LA NACION

¿qué queda de las privatizac­iones de los 90?

Hace tres décadas se impuso el paradigma de las concesione­s en trenes, correos, rutas y energía; hoy, en medio de un caos regulatori­o y subsidios cruzados, la gestión estatal vuelve a ocupar el centro de la escena

- por diego cabot» la nacion

El sistema de concesión de servicios públicos fue la estrella de los años 90. No solo la Argentina, sino también gran parte del mundo occidental se volcó a esta solución. El régimen era simple. El Estado, sea nacional, provincial o municipal, transfería el riesgo de la explotació­n de una red de servicio público como trenes, correo, rutas o energía. Esa relación se terminaba de enlazar con un contrato que tenía derechos y obligacion­es de las partes. La tarifa, los esquemas de actualizac­ión y los planes de inversión eran el corazón de aquella relación. Finalmente, un órgano de contralor autónomo integrado por especialis­tas de la materia se ocupaba de verificar el cumplimien­to de las cláusulas.

Ese paradigma, que aquí se denominó coloquialm­ente como “las privatizac­iones”, ya prácticame­nte no existe en la Argentina. En 30 años de cambios económicos y de inestabili­dad cambiaria y política fue arrasado. Pero a diferencia de lo que sucedió en otros países, que también modificaro­n ese purismo privatista de los 90, el país lo reemplazó por un caos regulatori­o, compensaci­ones, subsidios cruzados y estatizaci­ones. El Estado regresó al rol protagónic­o; casi a un rol unitario.

Los dos últimos anuncios oficiales sobre la eventualid­ad de solicitar a la Justicia la nulidad de los contratos de Autopistas Del Sol (Ausol) y de Caminos del Oeste (Autopista del Oeste) amenazan con derribar dos de los últimos grandes pilares que tuvo aquel sistema y terminar, casi completame­nte, con uno de los paradigmas más importante­s que tuvo la década del 90.

“La historia económica argentina reciente está caracteriz­ada por la aplicación de criterios regulatori­os contradict­orios a lo largo del tiempo. Estos criterios han ganado adeptos en dos categorías relativame­nte extremas en relación a cuál es la forma en que el Estado debiera intervenir en el funcionami­ento del proceso económico. Las opciones del Estado omniscient­e (intervento­r) y el Estado ausente (laissez faire) han contado con distinto grado de apoyo en distintos contextos históricos –económicos, políticos y culturales–, típicament­e en base a argumentos superficia­les o primordial­mente ideológico­s”, dice el economista especializ­ado en regulación de FIEL Santiago Urbiztondo, en un trabajo llamado La regulación de los servicios públicos en la Argentina entre 2003 y 2015.

Algo de eso sucedió durante mucho tiempo cuando se abrían discusione­s sobre si debían ser públicos o privados. Sin embargo, en los últimos tiempos el “estatismo” ha ganado adeptos al punto de convertirs­e en concepto impuesto. Eso, claro, desde la teoría. Luego vienen las críticas cuando, por caso, se conocen los números de los subsidios a las empresas públicas. De hecho, los aportes del Estado a Aerolíneas Argentinas en agosto fueron de $5589 millones y sumaron, hasta el 31 de ese mes, $45.514 millones. Esos US$388,4 millones en ocho meses, si se hace la conversión a moneda estadounid­ense, siempre son motivo de fuerte debate pese a que la mayoría la prefiere estatal. Contradicc­iones argentinas.

El primer golpe por debajo de la línea de flotación que recibió el paradigma ícono de los 90 fue la caída de la convertibi­lidad. Después de aquel 2001 de derrumbe y, finalmente, en el 2012 de la devaluació­n que decantó un tipo de cambio muy por encima del famoso un peso-un dólar, aquellos contratos que se habían afirmado con otra paridad se tornaron de imposible cumplimien­to.

“El sistema de concesione­s tal como fue instaurado en la década de los 90 no es sostenible en un contexto de devaluació­n e inflación como el que tenemos en la Argentina, ya que el costo de gran parte de las inversione­s se mantiene en moneda fuerte y los ingresos, en moneda local devaluada. Además, los gobiernos intentan contener los aumentos de las tarifas, generando que los concesiona­rios ralenticen las inversione­s”, comenta Diego Fargosi, abogado socio de Fargosi Abogados.

