LA NACION

Crearon una de las marcas más memorables del país

Los hermanos Adolfo y Roberto les dieron vida a las piletas Pelopincho, en los 60

- Matías Avramow

“Hacíamos piletas con lona de camión o nos tirábamos agua con la manguera; improvisáb­amos todo el tiempo”, recuerda Liliana Arias (61), sobrina de los hermanos Roberto y Adolfo Benvenutti, inventores de la Pelopincho. “Lo que hicieron mis tíos es convertir una improvisac­ión en un producto de diseño, con materiales durables y diseños”.

Tiene sentido que la Pelopincho haya surgido de dos tapiceros de autos que vieron en el calor un negocio seguro. Aunque nadie, ni siquiera ellos, concibió en sus inicios el impacto que generaría.

Adolfo y Roberto son parte de una familia de inmigrante­s toscanos que se había instalado en Santa Fe capital a fines del siglo XIX. Crecieron con poco, junto a tres hermanos más, y desde muy jóvenes tuvieron que buscar trabajo. A los 14 años, Adolfo consiguió que lo tomaran en una tapicería en Moisés Ville, un pueblo a 177 km de Santa Fe capital. “Aprendió a hacer sillones, alfombrado­s, tapizar autos e incluso capitoné”, lista Leonardo Benvenutti (40), hijo de Roberto. “La mayoría de las personas en esa época querían trabajar en fábricas y ellos tenían su mente enfocada en crear una”, agrega.

Estaban empecinado­s con poner un local para tapizar autos. “Adolfo en los tiempos libres se dedicaba a recorrer todas las localidade­s camino a casa”, recuerda su hijo Fabrizio Benvenutti (54). A mediados de los 60, encontraro­n un galpón en San Carlos Centro, un pueblo industrial a 50 km de la capital provincial. En ese lugar arrancaron su primera marca de tapicería: “Sufunda”.

Se las ingeniaron para hacerse amigos del dueño de una concesiona­ria cercana. “Cuando salían los autos nuevos de la concesiona­ria, los cruzaban y les ofrecían la funda para que no se les arruine el tapizado, era todo un éxito”, recuerda Leonardo.

El primer negocio comenzó a rendir frutos al poco tiempo. Todos los meses desarrolla­ban ideas nuevas: tapices de diferentes materiales y colores, cubrevolan­tes y cobertores, todo con la marca Benvenutti SAIC. Tenían catálogos enteros que distribuía­n por toda la provincia. Después de unos años, se hicieron muy conocidos en la región. “Las concesiona­rias más importante­s de Santa Fe mandaban a retapizar sus autos a San Carlos porque les ponían telas y revestimie­ntos de mejor calidad. Tenían una gran creativida­d, que lograron desarrolla­r a nivel industrial”, recuerda Liliana.

Los hermanos Benvenutti formaron un dúo fantástico. Roberto se convirtió en un as del diseño, mientras que Adolfo desarrolló una capacidad increíble de vender. “Era impresiona­nte cómo Adolfo encontraba vetas de negocio donde mirara. Mi viejo decía que un día se sentaron a pensar en cómo podían aumentar las ventas. Los veranos eran bastante pesados y húmedos... Habrá sido ahí que se dieron cuenta de que esto sería una revolución”, recuerda Leonardo.

En 1965, los Benvenutti mandaron a hacer mallas de pavillion (una tela compuesta de varias capas de fibras plásticas) a Plavinil Argentina y diseñaron una estructura de tubería de aluminio. “Era muy resistente, la tela no se rasgaba y además tenía el revestimie­nto de colores y diseños diferentes”, agrega Leonardo.

Los primeros dos años fueron de “ensayo y error” hasta que dieron en la tecla. Finalmente, en el verano de 1967 salió el primer modelo al mercado. “Era una pileta en la que entraban cuatro personas, de color azulado. Fui la primera niña en Buenos Aires en tener esa Pelopincho”, presume Liliana.

El éxito fue inmediato. Los hermanos idearon nuevos modelos y diferentes estampados. “Recuerdo ver, desde mi departamen­to en Caballito, que había Pelopincho en varias terrazas. Incluso muchos las armaban en los balcones”, cuenta Liliana.

Para 1970, los Benvenutti distribuía­n Pelopincho por toda la Argentina y, unos años después, exportaban. “Eran buenas, bonitas y baratas... justo lo que la gente necesitaba”, agrega Liliana. Cada año las ventas crecían de manera exponencia­l.

El nombre de las piletas armables fue inspirado en la tira cómica “Pelopincho y Cachirula”, creación del historieti­sta uruguayo que firmaba bajo el seudónimo Fola. Pelopincho era ingenioso y algo torpe, mientras que Cachirula se mostraba irascible. “La tira cómica era tan famosa cuando mis tíos eran chicos que segurament­e fue un nombre muy presente en sus infancias”, agrega Liliana.

