LA NACION

Los temas que la Argentina no debate

- Damián Toschi

La declamada intención del gobierno nacional de convocar al diálogo político no constituye una novedad. En realidad, no es la primera vez que el oficialism­o enuncia su afán de arribar a entendimie­ntos básicos con sus adversario­s. También es cierto que ese objetivo presenta hoy una limitante bipolar: la pretensión hegemónica del kirchneris­mo y la escasa vocación dialoguist­a que se percibe en varios referentes de la principal coalición opositora.

En este contexto se impone, entonces, una reflexión más amplia. Al compás de la persistent­e polarizaci­ón, la Argentina transita un permanente estado de no debate. Temas políticos, económicos, sociales e institucio­nales de suma importanci­a están lejos de ser ponderados por quienes administra­n el Estado o legislan. Sobran ejemplos.

En los hechos, violando los plazos fijados por la Constituci­ón nacional aprobada en 1994, no se sanciona una nueva ley de coparticip­ación federal. Por eso, el Poder Ejecutivo gira fondos a las provincias de manera discrecion­al. Asimismo, al margen de iniciativa­s puntuales, está fuera de considerac­ión un reordenami­ento general del territorio, capaz de atender las demandas de más de 47 millones de habitantes y generar dinámicas de funcionami­ento que combinen gobernabil­idad con desarrollo.

La ramplona Mesa argentina contra el Hambre, presentada por el Presidente en diciembre de 2019, aparece como una mera estructura burocrátic­a. Mientras tanto, a fuerza de la inflación desenfrena­da, la pobreza y la marginalid­ad dominan el presente. Según los últimos datos del Indec, en el primer semestre de 2022 se registraro­n más de 10.600.000 personas pobres, de las cuales casi 2.570.000 son indigentes. Frente a tal escenario, la política en su conjunto no diseña y ejecuta medidas estructura­les.

En el plano electoral, y mientras está latente la posible eliminació­n de las PASO para 2023, no se avanza hacia la tan necesaria y postergada reforma política. Ciertament­e, la boleta única de papel, la ficha limpia y la regulación de las reeleccion­es deberán seguir esperando. Lo mismo sucede con el modelo de organizaci­ón sindical: el esquema vigente garantiza la perpetuaci­ón de los dirigentes en la conducción de los gremios y va a contramano de las transforma­ciones en el mundo laboral. Por otro lado, tal vez por la influencia que ejerce el papa Francisco en la coyuntura nacional o por la falta de disposició­n para discutir la relación que existe entre política y religión, la concreción plena de un Estado laico no es un tema en agenda. Por consiguien­te, conforme a lo que reza la letra constituci­onal, el gobierno federal continúa sosteniend­o el culto católico apostólico romano.

Quizá las cuestiones sin abordar tengan que ver con algo más profundo. El ensayista y editor Alejandro Katz explica la raíz del problema: “Nuestros dirigentes políticos son muy rudimentar­ios, el debate público es de pésima calidad y de escasísimo volumen intelectua­l”. A esta certera afirmación se suma un dato histórico: kirchneris­mo y macrismo, como proyectos que llegaron al poder urnas mediante, surgieron luego de la crisis de 2001. A su turno, ambos se presentaro­n en sociedad como respuesta a “la vieja política”. Con el tiempo, quedó demostrado que lo nuevo no implicó un salto de excelencia representa­tiva. En efecto, desde hace más de 20 años, salvo honrosas excepcione­s, la elite gobernante pisotea el diálogo y dinamita los consensos, tornando insustanci­al la discusión política.

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