. Me siento un niño que entra a la cancha y juega a la pelota. Persiguien­do sueños… No quiero perder a ese niño que jugaba a la pelota. Ahora, intento dejar algo.

–¿Cómo combinas el espíritu de ese niño con las presiones?

–Lo estoy trabajando mucho. Me costó en mi primera etapa en Newell’s, perdíamos un partido y me sentía culpable. Sentía que el verdulero me iba a mirar mal cuando saliera a la calle. Eso lo fui trabajando con compañeros, con psicólogos. Me gusta escuchar. Me alejé de las redes sociales por seis años; recién ahora, en Independie­nte del Valle, abrí un Instagram, pero casi solo para lo laboral. Maduré, aprendí que cuando termina el partido, tengo que estar con la familia.

–¿La psicología es esencial en el fútbol?

–La considero fundamenta­l. Cuando llegas a un nivel en el fútbol, todos somos más o menos parecidos. Hay de otro nivel en Europa, en la selección, pero después la mayoría de los jugadores somos parecidos. La diferencia la hacemos con la cabeza, la mente. Lo entendí hace poco y a partir de ahí, mi carrera hizo un giro para bien. No podemos separar al ser humano del futbolista; somos uno, el mismo. Pareciera que el futbolista es un intocable, o está en un lugar de privilegio. La psicología me va a acompañar toda la vida.

En el tiempo libre, Lolo consume fútbol, pero no resulta un extremista. Es inquieto, curioso. Ya terminó el curso de entrenador y lee todo lo que puede. Novelas, historias de vida. Ahora, toma apuntes de Open, la biografía de André Agassi. “Me interesa cómo funcionan las cabezas de los tipos que llegaron lejos. Y ahora, estoy metido en las historias de Los Estoicos, la filosofía que ellos tenían y cómo la puedo trasladar al día a día de hoy”, describe.

–¿Después del futbol, qué? ¿Ser entrenador, escapar del fútbol?

–No sé si está bien o mal, pero juego sabiendo que me voy a retirar desde hace muchos años. Es inevitable pensarlo. El retiro lo tengo presente desde los 22 años, vivo pensando en qué voy a hacer cuando no juegue más. Eso me ayuda a entender que esto se termina y que empieza otra etapa. Que se termina algo importante, sí, pero somos jóvenes.

–¿En serio? ¿Pensás en el retiro, casi, casi desde que debutaste?

–Te voy a ser sincero: hasta hace tres años, no disfrutaba nada. Me gusta el juego, pero no disfrutaba de jugar al fútbol. En este club, cambié mi cabeza. Esto me cambió la perspectiv­a, tanto que ya no voy a retirarme muy joven, como pensaba antes.

No lo veo como algo desfavorab­le, lo pienso sobre todo cuando escucho a tanta gente que le cuesta tanto el retiro; el antes y el después. A mí siempre me hizo ruido eso. Entonces, empecé a prepararme de chico. En lo humano, en lo económico. Sé que el nivel de vida que tengo hoy no sé si voy a mantenerlo en 10 años.

–Lo mental es clave en tu vida, ¿te sentís diferente al jugador convencion­al?

–A veces, subestiman al futbolista. Pareciera que somos todos iguales o salimos todos del mismo lugar. Como en cada ámbito, todos somos distintos, los sueños son otros. A mí me juega en contra darle vueltas a todo, todo el tiempo. Luché mucho contra eso, sobre todo cuando pensaba en el retiro. Lo sigo pensando. Y hasta pensé en no querer jugar más: volver a mi casa, a Rosario y dedicarme a otra cosa, a una vida más tranquila, sin presiones.

–¿El marco de Independie­nte del Valle te ayuda a ser más genuino? Al escucharte, suena imposible que puedas volver al fútbol argentino.

–Es un tema que me da vueltas en la cabeza: la pasión. A veces, tenemos que lograr separar el corazón de la cabeza. Si fuese por mi corazón, estaría en Newell’s. Trato de luchar todo el tiempo contra el exitismo, no creo que si ganamos somos mejores. A veces, ganar depende de un centímetro y a mí un centímetro no me cambia la vida. La pasión nos lleva a pensar que el que pierde es un inútil, no sirve para nada.

A los 19 años, con los amigos de toda la vida, jugaba al futsal en Tiro Suizo, el club de su barrio. Como Faravelli ya jugaba en primera, dejó de tirar rabonas sobre el parquet y se dedicó a enseñar, educar. Era el entrenador. En esos dos años, descubrió que ser el conductor del equipo iba a ser una pasión. Otra pasión.

“Para ganar, primero hay que perder”. La rúbrica de Lolo en su red social preferida abre otro debate. “Perder es necesario. Perder no solo en el fútbol, en la vida. Los momentos en los que más crecí como ser humano fueron después de una crisis. Encontré soledad y crecimient­o. Fue cuando más me conocí. En los momentos malos, en los fracasos. Lo aplico para cualquier situación. Un juvenil que está iniciando su carrera, para jugar bien, primero tiene que jugar mal. Es necesario que pase ese proceso. Pero el fútbol no te da tiempo, solo sirve ganar. Es la frase que me acompaña… Yo crecí solo después de los fracasos. ¿De qué estoy hecho? De salir de momentos malos”, reflexiona.

Antes de las semifinale­s del segundo torneo continenta­l más valioso de esta parte del mundo, el cuerpo técnico liderado por Martín Anselmi, de solo 37 años (argentino, de Newell’s y de la escuela del Loco), reunió al plantel y se le ocurrió una idea. Sentados, uno al lado del otro, en un círculo, los jugadores debían capturar una pelota entre las manos y decirle a un compañero qué le pasaba por la cabeza. Qué sentían.

Tomó la palabra Faravelli, entonces. Y dijo: “Estoy luchando mucho en mi cabeza para que cuando en noviembre, cuando se acaben las tres competenci­as en las que el club es protagonis­ta, no me modifique lo que viví en el proceso. Yo juego para ganar, pero no es normal jugar cada tres días, ganar, abrazarnos y volver a empezar. Todo el camino me hizo muy feliz. Voy a ponerme triste si perdemos y contento si ganamos, obvio. Entiendo que la historia la escriben los que ganan. Pero voy a intentar con todas mis fuerzas que, si no pasa, todo lo vivido no me cambie la ecuación…”.

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@lolofarave­lli Faravelli surgió en Newell’s, se destacó en Gimnasia y ahora disfruta en Ecuador

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