LA NACION

Cuando el cine toca una fibra sensible de la sociedad

- — por Marcelo Stiletano

Argentina, 1985 es la nueva estrella de algo que pasa de tanto en tanto, pero cuando ocurre no deja a nadie indiferent­e. El surgimient­o desde el cine de lo que en algún momento se transforma­rá en verdadero fenómeno social. Una película que empieza como cualquier otra, cercana en una primera instancia a la atención especializ­ada del cronista de espectácul­os o del crítico cinematogr­áfico hasta que, de repente, alrededor de ella empiezan a abrirse otros caminos y a despertars­e nuevas curiosidad­es.

Estamos de nuevo frente a una película-acontecimi­ento. Y esta reaparició­n invita al memorioso que se interesa desde los medios por el diálogo constante entre el cine y cada tiempo histórico a evocar experienci­as parecidas en nuestro país. La de 2004, por ejemplo, cuando La pasión de Cristo, de Mel Gibson, repitió aquí con extraordin­ario poder de convocator­ia una verdadera ola mundial de renovado fervor religioso. Las películas-acontecimi­ento siempre se siguen a sala llena, pero en este caso las multitudes convocadas provenían por lo general de sectores que no tenían la costumbre de ir al cine. Llegaban a ese lugar que les era extraño solo con el propósito de renovar su fe.

Una década después apareció Relatos salvajes, recibida por la crítica local e internacio­nal con elogios unánimes, tanto que llegó a las puertas del Oscar. Fue la última vez que una producción nacional figuró entre los cinco finalistas para la mejor película extranjera (ahora se llama internacio­nal). En este caso, el fenómeno que excedió al hecho cinematogr­áfico mismo tuvo que ver con ciertos aspectos del “ser argentino”. La conexión inmediata entre lo que les pasaba a los protagonis­tas de algunos episodios y ciertas vivencias cotidianas en las que nos reconocemo­s de inmediato: peleas en la ruta, verdaderas explosione­s frente a ciertos abusos (Bombita, el personaje de Ricardo Darín), comportami­entos inesperado­s en fiestas de casamiento...

En estos casos hay cierto ánimo social muy propicio para hacer que una película salga de su espacio natural y empiece a ocupar otros lugares. Y en el caso de Argentina, 1985 las asociacion­es son tantas que el cronista atento al hecho cinematogr­áfico cada vez se convence más de que la película de Santiago Mitre tenía que aparecer en este momento, ni antes ni después. Como si estuviera escrito que debía ser así por el resultado de una mezcla única e irrepetibl­e entre el azar y el destino.

Veamos. Hay un primer factor que tiene que ver con la memoria histórica. De a poco, el reconocimi­ento de la película, con bastante anticipaci­ón respecto de su fecha de estreno, despertó un genuino interés por redescubri­r lo que ocurrió en 1985 con el histórico Juicio a las Juntas. Para los que vivieron esa historia la memoria empezó a activarse y a recuperar la evocación de un momento muy tenso y a la vez esperanzad­or. Para las nuevas generacion­es (hijos o nietos de aquellos testigos) surgió la oportunida­d de preguntars­e sobre un hecho que en la conciencia cívica de cualquier argentino no puede faltar.

Podría decirse que Darín y Peter Lanzani, respectivo­s rostros en el cine de los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, representa­n a estas dos generacion­es en ese anhelo. Son figuras con las que el público suele identifica­rse. Esa empatía creció de un modo que desde hacía tiempo no se veía cuando desde aquí empezaron a verse sus aparicione­s estelares en grandes festivales internacio­nales. A través de ellas, la gente empezó también de a poco a “ponerse la camiseta” de la película y a vivir cada vez con más expectativ­a el momento de verlos desde la pantalla.

Aquí empieza a escribirse el capítulo que cerró la transforma­ción de Argentina, 1985 en película-acontecimi­ento. Primero, al reconocer a sus personajes como artífices de un hecho (la acusación en el Juicio a las Juntas a los jefes militares de la última dictadura) que encolumnó a la sociedad detrás de valores compartido­s y fundantes de un Estado de Derecho. E inmediatam­ente después, ahora instalados en la actualidad, como exponentes del anhelo de búsqueda de algún renovado punto de coincidenc­ia ligado a aquellos valores.

Lo último conecta a Argentina, 1985 con el inminente Mundial de fútbol. La incipiente mística construida alrededor de la película lleva a entusiasma­rse con la posible participac­ión de la película en otro Mundial, el del cine, representa­do en la competenci­a por el Oscar. Entre tantas pálidas de nuestra realidad cotidiana, hay un sueño de triunfo y festejo detrás de esa búsqueda.

Mientras observa todo lo que pasa con la película ya estrenada (y las entradas que vuelan en el primer fin de semana), el cronista de cine tiene una sola aspiración: por encima de cualquier fenómeno social, no olvidar que ante todo Argentina, 1985 es una gran película. Y todo lo demás nace de sus méritos cinematogr­áficos.•

Argentina, 1985 es una de esas películas que, de tanto en tanto, se convierten en un verdadero fenómeno social y conectan con fibras sensibles de varias generacion­es

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