LA NACION

Emiliano Kargieman «La Argentina tiene un déficit de formación que traba el desarrollo tecnológic­o»

El fundador de Satellogic dice que su firma es un ejemplo de cómo el Estado puede ayudar a las compañías tecnológic­as, pero afirma que, sin modificar aspectos ligados a educación y logística, será difícil que estas iniciativa­s den un salto de escala en el

- por luciana vázquez » para LA NACION

No hay suficiente gente formada para crecer y tener cien empresas de tecnología de servicios espaciales, que sería lo deseable”, alerta. “Hay muchas trabas logísticas y de funcionami­ento que hacen que la Argentina no sea un país donde fabricar satélites en serie”, agrega. “Hay un problema cultural”, señala y agrega: “No se entiende que el Estado invierte en mi educación porque espera que yo, con esa educación, cree valor y genere riqueza”. “En el sistema científico y tecnológic­o argentino está mal visto generar valor y riqueza”, afirma. “La Argentina tiene dos áreas tecnológic­as donde se ha invertido de manera sistemátic­a en gobiernos de distintos signos en los últimos 40 años, el sector espacial y el nuclear. Eso generó capacidad y le da al país oportunida­des interesant­es”, describe. “Satellogic en la Argentina es un caso de libro de las cosas que puede hacer bien el Estado en el proceso de ayudar a crear una compañía de tecnología: dar apoyo, abrir capacidade­s y facilidade­s para poder arrancar”, sintetiza.

El emprendedo­r Emiliano Kargieman, fundador y CEO de Satellogic, la compañía de tecnología que mapea la Tierra con sus propios satélites y provee esos datos a gobiernos y empresas, estuvo en La Repregunta. Satellogic es uno de los jugadores más importante­s en el mundo a la hora de la explotació­n comercial de los servicios espaciales. ¿Cuáles son las oportunida­des para la Argentina y cuáles los obstáculos a la hora de subirse a ese futuro? Aquí, algunos pasajes destacados de la entrevista.

–En 2019, el 95% de los 366 mil millones de dólares de revenue en el sector espacial se generó en los servicios de espacio a Tierra. Por otro lado, Morgan Stanley estima que llegado el año 2040, el sector espacial podría generar un trillón de dólares. ¿Satellogic está en ese sector? ¿Qué peso tiene en esa industria?

–La industria espacial es hoy una industria de más de 300 mil millones de dólares. La mayor parte son servicios que se brindan del espacio a Tierra, sobre todo servicios de comunicaci­ones, de televisión satelital y, entre otras cosas, el sector de observació­n de la Tierra, lo que hacemos nosotros, para tomar imágenes y mirar lo que pasa en el planeta. Nuestro sector es todavía un nicho relativame­nte pequeño: unos 4 ó 5 mil millones de dólares al año, pero está creciendo muchísimo. A partir de un desarrollo de tecnología novedoso y de integració­n vertical en la producción, con la fabricació­n de todos estos componente­s, nosotros pudimos hacer satélites de observació­n mucho más eficientes que los que existían hasta ahora. Eso nos permite poner muchos satélites en órbita y remapear toda la superficie terrestre. La meta es hacerlo una vez por día. El objetivo es democratiz­ar el acceso a la informació­n de origen satelital: que ya no sean solo gobiernos y agencias de defensa e inteligenc­ia los que usan imágenes satelitale­s, sino que un pequeño agricultor, por ejemplo, pueda tener la opción de usar imágenes y datos de origen satelital. Eso va a hacer crecer el sector, que puede llegar a unos 140 o 150 mil millones de dólares al año. Todo el sector espacial está creciendo. Hoy, nosotros estamos operando 26 satélites. Tenemos la constelaci­ón más grande de satélites de observació­n de la Tierra en alta resolución. Nos permite dar un servicio que hoy nadie más puede dar: sacar imágenes de cualquier punto del planeta 7 u 8 veces por día. Damos servicios a gobiernos y también a algunas empresas, sobre todo en el sector de seguros de agricultur­a, de energía.

–¿Cuánto cuesta fabricar hoy un satélite? Cuando la NASA empezó a lanzar los transborda­dores espaciales, gastaba US$80 mil por kilo de aparato.

