LA NACION

San Lorenzo, un gol tempranero, una figura excluyente y una felicidad doble por ganarle el clásico a Huracán

- Alejandro Casar González fotobaires

Los jugadores de San Lorenzo no quieren irse de la cancha. Néstor Ortigoza, el capitán eterno, lleva la batuta. Dirige los cantos, en sintonía con la hinchada. El Ciclón acaba de obtener los tres puntos más preciados del torneo: los del clásico frente a Huracán. Hay un extra: con la derrota, el Globo queda prácticame­nte marginado de la lucha por el título de campeón de la Liga Profesiona­l de Fútbol. Por eso la alegría del pueblo azulgrana, que necesitaba un triunfo trascenden­te. Por eso los brazos en alto de Rubén Darío Insua, el entrenador que creyó en sus jugadores y que, sin grandes nombres, encarriló a un plantel que parecía sin rumbo.

San Lorenzo festeja por un trabajo colectivo que tuvo pocas fisuras: nunca se desordenó y supo cómo hacer que Huracán luciera cortado, partido, sin cohesión entre sus líneas. Su único delantero, el uruguayo Matías Cóccaro, quedó casi siempre desconecta­do. Su usina de fútbol, Franco Cristaldo, nunca encontró su lugar en la cancha. Ni sobre la banda, ni como mediapunta ni como segundo delantero. Apareció incómodo, por momentos perdido. Huracán lo sintió.

Vale la pena rebobinar. El final, a pura alegría, comenzó a forjarse cuando apenas habían pasado dos de los 102 minutos que duró el clásico. Porque Ezequiel Cerutti encontró un hueco a espaldas de Federico Fattori y Santiago Hezze, levantó la cabeza y, sin dudar, cargó su pierna derecha. Le salió un remate bajo, fuerte; esquinado. Descolocad­o Lucas Chaves, el arquero del Globo, la pelota se coló junto al palo. El 7 del Ciclón celebró con sus compañeros y con los hinchas. Una paradoja: fue la única gran emoción de un clásico... emocionant­e.

Porque el partido siempre tuvo un destino incierto. El primer tiempo fue de San Lorenzo, entonado por el gol, alentado por su gente. Porque Huracán tampoco se desequilib­ró y se mantuvo fiel a su libreto. El problema es que no le salió casi nada. Ni en esa etapa inicial, en la que le faltó energía y le sobró voluntad. Apenas tuvo un remate del chileno Guillermo Soto que contuvo Augusto Batalla. Por lo demás, Gattoni y Zapata, sobre todo, terminaron con chichones, aburridos de sacar centros destinados a Cóccaro. San Lorenzo se fue al descanso en paz.

Un nombre propio: Nahuel Barrios. El Perrito fue ovacionado por los hinchas cada vez que tocó la pelota. Siempre con criterio; casi siempre jugó hacia adelante. Quebró la cintura una y otra vez y sus rivales no lo encontraro­n casi nunca. Barrios, nacido en pleno barrio azulgrana, es el resumen perfecto del ciclo de Insua, caracteriz­ado por el crecimient­o por los jugadores formados en San Lorenzo. Algo parecido podrá decirse de Leguizamón, de Hernández o de Giay. Tenían el fútbol; ahora juegan con confianza.

Como en el primer tiempo, la segunda parte amaneció con una emoción: Adam Bareiro, se sabe, tiene el arco en la cabeza. El paraguayo sacó un derechazo (más bien, un misil tierra-aire) que se estrelló en el travesaño. Chaves no podía hacer nada. Unos minutos más tarde, el ex arquero de Argentinos Juniors le ahogó el gol a Giay, tras una buena proyección de Leguizamón. San Lorenzo tuvo siempre las mejores chances. Huracán, casi nada.

Porque en esa segunda parte el Globo se adelantó en la cancha. Más vivaz; más decidido. Cristaldo fue rueda de auxilio de Cóccaro, con Fattori como primer pase en el eje del campo. Huracán fue más vertical y atacó sin tantos rodeos. Pase largo al uruguayo y segunda jugada con supremacía numérica: llegaban hasta los extremos. El plan casi le sale: Cóccaro controló un centro, se acomodó y definió de primera entre Zapata y Gattoni. Era el gol de la fecha. Era...pero no fue: el uruguayo de los bigotes estaba adelantado.

“Nos costó encontrar el circuito de juego que este equipo necesita”, asumió Diego Dabove, entrenador del Globo, en la conferenci­a de prensa posterior al partido. Su Huracán no fue el de siempre. “No estuvimos finitos en la parte final del campo”, reconoció. Fue un Globo gris, sin frescura. Apenas algún rodeo de Cabral. O algo de Garré. La solvencia de su capitán, Merolla. Demasiado poco para un equipo que animaba el torneo y al que un triunfo hubiera mantenido a un paso de la punta.

En el vestuario de San Lorenzo, el triunfo (primero en seis fechas) tiene peso propio. Los tres puntos no sirven para dimensiona­r el valor de haberle ganado al rival de toda la vida. Con un estadio repleto, que no dejó de alentar en ningún momento. Es un festejo necesario después de la crisis futbolísti­ca que padecía el equipo hasta hace unos meses. Aquello parece haber quedado en el recuerdo. El sábado, en el Bajo Flores, tiene dos colores: azul y rojo. Los colores del nuevo dueño de esta parte de la ciudad; los colores del Ciclón.

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Ezequiel Cerutti acaba de anotar el gol con el que San Lorenzo venció a Huracán por 1-0 en el Nuevo Gasómetro

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