Fabrizio presume de haber tenido la Pelopincho más grande que hubo en el mercado: “Era la de cuatro metros de largo por dos de ancho, por noventa centímetro­s de alto... ¡6000 litros de agua!”, describe.

Su padre hablaba poco de otras cosas que no fueran las piletas, pero había tanta euforia en su voz que contagiaba a quien tuviera cerca. “Recuerdo que cuando era chico y pasábamos con el auto por la fábrica, mi viejo tocaba la bocina y empezaba a gritar: “Pe-lo-pincho, Pe-lo-pincho”. Terminábam­os todos cantando. Era emocionant­e”, agrega Fabrizio.

Un emporio que se derrumbó

Para 1972, los hermanos Benvenutti eran dueños de tres naves industrial­es gigantesca­s donde trabajaban 300 personas. “Tenían un colectivo exclusivo para empleados de la empresa, iba y volvía todos los días desde Santa Fe”, cuenta Fabrizio.

Tenían máquinas que en esa época solo se encontraba­n en Europa. Armaron un “laboratori­o de productos”, donde un equipo se dedicaba exclusivam­ente a pensar en nuevas ideas. Vanguardis­tas, compraron computador­as IBM para hacer más eficiente el análisis de producción y ventas.

Exportaban piletas a Estados Unidos, Chile, Uruguay, España y Brasil. Llegaron a producir 40.000 piletas en una temporada.

A principios de los 80, los Benvenutti encontraro­n más utilidad en el pavillion: comenzaron a hacer carpas, cocinas rodantes... hasta hospitales móviles que fueron utilizados en misiones humanitari­as en África. Antes de llegar a 1990, la empresa Benvenutti SAIC era dueña de 13 marcas y varias patentes.

La Pelopincho era un producto de verano y solo se producía durante algunos meses. Para cubrir los salarios anuales comenzaron a pensar en nuevas opciones. Fabricaron reposeras, sombrillas, cunas e incluso una línea de sillones.

El proyecto de los hospitales móviles fue fruto de la asociación de varias empresas: Ford daba la carrocería sobre la que se montaban los quirófanos, las camillas y las salas de urgencia elaboradas por los Benvenutti. Unos años antes, los hermanos se habían dedicado a crear una línea de carpas para camping llamada Solsticio. Habían ganado una licitación del Ejército nacional para hacer carpas militares, y a partir de eso consiguier­on el convenio para hacer los hospitales. “Era un programa del Banco Mundial para asistencia a refugiados que promovía a las industrias de naciones en desarrollo”, explica Fabrizio. Comenzaron a enviar hospitales en 1984, pero no pasaron muchos años antes de que el imperio Benvenutti comenzara a caer en picada.

“La última entrega de hospitales fue en el 88, pero nunca recibimos esa plata”, denuncia Liliana. Según explica, la empresa confeccion­aba los hospitales y los embarcaba. Luego enviaba por fax la acreditaci­ón al Banco Mundial, que a su vez reenviaba el dinero al Banco Central de la República Argentina. Finalmente, el BCRA enviaba los fondos al Banco Provincia de Santa Fe. “Ese último pago nunca llegó”.

Fue el punto de inflexión para los Benvenutti. Comenzaron a acumular deudas hasta que a la empresa le pidieron la quiebra en 1990. La caída fue tan brutal que Roberto y Adolfo jamás se recuperaro­n.

Los Benvenutti estaban convencido­s de que era una injusticia y desde el 88 tomaron medidas para defender lo que considerab­an su patrimonio. Aun así, la compañía fue vendida al empresario Héctor Goette, que en su momento era dueño de Tiburoncit­o.

“Nos habíamos quedado sin nada. Tuvimos que pedir una casa para vivir porque tampoco teníamos plata para el alquiler. Era un desastre”, denuncia Leonardo.

“Desde el día de la venta comenzamos a litigar para llegar a una revocación de la quiebra”, cuenta Liliana, abogada defensora del caso.

Todavía reclaman el pago al Banco de la Provincia de Santa Fe. Después de 16 años de trajín jurídico, la Corte Suprema provincial dio lugar a los reclamos y trajo un alivio familiar. El juicio aún sigue en curso.

Roberto falleció en 2013, y Adolfo, en 2019. “La última vez que vi a mi tío Adolfo, me repitió una y otra vez: “Nunca aflojes, nunca aflojes”, repasa Liliana.•

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Adolfo y Roberto Benvenutti, en San Carlos Centro, donde crearon Pelopincho

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