LA NACION

EL “ESTADO BENEFACTOR” QUE MONTÓ EL CRIMEN ORGANIZADO

Allí donde la discontinu­idad o desorganiz­ación de las políticas públicas fueron dejando bolsones de pobreza, los grupos narcos aportan contención y suman poder

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CROSARIO uando llegó la policía, los vecinos dudaron si celebrar o lamentar que detuvieran a Máximo Ariel “el Viejo” Cantero. Porque el fundador del clan criminal Los Monos era –y es– capaz de mandarlos a torturar y matar, pero también asistía a más de 200 personas por día en Vía Honda, uno de los barrios más carenciado­s de la ciudad, velaba a su modo por su seguridad y hasta organizaba actividade­s recreativa­s para celebrar, por ejemplo, el Día del Niño.

Cantero llevaba un año y medio en libertad tras cumplir una condena por narcotráfi­co y otra por asociación ilícita. Pero reincidió, según los fiscales Franco Carbone y Valeria Haurigot. Así que lo devolviero­n a una celda, acusado de liderar otra asociación ilícita que extorsiona­ba a comerciant­es y empresario­s y regaba con balas la ciudad para sustentar sus amenazas. Eso importó poco en el barrio. Allí, Cantero era “don Ariel”.

Era “don Ariel” porque en el barrio estaba a cargo –o decía estarlo– de dos comedores sociales.

Era “don Ariel” porque en el barrio, a diez cuadras de la avenida de Circunvala­ción, solventaba los sepelios de los desahuciad­os.

Era “don Ariel” porque en el barrio ayudaba a reparar viviendas, organizaba talleres de capacitaci­ón en oficios, proveía más seguridad que un Estado ausente, y hasta contrataba un pelotero para que los chicos se divirtiera­n.

Pero dentro de su casa, entre una imagen de Al Pacino disparando un fusil en su rol de Tony Montana en Scarface y jaulas con aves exóticas y gallos de riña, los investigad­ores encontraro­n 8000 kilos de alimentos, muchos de los cuales estaban en cajas del Plan Integral de Cuidados, más conocido como el Plan Cuidar de la municipali­dad de Rosario.

El intendente Pablo Javkin negó cualquier vínculo con Cantero y deslindó toda responsabi­lidad sobre lo ocurrido. Definió a la municipali­dad como una víctima más y le pidió a la Justicia que la tuviera como querellant­e. Afirmó que eran 137 cajas de alimentos que debieron ir a otro centro comunitari­o, El Ceibo-manos a la Obra, en otro barrio, Molino Blanco, que sí estaba empadronad­o en la municipali­dad para recibir esos alimentos.

El dato no es menor. El presidente de El Ceibo-manos a la Obra es Leonardo Pucheta y la tesorera, Cintia Macarena Berón; también están imputados en la investigac­ión judicial. Los Pucheta tienen una relación con el crimen organizado desde hace mucho tiempo y ahora le anexaron una pata asistencia­lista. Varios integrante­s de ese clan, a los que apodan “comegatos”, que viven en el Bajo Ayolas, en el sur de Rosario, fueron asesinados. Algunos alfiles de Los Comegatos se habían aliado a Ariel Segovia, conocido como Tubi, que fue asesinado en la cárcel de Coronda, y era parte de Los Monos.

Los Pucheta se ganaron ese apodo porque uno de los miembros del clan fue quien en 1996 le mostró al periodista porteño Julio Bazán de Canal 13 cómo asaban esas mascotas a la parrilla en medio de la crisis del menemismo. Por la trascenden­cia que adquirió la noticia, que para muchos en Rosario fue una fake news, a los Pucheta los llaman “Los Comegatos”, un clan que está ligado a los Cantero desde hace décadas. La relación más fluida siempre fue con el Viejo, que maneja el bufet del club de pescadores muy cerca de donde viven los Pucheta.

Será difícil saber qué pasó entre el clan Cantero y la municipali­dad de Rosario. Cuatro días después del allanamien­to a la casa del jefe narco, el domingo 1º de mayo, las oficinas de la Secretaría de Desarrollo Social de la Intendenci­a fueron incendiada­s de forma intenciona­l, según concluyó un peritaje de los Bomberos Zapadores.

A pedido de los fiscales, la jueza Valeria Pedrana dictó la prisión preventiva de Pucheta, por el delito de administra­ción fraudulent­a, y a Cantero y su esposa por encubrimie­nto, tras rechazar el planteo de su defensa, que sostuvo que esas cajas estaban en su casa para que nadie las robara. Para la Justicia, sin embargo, las evidencias muestran que Cantero las repartía.

Según la Fiscalía, lideró una asociación ilícita que buscó asentar su dominio sobre barrios enteros de la ciudad, desplazand­o o matando clanes rivales. Y como parte de esa

disputa territoria­l ordenó balear escuelas, concesiona­rias, comedores y estaciones de servicio, además de extorsione­s a comerciant­es y empresario­s. Eso quedó grabado en las llamadas que la Justicia interceptó a un colaborado­r preso por homicidio.