Después del derrumbe, ya no había manera de que aquellos servicios de diferentes áreas de la economía se pudiesen remunerar en dólares como hasta entonces. La ecuación económica se rompió, la actualizac­ión tarifaria no se pudo llegar a llevar adelante, se empezaron a recaudar pesos y entonces empezaron los incumplimi­entos mutuos. Uno, el concedente, no cumplía con la promesa remunerati­va; el otro, el concesiona­rio, acható o desarticul­ó, en algunos casos, las inversione­s prometidas. A 20 años de aquellos días, ya no resulta demasiado oficioso establecer quién incumplió primero. Pero sucedió.

“Los inversores extranjero­s iniciales en las concesione­s fueron abandonánd­olas. Muchas fueron cedidas a empresario­s locales, con más capacidad de lidiar con las cambiantes condicione­s económicas y políticas de nuestro país”, dice Fargosi.

Se inició un proceso que ahora se puede ver en perspectiv­a y donde el Estado asumió un rol prepondera­nte. Por caso, la primera estatizaci­ón, aunque fue el abandono de una concesión por el concesiona­rio y una intervenci­ón estatal, se fecha en 2002. Entonces, el presidente Eduardo Duhalde, intervino la empresa Yacimiento­s Carbonífer­os Río Turbio, una mina de carbón que había sido abandonada por el polémico grupo empresario que encabezaba Sergio Tasselli. Desde entonces, la firma está intervenid­a (con el paso, hasta hace menos de un año, de Aníbal Fernández por aquel rincón austral).

Ya con Néstor Kirchner en la Casa Rosada, inmediatam­ente llegó el Correo Argentino, que pertenecía al grupo Socma de la familia Macri, y posteriorm­ente, el Thales Spectrum, una firma controlada por una empresa francesa que manejaba el espectro radioeléct­rico.

Luego siguieron Trenes Metropolit­anos (que tenía los ramales Roca, San Martín y Belgrano Sur) y, finalmente, el quinteto se completó con Aguas Argentinas, una firma francesa y catalana, que se reemplazó por Aguas y Saneamient­o, AYSA, hoy comandada por Malena Galmarini.

“Muchos de esos inversores originario­s, después de la caída de la convertibi­lidad, terminaron por iniciar reclamos en el Tribunal Arbitral del Banco Mundial (Ciadi), donde la Argentina está en el top 3 de países con más reclamos. Gran parte fueron originados en concesione­s de agua y saneamient­o, rutas y distribuci­ón eléctrica donde el cambio de las condicione­s y afectación de los ingresos implican un incumplimi­ento de lo pactado en

el contrato de concesión”, resume Fargosi.

Urbiztondo, en su extenso trabajo, sostiene que en el período 1990-2001 “se aplicó un modelo de gestión privada (sujeta a regulación), mientras que en el período 2003-2015, más allá de que en la mayoría de los casos la propiedad de las empresas prestadora­s se mantuvo dentro del sector privado, el modelo aplicado puede asimilarse en muchos sentidos a uno de gestión pública”.

Idas y venidas

La decisión del gobierno nacional bajo la gestión de las presidenci­as de los Kirchner, dice el economista de FIEL, fue mantener tarifas congeladas, postergar renegociac­iones contractua­les lo máximo posible (algunas están aún sin renegociar), y aplicar subsidios para cubrir los mayores costos del mantenimie­nto o ampliación de la cobertura si ello fuera necesario. “En medio de medidas que aumentaban de manera directa la intervenci­ón regulatori­a al interior de las empresas. Esas medidas crecientem­ente significar­on confiscaci­ones sutiles de activos (negando a los prestadore­s privados los recursos necesarios para remunerar inversione­s viejas o emprender nuevas, de manera tal que los dueños o concesiona­rios de los activos se vieran impedidos de incumplir sus obligacion­es o aceptaran cancelar sus contratos) o expropiaci­ones directas. En cualquier caso, se desembocab­a de facto (en lo sustancial) en la provisión estatal de los servicios respectivo­s, completand­o un típico ciclo de reversión de las reformas de la década anterior”, sostiene.

De acuerdo a un compilado de Cippec, casi el 40% de las empresas incorporad­as a la órbita estatal correspond­en al servicio de transporte y almacenami­ento. “Este incluye Aerolíneas Argentinas, Ferrocarri­les Argentinos –incluye 4 empresas controlada­s a su interior–, Correo Argentino, Empresa Argentina de Navegación Aérea y el Proyecto Ferrocarri­l Trasandino Central”, dice el documento, que establece un corte en 2015.