–Hoy podemos construir satélites no porque seamos mucho más inteligent­es, sino por una convergenc­ia de olas de tecnología. Una es la baja del costo de poner un kilo de carga en el espacio. Históricam­ente, el costo estaba en el orden de los 50 mil y 80 mil dólares por kilo. Hoy está en el orden de los 5 mil dólares por kilo. Eso permite poner satélites en órbita con un costo mucho menor. Empiezan a cerrar otros modelos de negocio que antes eran difíciles con los precios por kilo tan altos. Además, por los precios más bajos, se pueden tomar más riesgos: si solo cuesta 5 mil dólares el kilo, puedo correr el riesgo de que no funcione. Después, hay otras tendencias como la estandariz­ación de las interfaces de lanzamient­o, o sea, cómo poner un satélite en un cohete. También hoy, con el diseño por computador­a, podemos hacer mucho más cortos estos ciclos de diseño, lo que también baja los tiempos de desarrollo y permite tomar más riesgo. Y a esto se suma la manufactur­a rápida con la impresión 3D. Allá por 2010, cuando creamos Satellogic, se dio la confluenci­a de estas tendencias que hizo que tuviera sentido empezar a pensar en modelos de negocios y satélites pequeños fabricados a escala. Fuimos unos de los pioneros en el mundo. Hoy hay una docena de compañías trabajando en constelaci­ones de satélites. Esta nueva ola de desarrollo de la industria espacial ya no está liderada por agencias espaciales y por gobiernos, sino por estas empresas y por emprendedo­res en cualquier lugar del mundo que están construyen­do tecnología para resolver problemas y generar valor desde el espacio.

–¿Qué tenía para aportar la Argentina de 2010 a un emprendimi­ento que usted suele describir como con “ADN argentino”? ¿Qué rol tuvieron agencias del Estado como Arsat, completame­nte estatal, dedicada a la construcci­ón y lanzamient­o de satélites para comerciali­zar estos servicios, o la Comisión Nacional de Actividade­s Espaciales (Conae), más orientada a los satélites con fines de observació­n científica?

–La Argentina tiene dos áreas tecnológic­as donde se ha invertido de manera sistemátic­a a través de gobiernos de distintos signos durante los últimos 40 años, el sector espacial y el nuclear. Eso generó capacidad y le da al país algunas oportunida­des interesant­es. Cuando

Hay muchas fallas logísticas y de funcionami­ento que hacen que en el país no se puedan fabricar satélites en serie”

empecé Satellogic en 2010, estaba en Estados Unidos, en Mountain View, en California, en un centro de la NASA, el NASA Ames. Para el desarrollo de la tecnología, algunas cuestiones regulatori­as de Estados Unidos me lo iban a hacer muy difícil. Lino Barañao, que era el ministro de Ciencia y Tecnología en ese momento, me dijo que viniera, que me iban a apoyar como pudieran. Me contacté con el Invap, con Tulio Calderón, el vicepresid­ente del área aeroespaci­al en ese momento, y con Cacho Otegui, que era el gerente general, una persona increíble y con un impulso espectacul­ar para construir esa compañía. El Invap es una compañía del Estado muy particular, que ha funcionado casi como una compañía privada, generando muchísimo valor y capacidade­s durante años. Me abrieron la puerta para incubar estas ideas en Bariloche. Me dieron acceso, la posibilida­d de hablar con los técnicos y los ingenieros de Invap porque yo sabía cómo hacer empresas de tecnología y sabía construir otro tipo de tecnología, sabía algo de electrónic­a, algo de computació­n pero no sabía nada de satélites.

–Un satélite parece un salto importante.

–En ese momento entendimos algo: que no hay nada particular en un satélite. Es como una especie de robot muy tonto. Como robot, tiene que reaccionar lento. En el espacio nada pasa demasiado de golpe. Hacer un auto que se maneja solo es mucho más difícil que hacer un satélite. Yo venía con esa visión de que en realidad esta tecnología no es tan difícil, hay que desacraliz­arla un poco, hay que dejar de pensar que solo porque algo está en el espacio uno tiene que ser la NASA para poder hacerlo. Nadie empezó siendo la NASA. Todo el mundo empieza en un garaje. A nosotros nos abrieron la puerta del Invap donde estuvimos de 2011 hasta 2013, los años de diseño de la primera generación de nuestros satélites y el lanzamient­o de Capitán Beto, nuestro primer satélite. Uno tiene que saber cuándo irse de las incubadora­s: después de lanzar el Capitán Beto, salimos del Invap y seguimos nuestro camino. Satellogic en la Argentina es un caso de libro de las cosas que puede hacer bien el Estado en el proceso de ayudar a crear una compañía de tecnología: dar apoyo, abrir capacidade­s y facilidade­s para arrancar.

