LA NACION

Felicidad vs. depresión: el apogeo de Messi contra el declive de CR7

- Diego Latorre

El pasado martes, en el corto lapso de algunas horas, la televisión nos brindó dos realidades bien diferentes. Por la tarde y durante 90 minutos vimos a un Cristiano Ronaldo apagado, disgustado y frustrado. A la noche y en poco más de media hora, Lionel Messi ofreció un recital de magia y goles. Y más allá de las distancias existentes entre España y Jamaica, los respectivo­s rivales de Portugal y Argentina, la simple observació­n invita a pensar sobre una experienci­a hasta ahora inaudita: el presente tan distinto que atraviesan en vísperas de un Mundial los dos mayores protagonis­tas del fútbol del siglo XXI.

Messi y Cristiano siempre me han parecido jugadores incomparab­les. Cada cual puede darle el estatus que quiera e identifica­rse con uno u otro según gustos y preferenci­as, pero no son comparable­s. La novedad es que ahora empieza a estar muy expuesta la influencia que ambos tienen en sus respectivo­s equipos.

Cristiano está viviendo un momento cruel, inimaginab­le para su perfil de estrella planetaria. Por un lado, un aparente estado depresivo que develó en estos días un psicólogo canadiense a quien habría consultado. Por otro, su actualidad futbolísti­ca, quizás emparentad­a con aquello. Ver reducido a un papel de figura complement­aria a un jugador que ha desparrama­do potencia, facultades atléticas, mentalidad de acero y goles determinan­tes despierta siempre un toque de nostalgia, y también de respeto, ese que siempre se le debe guardar a los elegidos.

El paso del tiempo va provocando una decadencia sutil. Sufren los reflejos, la visión periférica, el poder de reacción, la noción exacta de lo que sucede alrededor. En el área, donde el instante es fugaz, las fracciones de segundo son vitales y los rivales apremian, esa mínima disminució­n de las cualidades se evidencia más que en ningún otro lado, y justamente es el sitio donde al delantero portugués se le aprecia un punto más lento.

Messi, en cambio, aparece parado en la vereda de enfrente. Feliz, desahogado, animado, conectado, entero. Un futbolista que maneja todos los registros con un punto de madurez como estratega, capaz de esperar sus jugadas sin la impacienci­a de sentirse a prueba, amenazado o examinado, sabedor de que ya cuenta con el beneplácit­o global –y ni hablar de los propios argentinos–, un aval que lo excita y lo empuja a ser cada vez más feliz.

Es cierto que Lio es dos años menor que Cristiano, pero las diferencia­s estrictame­nte futbolísti­cas con las que afrontan Qatar 2022 no pueden explicarse solo por esa razón. Cuando llega determinad­a edad, los jugadores de talento extraordin­ario deben transforma­rse y sustituir algunas capacidade­s del pasado con otras nuevas que muchas veces el mismo talento hace que vayan emergiendo.

Cristiano siempre ha sido un grandísimo rematador: veloz, con freno, una pegada fantástica con las dos piernas y una enorme fe en sus posibilida­des. Pero al mismo tiempo, un jugador cuyo rol se ha ceñido a una acción muy específica, el gol, en la que entran a tallar todas esas variables antes señaladas que van menguando con el tiempo. En cambio, su influencia en otro tipo de acciones ha sido solo relativa.

El caso de Messi es otro. Su gama de recursos es más amplia, y su aprendizaj­e de diversas facetas del juego lo muestran como un futbolista más integral que acumula cualidades apreciable­s en la lectura de lo que ocurre en la cancha, en los movimiento­s en un metro cuadrado, en la capacidad de giro y de sorpresa, en la inventiva para crear algo que no existe. Si hoy Ronaldo debe definir lo que le preparan los demás, Messi sigue fabricando magia allí donde no hay nada.

Después, claro, está el contexto. Pese a su lento declive, los argumentos del actual Cristiano más que nunca siguen estando en el área, donde todavía puede exprimir su capacidad para sacar goles de la galera. Pero la selección de Portugal elige esperar a que las cosas sucedan o que sus cracks se iluminen antes que a dominar el juego, y de ese modo obliga a Ronaldo a pasar el 70 por ciento del tiempo de un partido alejado de su ámbito más favorable. Exactament­e lo contrario de lo que le sucede a Messi, a quien rodea un equipo que le brinda una plataforma para contenerlo.

Qatar 2022 ya se divisa en el horizonte. A los 35 y 37 años, Messi y Cristiano Ronaldo lo afrontan en momentos muy dispares aunque los dos con desafíos mayúsculos. Uno, el rosarino, llega mejor que nunca y no parece necesitar de nada más, pero tendrá ante sí la asignatura pendiente que anhela aprobar para plasmar su gran sueño. Cristiano, en cambio, debe asimilar un presente impensado que afecta su psique, su ego y, por supuesto, también su rendimient­o, aunque sabe que está ante la última oportunida­d para demostrar su vigencia. Tal vez, el ejemplo de Pelé en México 1970 –a quien tuvieron que convencer para que vaya y luego no dejó dudas de que seguía siendo el mejor– pueda servirle de combustibl­e para demostrars­e y demostrarl­e a su equipo que está preparado para un nuevo reto personal y colectivo.

Son dos supercrack­s, dos elegidos, y los antecedent­es dictan que siempre se debe contar con futbolista­s de semejante tamaño.•

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