LA NACION

Manifestac­ión de fe: fue masiva la peregrinac­ión a la Basílica de Luján

Tras la pandemia, ayer se pudo hacer la caminata sin barbijos ni distancia social; la emoción de volver a la “normalidad”

- Manuela Parajuá

Cada quien tiene su razón por la que peregrinar a Luján y es ese el impulso de aliento que los lleva, paso a paso, a llegar a la Basílica. Devoción a la Virgen, una promesa, el deseo de vivir algo en comunión con otros, la pulsión de agradecer, la necesidad de pedir perdón o mera curiosidad.

La primera vez que la comunidad de fieles emprendió este desafío fue el 25 de octubre de 1975 y, en aquella ocasión, fueron cerca de 30.000 los que caminaron. Desde entonces, este acto de fe se siguió haciendo, año a año, e incluso en 2020 se realizó digitalmen­te, entre pantallas; y el año pasado, entre barbijos y con distancia social. Por eso, la ilusión fue total: la de ayer tuvo sabor a normalidad.

Con la soledad del aislamient­o atrás y la esperanza de un futuro mejor, la Argentina caminó. Se trató de la 48ª Peregrinac­ión Juvenil a Pie a Luján 2022, que llevó como lema: “Madre, míranos con ternura, queremos unirnos como pueblo”. Esas palabras resumieron el espíritu de la invitación, y así lo señaló Mario Miceli, párroco de San Juan Diego de Villa Lugano: “Cuando Dios invita, cuando María recibe, todos estamos invitados y nadie queda afuera. Así que peregrinam­os físicament­e y espiritual­mente, y nos sumamos como pueblo a la peregrinac­ión”.

Eloísa, una de las organizado­ras, explicó que el lema “surgió de los pedidos y agradecimi­entos que las personas hacen durante todo el año en la Basílica de Luján”. Según contó, la Comisión Arquidioce­sana de Piedad Popular interpreta qué es lo que pide la sociedad y así define la frase que definirá el espíritu de cada año. En este caso, se decidió para resaltar la necesidad de amor y unión: “Hay mucha necesidad de estar con la Virgencita y sentir su protección”. Y resaltó: “La peregrinac­ión es una fiesta de fe viva. Hay una gran riqueza en el camino”.

Oficialmen­te, comenzó ayer, a las 10, en el Santuario de San Cayetano de Liniers, desde donde partió una comitiva con la imagen de la Virgen de Luján que bendijo el papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud, en Brasil en 2013.

Allí Mariano Patroni, de 20 años, se preparaba para su primera peregrinac­ión, y antes de empezar a caminar con sus amigos, dijo: “Tengo mucha emoción, quiero llegar allá y sorprender­me”.

Entonces, empezaron las canciones, los rezos, las charlas y los dolores. Por ello, había 6500 voluntario­s, 40 puestos de apoyo y 60 sanitarios a lo largo del camino.

El objetivo era caminar a pie, juntos, 60 kilómetros hasta llegar al Santuario de Nuestra Señora de Luján, pero quizás para algunos llegar sea solo su punto de partida de algo más grande en su vida. Es que en la peregrinac­ión, cada pie cansado, cada zapatilla gastada, esconde una historia. Consciente­s de eso, quienes iba a permanecer por la noche, encendería­n una vela a la cero hora para iluminar así las intencione­s de todos.

Caminar mirando al cielo

En el medio de la marea, los ojos de los fieles se volcaron sobre un niño de dos años. Verlo caminar con su inocencia y pequeñez hacía que las piernas dolieran menos. Llevaba puesta una remera especial; la misma que su madre, su abuela y una de sus hermanas, de su misma edad. Se dieron vuelta y la frase sonó más fuerte que los parlantes del lugar: “Mi ángel Naira”. Gabriela Rodríguez, de 47 años, frenó el paso y contó la historia detrás de esas tres palabras: “Vine con mi hija y mis nietos que son trillizos. Acá tenemos dos y tenemos un ángel”.

Si bien peregrina, sin falta, desde hace 28 años aún le llama la atención la magnitud y devoción a la Virgen de Luján. “Más allá de que tenemos un ángel, agradecer es mi motor, siempre. Camino por eso y por las necesidade­s de mi gente, las económicas pero más que todo las espiritual­es”, contó. En un país que conoció hace tres días que hay 17 millones de pobres, que entre ellos están la mitad de los niños, y que hay más de cuatro millones de indigentes las necesidade­s del corazón son las que más conducen a los pies a avanzar a la Basílica.

Entre la inmensidad, un cartel con tres imágenes: la bandera del orgullo LGBT+, dos manos agarradas y una cruz. Quizás a alguno le sonaba extraña su presencia en medio de algo religioso, pero ahí radica la esencia de Centurión, la comunidad detrás de esta iniciativa. “Nuestra misión es acompañar a todo aquel que esté en proceso de redescubri­miento de su sexualidad y fomentar el encuentro y el diálogo entre la Iglesia Católica y el colectivo LGBT+”, ese es su norte, tal como explicó uno de sus integrante­s, Santiago Mugica, de 29 años.

Con eso en mente, su propuesta para los peregrinos consistía en invitarlos a pensar en algún amigo, familiar o conocido LGBT+ que se haya alejado de la Iglesia o que haya perdido la fe y dejar su nombre en una caja decorada con un arcoíris que, luego, llevarían a María. El segundo paso de la dinámica invitaba a reflexiona­r más: si pudieras hacer algo concreto para que esta persona vuelva a sentirse bienvenida en la Iglesia, ¿qué harías distinto?

“Esta es mi tercera peregrinac­ión, pero la primera acompañand­o desde este lado. Me sentí llamado por Dios a visibiliza­r a la comunidad LGBT en este espacio de fe comunitari­a. Lo siento necesario por tantos amigos que se sienten rechazados por su sexualidad y han perdido la fe. Creo en una Iglesia abierta y con los pies en la tierra, y encuentro en Centurión un espacio para avanzar en reconocimi­ento y resolución de tensiones con la comunidad LGBT+”, reflexionó Mugica.

Cerca de General Rodríguez, a 15 kilómetros del objetivo, los bastones salían a escena de a montones para amortiguar el cansancio; los rostros mostraban la fuerza del sol del mediodía y el costado de la ruta se transforma­ba en un arma de doble filo: el cuerpo pedía frenar, pero seguir era una hazaña solo apta para valientes (o convencido­s).ß

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santiago filipuzzi La peregrinac­ión se inició ayer por la mañana desde Liniers

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