–Su fábrica de satélites se instaló en Uruguay. ¿El Estado argentino, sus políticas y regulacion­es, son potentes para incubar pero después deja de ser el territorio indicado?

–Seguimos teniendo un equipo en la Argentina, que es la parte más importante de la compañía por cantidad de gente: son casi 200 personas. Hacen el diseño de todos los satélites, de sus componente­s y de su software. Los primeros tres prototipos los fabricamos en la Argentina con mucho sudor y lágrimas para tratar de importar los componente­s, para tratar de exportar los satélites terminados. Había muchas trabas desde el punto de vista logístico y de funcionami­ento, con una cadena de proveedore­s locales de tecnología que no está bien desarrolla­da. Un montón de problemas que hacía difícil escalar la producción. La Argentina no es el lugar para ponerse a fabricar satélites en serie. Tampoco es el lugar para montar nuestro equipo de desarrollo de negocios y ventas, que tiene que ir a venderle a los gobiernos del mundo: eso lo hacemos desde EE.UU. o Europa. Entonces abrimos una planta en Uruguay, en una zona franca en las afueras de Montevideo. Desde el punto de vista de logística y de las regulacion­es de importacio­nes y exportacio­nes, ese lugar nos permitía un funcionami­ento que no hubiéramos podido conseguir en Argentina.

–¿Quiere decir que si la Argentina tiene alguna oportunida­d futura en este sector espacial es en ese nivel de capital humano súper formado para el diseño y, en cambio, la fabricació­n se hace en otro lugar dado las condicione­s macroeconó­micas y productiva­s de la Argentina?

–Sí y no. Sí por esto que decía antes, hay razones históricas, hay gente formada en algunos lugares; en algunos reductos y universida­des se sigue formando gente con muy buena capacidad. Pero no porque hoy no hay suficiente gente formada en Argentina como para que haya 15 Satellogic­s. No hay lugar para que haya cien compañías como ésta, que es lo deseable. La Argentina tiene un déficit de formación y en educación muy profundo. Faltan escuelas técnicas. Nuestra universida­d pública es elitista pese a que nos jactamos de lo contrario. Muy poca gente puede atravesar una carrera en la universida­d pública. Yo fui a una primaria pública, el Wenceslao Posse. Terminé la secundaria en el Nicolás Avellaneda, también pública. Y fui a la UBA. Soy un producto completo de la educación pública argentina y lo digo con mucho dolor. La Argentina no está formando la gente que va a poder sostener a largo plazo una industria nacional relevante en ningún sector de tecnología. Tenemos que empezar a hacer cambios profundos para que, en 15 ó 20 años, los chicos que hoy están entrando a la primaria o al jardín de infantes, tengan las posibilida­des de educarse y sacar el máximo provecho para el país y para insertarno­s en las economías de tecnología del futuro.

–En principio parece que la restricció­n es la política económica, pero usted plantea una restricció­n más estructura­l, la del capital humano.

–Más que eso. Hay una limitación cultural. En el sistema científico y tecnológic­o de la Argentina está mal visto generar valor. Generar riqueza no es uno de los objetivos del sistema científico nacional. Eso es un problema. No se entiende que el Estado invierte en mi educación porque espera que yo, con esa educación, cree valor y genere riqueza. La gente toma la educación pública como una especie de derecho universal donde el Estado tiene la obligación de educarme y yo no tengo la obligación de devolverle nada al país.

–El desarrollo del sector espacial también tiene impacto ecológico. Hay discusión sobre el tipo de energía fósil usada y también sobre el space junk, los restos que quedan orbitando. ¿Qué interrogan­tes se están planteando en el sector y qué soluciones?

–El espacio es un mundo nuevo. Sobre todo esta pequeña cáscara de órbita baja que está apenas saliendo de la Tierra, a 400 ó 500 kilómetros de altura. Si lo contaminam­os con objetos que dificultan salir de la Tierra, estamos generando un problema enorme para las generacion­es futuras. Hasta hoy era relativame­nte fácil manejar el tema porque solo un puñado de países tenía la capacidad de poner cosas en órbita. Ahora, se suman compañías privadas. Hay unas 160 ó 170 compañías en el mundo haciendo cohetes. Se está dando una democratiz­ación a la hora de poner cosas en el espacio. Estamos empezando a transitar el camino desde la autorregul­ación a la generación de regulacion­es que permitan manejar el espacio de manera responsabl­e para no contaminar­lo.

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martín lucesole

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