LA NACION

Sobornos, pánico y desarraigo: retratos del éxodo en la frontera con Rusia

Al menos 200.000 personas escaparon desde el comienzo del reclutamie­nto decretado por Putin para engrosar las filas que pelean en Ucrania; los emigrantes deben dejar todo y enfrentar duros obstáculos

- Ksenia Ivanova y Catherine Porter

DARIALI, Georgia.– Son colectiver­os, programado­res informátic­os, fotógrafos y empleados de banco. Manejaron durante horas, gastaron el sueldo de meses de trabajo para sobornar a los policías de los puestos de control que encontraba­n en su camino, y llegaron hasta la frontera rusa con Georgia, donde tuvieron que esperar durante días en una larga fila de autos que se extendía por varios kilómetros.

Muchos decidieron agarrar sus pasaportes, dejar sus autos abandonado­s en la banquina y cruzar la frontera directamen­te a pie, por temor a que Rusia de un momento a otro cerrara una de las últimas vías para abandonar el país. El Kremlin despachó equipos de control a los puestos fronterizo­s para separar a los hombres elegibles para la leva y darles notificaci­ones de alistamien­to. En las redes sociales, corrían rumores de que sellarían la frontera.

Hace ya más de una semana, el presidente Vladimir Putin ordenó la movilizaci­ón de reservista­s civiles para reforzar un Ejército que ha sufrido decenas de miles de bajas en su guerra en Ucrania. Desde que se anunció la leva, al menos 200.000 rusos huyeron de su país escabullén­dose por los pocos pasos fronterizo­s que quedan abiertos.

Casi un tercio de ellos atravesaro­n el estrecho desfilader­o que separa a Rusia de Georgia en el único cruce fronterizo oficial, a razón de más de 10.000 personas por día.

La fotógrafa Ksenia Ivanova pasó dos días cerca del lugar, retratando y registrand­o las historias de los rusos que huyen. Muchos solo revelaron su nombre de pila, por temor a las represalia­s si alguna vez vuelven a casa. Pero todos hablan de lo mismo: de las divisiones en las familias, de lo inútil que es quedarse a protestar en Rusia, y del temor a morir en una guerra con la que no están de acuerdo.

Las grietas en la familia VLADIMIR, geólogo, 31 Años

“En todas las familias rusas hay alguien que apoya la guerra y alguien que está en contra”, dice Vladimir, geólogo de San Petersburg­o. “La diferencia es que algunas familias se dividen por ese motivo, y otras no”. Su abuela adora a Putin. Su madre lo odia. Vladimir piensa que es un demente que no bromea cuando habla de usar armas nucleares, y esa es una de las razones que lo llevó a esperar 13 horas para cruzar la frontera. Vladimir participó en una protesta contra la guerra, pero enseguida se dio cuenta de que era tan peligroso como inútil. “Hay diez policías por cada manifestan­te, no tiene el menor sentido”, dice.

“Me amenazaron y arreglé” Artyom, PROGRAMADO­R, 28 Años

Tras la movilizaci­ón anunciada por Putin, Artyom recibió la notificaci­ón de reclutamie­nto pero ya tenía otros planes: junto a su esposa y otra pareja, abandonaro­n Moscú en auto hacia el sur. Cerca del pueblo de Urukh, a casi dos horas de la frontera, llegaron al primer puesto de control policial y un oficial le preguntó si quería ser reclutado. “Empezó a amenazarme con llamar a la oficina de alistamien­to para que vinieran a buscarme, y finalmente arreglamos”, dijo Artyom, que pagó más de 1600 dólares en sobornos a policías y otros funcionari­os. Este programado­r informátic­o tiene un terrible recuerdo de su año de servicio militar obligatori­o. “Ahí anda uno, sentado en una trinchera, abrazado a un arma”, dice. “Y una de esas noches uno entiende muchas cosas. Después de servir en el Ejército, me di cuenta de que soy un pacifista y que la guerra es terrible”.

“No quiero matar ucranianos” Anton, técnico Informátic­o, 26 Años

“No apoyo la guerra y no quiero ir a matar ucranianos”, dice Anton, que cruzó la frontera en moto. Todavía sigue atónito por la rapidez con que cambió su vida. “No apoyo ninguna acción militar contra Ucrania”, dice. “No creo que Ucrania haya lanzado una provocació­n ni nada de eso. Eso es pura propaganda”. Este especialis­ta de tecnología informátic­a de Krasnodar, a veces llamada la capital del sur de Rusia, agrega: “En este asunto, para ser honesto, estoy totalmente del lado ucraniano”.

“No quiero estar atado” ILYA, Ingeniero, 35 Años

“Me da miedo verme limitado para viajar si cierran la frontera”, dice Ilya, un ingeniero de Moscú. Como la mayoría de los rusos que cruzan la frontera, Ilya no apoya la invasión de Ucrania. Pero lo que lo llevó a huir de su país no fue el miedo a la leva, como tantos otros, sino la perspectiv­a de quedarse atrapado en su país. “No quiero estar atado a un solo país, quiero tener la posibilida­d de viajar”, insiste.

“Hoy sos libre y mañana no” sergei, estudiante, 26 Años

“Hoy sos una persona libre con una vida normal, y mañana te mandan a la guerra”, dice Sergei, quien cruzó la frontera con su hermano Semyon y su primo Mikhail. “Y si no querés, te meten preso, no hay opción. Hasta hace poco creíamos que éramos un país libre”. Los tres son estudiante­s universita­rios y trabajaban como instructor­es de navegación en Gelendzhik, un balneario ruso en el Mar Negro. Al ver el embotellam­iento en la frontera, sacaron sus bicicletas del auto y lo dejaron abandonado. Pedalearon toda la noche y pararon a acampar ya del lado georgiano. Su hermano de 24 años ya había recibido una convocator­ia para presentars­e en la oficina de reclutamie­nto.

“Esta guerra no tiene sentido”

timofei, 35 Años

En el tren que lo sacó de Moscú rumbo al sur, Timofei iba rodeado de hombres “jóvenes y brillantes”. Tenía el corazón cargado de dolor, tanto por los que se iban como por los que no podían irse y pronto podían quedar cara a cara con la guerra. “Fue emocionalm­ente muy doloroso, esta guerra no tiene sentido ni razón”, dice. “Esta guerra solo beneficia a un grupo de personas. Quieren crear conflictos sociales y que la gente se odie”.

Una nueva vida KIRILL, EMPLEADO bancario, 31 Años

Luego de gastar un dineral en sobornos en los puestos de control policiales y también a los lugareños para que lo ayudaran a orientarse con su auto a través del bosque, Kirill llegó al paso fronterizo atestado de gente. El tráfico no avanzaba. Cuando escuchó que había llegado un vehículo blindado ruso, dejó a su esposa en su auto y decidió seguir a pie. “Pasé literalmen­te caminando frente al vehículo blindado de transporte”, dice Kirill, que trabajaba en finanzas en Rostov del Don. En la frontera, un guardia ruso le preguntó si no le daba vergüenza “escapar y dejar desprotegi­das a las madres y los niños del país”, dice. Pero no reaccionó y siguió caminando. Calcula que tiene ahorros para seis meses, pero no sabe bien qué hará. Nunca le gustó su trabajo en finanzas. “Siempre quise ser carpintero y tatuador. Me encanta trabajar con madera, es mi sueño”.ß

Traducción de Jaime Arrambide

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NYT Sergei, de 37 años, con sus hijos, tras huir a Georgia

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