LA NACION

Una película que ayuda a abrir los ojos

- — por Pablo Sirvén

Si en 1983 hubiese ganado las elecciones Ítalo Luder, en vez de Raúl Alfonsín, el jueves último no se habría estrenado la película Argentina,1985. Directamen­te no hubiese existido.

En este ejercicio rápido de ucronía es la única certeza: el film protagoniz­ado por Ricardo Darín, como el fiscal Julio César Strassera, no habría sido jamás realizado porque los hechos que cuenta –el Juicio a las Juntas de comandante­s llevado adelante por la Justicia Federal– no hubiesen tenido lugar.

De allí en adelante es difícil aventurar qué podría haber sucedido si no se cortaba de cuajo y con toda determinac­ión esas raíces siniestras y envenenada­s de la represión ilegal. Probableme­nte, el llamado “partido militar” hubiese tratado de seguir tallando de una u otra manera. Que la democracia se pusiera los pantalones largos desde su minuto uno fue determinan­te para que la sociedad abrazara esa causa y la hiciera suya para siempre.

Es necesario recordar una vez más que el peronismo había prometido respetar la ley de autoamnist­ía dictada por los militares en su proheroico­s pio beneficio antes de soltar el poder. La película muestra que cuando le tocó declarar en aquel histórico juicio, Luder aclaró que los decretos que había firmado como presidente interino hablaban de “aniquilar el accionar” de los terrorista­s. No suponían eliminar físicament­e a los culpables de aquellos delitos, sino someter a sus responsabl­es al debido proceso y juicio. Alguna cola de paja, de todos modos, había quedado en el subconscie­nte peronista porque, además, se mantuviero­n al margen de la creación y el desarrollo de la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas (Conadep).

Hay que reconocerl­es a los distintos líderes justiciali­stas cierta coherencia en la materia: en 1990, el presidente Carlos Menem indultó tanto a los jefes militares como a los jefes guerriller­os. Y el presidente Néstor Kirchner, que no se había interesado nada en el tema durante la dictadura (ni él ni su esposa presentaro­n un solo habeas corpus, algo que Strassera siempre recordaba), vía Horacio Verbitsky, abrazó la causa con tanta pasión que borró de un plumazo los primeros pasos dados por Alfonsín cuando el poder castrense aún seguía intacto.

“Vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidade­s”, dijo Kirchner en la ESMA. Después debió disculpars­e con los principale­s protagonis­tas de aquella época tensa en la que no se solucionab­a el tema simplement­e bajando un cuadrito. Ese discurso fallido y bajar la foto de Videla bastaron para que el kirchneris­mo malversara a su favor la historia de los derechos humanos, se la apropiara y la ideologiza­ra.

Los indultados por Menem con el tiempo tuvieron un trato dispar: los jefes militares volvieron a la cárcel; los capos terrorista­s quedaron libres y sus sangriento­s crímenes, sin castigo. Con la excusa de abolir la llamada “teoría de los dos demonios” (que pretendía igualar la violencia estatal con la generada por la guerrilla, sin reconocer que la primera, efectivame­nte, siempre será más grave) se encerró a los militares, pero los integrante­s de las bandas armadas quedaron impunes. Hoy en día hasta algunos de sus jefes se dan el lujo de dictar cátedra muy sueltos de cuerpo sobre la realidad nacional sin hacer la más mínima autocrític­a ni disculpars­e con los familiares de las víctimas que asesinaron.

Si hay algo que retrata muy bien la película es que en esos albores de la democracia el tema no era agitado por unos o por otros y, mucho menos, de unos contra otros. No hubo espacio para un manejo tóxico y militante. Mucho que ver en eso tuvo el tono mesurado y la lucidez con los que el presidente Alfonsín manejó ese delicado proceso: primero, a poco de asumir, anunciando su decisión de que las Juntas fuesen juzgadas. Con paciencia esperó que lo hiciera la justicia militar. Cuando tuvo la certeza de que eso no iba a ocurrir, derivó el tema al Poder Judicial. La película narra esos meses vertiginos­os en que un fiscal, y un equipo de jóvenes asistentes, encabezado­s por su adjunto, Luis Moreno Ocampo, reunieron las pruebas y se escucharon testimonio­s desgarrado­res de los horrores vividos entre 1976 y 1983.

Cuando la democracia volvió a renacer en la Argentina, hace ya casi cuarenta años, hubo dos películas muy emblemátic­as que ayudaron a entender mejor la etapa que quedaba atrás y aceleraron el clima de época que se abría: el documental La república perdida y No habrá más penas ni olvido, basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano.

Argentina, 1985 tiene una virtud similar: llega en el momento justo en que la Justicia es vapuleada desde lo más alto del poder y corre serio peligro su independen­cia. Que, como sus predecesor­as, ayude a abrir los ojos y a defenderla.ß

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