Brasil y la Argentina
El resultado de la primera vuelta de las elecciones de Brasil revela que otro triunfo de la izquierda latinoamericana que algunos analistas –y no pocos dirigentes kirchneristas– descontaban dista de ser una realidad. De hecho, habrá de definirse dentro de cuatro semanas en un ballottage.
La ajustada ventaja de cinco puntos obtenida anteayer por Lula da Silva sobre el presidente Jair Bolsonaro habla de una ciudadanía dividida. Se trata de una situación que forzará a ambas figuras políticas a realizar importantes concesiones y evitar cualquier tipo de radicalización para llegar al gobierno y, una vez en él, a manejarse con la suficiente flexibilidad en un Congreso que quedará completamente fragmentado a partir del año próximo.
Las cifras del escrutinio no solo se diferenciaron de las proyecciones que anticipaban la mayoría de las encuestas, para las que Lula se iba a imponer en la primera vuelta. También demostraron que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) solo venció con cierta comodidad en los estados más pobres del noreste y que el gobernante Partido Liberal se impuso en la mayoría de las regiones. Que este resultado haya sido posible pese a los fuertes cuestionamientos que se le han hecho a Bolsonaro, tanto por los aparentes desaciertos de su política frente al Covid-19 como por su estilo tan provocador como misógino, puede indicar que la deuda de Lula con la sociedad por la corrupción que ha caracterizado a su gestión presidencial está lejos de haber sido completamente saldada.
Es cierto que Lula brindó señales de moderación para conquistar a un electorado independiente, tanto con la designación de Geraldo Alckmin, un clásico de la centroderecha, en su rol de compañero de fórmula, como asegurando que no derogará las reformas laboral y previsional sancionadas durante la presidencia de Bolsonaro. Pero, sin duda, el candidato del PT deberá ofrecer algo más que tímidos guiños al electorado de clase media si quiere garantizarse el triunfo en la segunda vuelta.
Del mismo modo, el actual presidente brasileño tendrá que moderar su lenguaje, dejar atrás muchas de sus actitudes provocadoras y probablemente replantear su cuestionable alineamiento con la Rusia de Putin.
Las elecciones de Brasil proponen enseñanzas para los argentinos. No puede dejar de llamar la atención la imprudencia de Alberto Fernández al apresurarse a felicitar a Lula por un “triunfo” que no ha sido tal hasta el momento, cuando lo sensato hubiese sido felicitar a todos los brasileños por la jornada cívica que protagonizaron.
El mejor camino para el futuro común de la Argentina y su principal socio comercial será dejar de personalizar las relaciones. Que en los últimos años no haya habido encuentros entre Fernández y Bolsonaro como consecuencia de sus diferencias ideológicas debería ser un motivo de preocupación por subsanar.