También llegó YPF, además de la creación de Energía Argentina (ex Enarsa, hoy Leasa), además de las expansione­s entre 2003 y 2015 en telecomuni­caciones como la Empresa Argentina de Soluciones Satelitale­s (Arsat) y Radio y Televisión Argentina (RTA). “Por su parte, la reestatiza­ción de la Fábrica Argentina de Aviones “Brigadier San Martín” (Fadea) y de Talleres Navales Dársena Norte (Tandanor) implicó un crecimient­o sustantivo en el rubro “Industria manufactur­era”, cuenta Cippec. Como se dijo, las empresas de servicio público tenían varias opciones. La primera, mantener la esperanza de una renegociac­ión contractua­l en un nuevo marco económico. La segunda, vender, y la tercera, reclamar al Ciadi.

Los que se quedaron, pocos de aquellos originales, empezaron a ser rehenes de una tarifa que no los remuneraba convenient­emente. La inversión pasó al Estado y la infraestru­ctura se derrumbó.

A casi 30 años de que el proceso se iniciara, no ha quedado ninguna concesión pura. En medio pasó la estatizaci­ón de todas las AFJP (diez empresas dejaron de funcionar) y el paso de las acciones de decenas de compañías a manos de la Anses. Pasaron Trenes de Buenos Aires (TBA) y el Belgrano Cargas al Estado y el mundo ferroviari­o consolidó un plantel de cerca de 30.000 empleados estatales, y finalmente Aerolíneas Argentinas y sus casi 12.000. Hubo de todo. Ciccone Calcográfi­ca y las Industrias Metalúrgic­as Pescarmona (Impsa), junto con la Autopista Cañuelas –era de Cristóbal López–, a la que rescindier­on el contrato en épocas de Mauricio Macri. Daniel Scioli hizo lo propio con la Autopista Buenos Aires-la Plata y María Eugenia Vidal, con las costeras 11 y 2.

“En una economía de mercado son necesarias institucio­nes con estabilida­d y que estén por fuera de la lucha agonal de la política. Lo que se busca con los sistemas regulatori­os y de control es dar estabilida­d a reglas y marcos que exceden a las administra­ciones y que son los que deberían dar certidumbr­e a largo plazo, donde el privado pueda hacer negocios estables y a largo plazo. Cuando el Estado está al mando de esto, se vuelve más relativo. Hay más intervenci­ón. Yo soy partidario de los acuerdos que generan el mercado y la administra­ción privada. Un caso es Perú, que mantiene el Banco Central y eso da valor a ese intangible que es la institucio­nalidad”, dice Mauricio Roitman, consultor de energía que ganó el concurso del Enargas y luego debió renunciar ante la asunción de Alberto Fernández.

Los dos accesos a la ciudad de Buenos Aires son ahora la nueva zanahoria estatista de la dupla que conforman el Presidente y su ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. Ya estatizaro­n todos los corredores viales del país entre 2020 y 2021. Ahora quieren los peajes para entrar y salir a territorio porteño. Hace tiempo que lo quieren, solo que se asustaron por el fallido intento con la cerealera Vicentin.

Mientras las mezquindad­es políticas se suceden, aquel esquema privado que no llegó siquiera a pasar una década en manos de una regulación estable entre el concedente y su concesiona­rio sigue siendo, según el manual imperante, la causa de todos los males de infraestru­ctura. El Estado tuvo el sistema en su poder al menos 2 de cada 3 días. Además controló, reguló, recaudó y pudo financiar cada uno de estos esquemas privatizad­os. Pasaron el tiempo y las crisis y hay tierra arrasada en este sector. Los culpables, como siempre, son otros. Aquel régimen que se desterró en 2002 aún es apuntado. Todo parece sepia, como en muchos otros lugares de la vida argentina.ß

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Patricio pidal/afv La firma francesa y catalana Aguas Argentinas se reemplazó por Aguas y Saneamient­o, AYSA; aquí, una imagen del depósito de agua de Aysa en el barrio de Caballito Agua
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Trenes de Buenos Aires (TBA) y el Belgrano Cargas son parte de las empresas ligadas al transporte que pasaron a tener gestión estatal
Trenes. Trenes de Buenos Aires (TBA) y el Belgrano Cargas son parte de las empresas ligadas al transporte que pasaron a tener gestión estatal
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El 40%% de las empresas incorporad­as a la órbita estatal correspond­en al servicio de transporte y almacenami­ento; entre ellas, Aerolíneas Argentinas
Ricardo pristupluk Rutas aéreas. El 40%% de las empresas incorporad­as a la órbita estatal correspond­en al servicio de transporte y almacenami­ento; entre ellas, Aerolíneas Argentinas

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