El poder de Cristina Kirchner en el Senado comienza a mostrar señales de debilidad
La ampliación de la Corte, aprobada con apenas 36 votos, abre un interrogante de cara al presupuesto; enojo en el oficialismo
A contramano de la señal de fortaleza con la que la vicepresidenta pretendió investir sus últimos movimientos políticos en el Senado, la aprobación del proyecto de ampliación de la Corte Suprema mostró de manera descarnada que Cristina Kirchner va dejando jirones de su poder con cada nuevo gesto de lealtad que le exige a su bloque en el Senado. Esos síntomas abren una incógnita ante los futuros desafíos que afrontará el oficialismo en la Cámara alta, como la sanción del presupuesto.
Los 36 votos con los que logró aprobar el proyecto dejaron al descubierto, en realidad, que la vicepresidenta perdió el control del Senado, aun cuando al final del camino haya logrado su cometido de haberles enviado a los jueces de la Corte un mensaje de que su poder está a tiro de una ley del Congreso y de las mayorías volátiles que imperan en el Parlamento.
Esto es así porque si la iniciativa logró pasar en revisión a la Cámara baja fue por la “buena voluntad” del gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, que permitió que su senadora, María Eugenia Catalfamo, votara en contra. Si la legisladora, una kirchnerista de la última hora, pero que responde al mandatario provincial, hubiera optado por la abstención, como había amenazado en las horas previas al debate, la sesión habría fracasado por falta de quorum (37 senadores presentes) al momento de la votación.
¿Y por qué Catalfamo votó en contra? Porque el proyecto original de 25 jueces, que el gobernador puntano había impulsado junto a su par bonaerense, Axel Kicillof, fue modificado para poder conseguir el voto del senador Adolfo Rodríguez Saá (San Luis), que se negaba a apoyar la iniciativa porque, precisamente, estaba la mano de su hermano detrás de su redacción.
Como resultado de esta disputa de egos puntanos, Cristina Kirchner y sus alfiles en el Senado, con el neuquino Oscar Parrilli a la cabeza, se vieron en la disyuntiva de tener que optar por uno de los hermanos, malquistándose en el proceso con el otro. La elección recayó en el senador porque con la modificación del proyecto se lograba sumar a dos aliados de partidos provinciales que también venían resistiéndose a aceptar el número
Luces de alerta
Esta puja de poder protagonizada por dos hermanos, digna de una telenovela venezolana, puso sobre la superficie al menos dos cuestiones que en algunos despachos de la Cámara alta no pasaron desapercibidas y que exponen la debilidad de la vicepresidenta.
“El Adolfo demostró que si te juntás con un par de compañeros y te negás a votar algo Cristina no puede aprobar nada”, dijo un senador oficialista en diálogo con la nacion. “Ojo, no vaya a ser cosa que se nos ocurra hacer algo así con el presupuesto”, amenazó el legislador, agitando un fantasma que podría corporizarse en noviembre, cuando se espera que Diputados gire a la Cámara alta la denominada ley de leyes.
La otra señal de alarma que se accionó en el tablero de Cristina Kirchner puede explicarse apelando a la física y la matemática con el efecto mariposa, por el que la modificación de una variable en un sistema produce inevitables cambios en otro.
Es lo que ocurrió con el debate de la Corte, en el que para conseguir tres votos terminó perdiendo uno. Este fue un caso en el que los pros fueron más que las contras, pero nada asegura que la ecuación sea siempre favorable. Un ejemplo podría ser la asignación específica en el impuesto que tributan las entradas a espectáculos a la industria cultural. Diputados aprobó un proyecto que prorroga su vigencia por 50 años, un plazo que muchos senadores oficialistas consideran excesivo para unos fondos que, además, quisieran ver distribuidos de manera más equitativa con las provincias. ¿Cómo conseguir los votos para aprobar la iniciativa sin enojar a artistas y productores? Esa es la cuestión, diría un Hamlet legislativo.
Malestar interno
A esta encrucijada se suma el malestar que generaron en el interior del Frente de Todos los esfuerzos que Cristina Kirchner le exigió al bloque en las últimas dos sesiones.
Tanto en la sesión de la ampliación de la Corte como en aquella en la que se manifestó el apoyo a la vicepresidenta por el intento de magnicidio fueron convocadas de un día para el otro, a marchas forzadas, obligando a senadores a movilizarse a Buenos Aires –dos debieron volver a las apuradas de una reunión parlamentaria en Brasil para participar del desagravio–, para poder reunir un quorum estricto con el único objetivo de vencer la negativa de la oposición a permitir el inicio de las sesiones y, sobre todo, para cumplir los deseos de la vicepresidenta.
La señal más clara de ese malestar fue la poca predisposición a participar en el debate de la ampliación del máximo tribunal de aquellos legisladores oficialistas que no forman parte del grupo de fieles seguidores de Cristina Kirchner.
Salvo el jujeño Guillermo Snopek, presidente de la comisión que emitió el dictamen, que, por lo tanto, fungió como miembro informante obligado, y Rodríguez Saá, satisfecho por haber ganado la pulseada por el número final del proyecto, los oradores oficialistas solo fueron senadores de La Cámpora y ultrakirchneristas.
El dato cobra más relevancia si, como confió a la nacion una fuente del bloque oficialista, antes de la sesión se deslizó desde la conducción del bloque la idea de que no habría límites a la lista de oradores, que podían anotarse todos los que así lo quisieran. La oferta solo fue aceptada por los leales de siempre.
“No me interesó participar en una sesión que más que sumar iba a restar y para tratar un tema que le interesaba a una sola persona”, explicó un legislador oficialista su ausencia en el debate. Una señal más que preocupante y que expone la debilidad de Cristina Kirchner.