“El Ariel me dio semáforo verde para que cobremos todos los negocios a nombre de él”, le comunicó el preso a una mujer que estaba en libertad. “Todos, todos los negocios a nombre de él. Todos. Vamos y vamos. Negocio que no sea del Ariel, negocio que tiene que pagar”.

El reflejo de Tony Montana

Desde el Ministerio Público de la Acusación (MPA) consideran un error o una conclusión malintenci­onada considerar a Cantero como un benefactor en zonas que antes fueron polos industrial­es de la periferia rosarina y ahora son bolsones de pobreza, desempleo y marginalid­ad. “Hay zonas muy abandonada­s por el Estado, es cierto, pero tampoco estamos ante tareas de ‘pacificaci­ón’”, indicaron a la nacion. “Cantero ordenó balaceras, está sospechado de participar en la trata de personas, abusos de terceros y mucho más”.

Las estadístic­as del MPA muestran que el concepto mismo de “pacificaci­ón” es una falacia en los barrios periférico­s de la ciudad. Más del 60% de las muertes que se registran en Rosario responden a las disputas territoria­les entre clanes y bandas criminales, que a menudo no son más que adolescent­es enfrentado­s por el control de una esquina. Es decir, lejos, muy lejos del espejo de Tony Montana en el que quieren reflejarse.

Las estadístic­as reflejan, también, que la violencia se concentra en apenas el 13% de la ciudad, en su periferia, lejos de los bulevares y por fuera del cuadrante definido por las avenidas Ovidio Lagos y Pellegrini. Lo que acercó la violencia al centro de la ciudad fueron las extorsione­s que realizan los narcos desde la cárcel: dinero a cambio de paz. O balas en el frente del negocio. Y no se trata de un caso aislado: durante el primer semestre se denunciaro­n 732 extorsione­s y en más de 400 se usaron armas.

En el 85,85% de los homicidios también se usan armas de fuego, el 90,1% de los asesinados son jóvenes de entre 20 y 29 años, el 71,8% de las muertes ocurre en la vía pública –y a menos de 500 metros del domicilio de la víctima–, el 62,2% de los asesinatos ocurre de noche, y seis de cada diez se vinculan a organizaci­ones criminales o economías ilegales. Tres de cada cuatro homicidios no son espontáneo­s, sino planificad­os. Aun así, una de cada diez víctimas no era la destinatar­ia del ataque y murió víctima de un error, por encima de los guarismos provincial­es (7,8%) y de la ciudad de Santa Fe (4%).

Un ejemplo brutal de esos errores ocurrió el 26 de noviembre de 2016, cuando sicarios asesinaron de dos balazos a Franco Carballo en Grandoli al 4900 y descubrier­on luego que se habían equivocado. En realidad, querían ejecutar a su primo, que se llamaba casi igual: Nicolás Franco Carballo. Ese mismo día, completaro­n la tarea asignada en Esmeralda al 4100, a un kilómetro del primer asesinato. En ambos casos, con armas 9 milímetros.

Para el investigad­or de la Universida­d Nacional de Rosario, Marco Iazzetta, ese tipo de asesinatos erróneos expone qué ocurre en Rosario por debajo de los dos clanes familiares –los Alvarado y los Cantero– que dominan las noticias. Proliferan las banditas que “se caracteriz­an por la rusticidad, la desorganiz­ación, la improvisac­ión y la desprofesi­onalizació­n. Se encuentran lideradas por jóvenes que ejercen una violencia vehemente, fuertement­e territoria­lizada y altamente lesiva”, detalló Iazzetta, en un artículo de título elocuente –“Crimen desorganiz­ado y mercados ilegales de droga en la ciudad de Rosario”– que publicó la Revista de la Escuela de Antropolog­ía en 2020.

Fuera del sistema

El negocio de la violencia, por el que fluye el aceitado mercado de la venta de drogas, se retroalime­nta de perfiles como el de Lautaro Arenas, acusado de ejecutar al “arrepentid­o” Carlos Argüelles, testigo clave en uno de los juicios más importante­s del narcotráfi­co rosarino, con el enemigo central de Los Monos, Esteban Alvarado, en el banquillo.

De 19 años, Arenas fue condenado a prisión perpetua. Nunca tuvo un empleo ni educación: es analfabeto. Pertenece a esa flota de jóvenes que están fuera del sistema, que solo son integrados por los narcos en el negocio criminal. Los otros detenidos –Aldana Peralta, Rodrigo Varela y Maximilian­o Morel–, que habrían cobrado 180.000 pesos por matar a Argüelles, tampoco terminaron la escuela primaria y nunca tuvieron un empleo formal. En semejante contexto, el Estado brilla en Rosario por su ausencia. Un ejemplo: Rosario eliminó 11 comisarías en cinco años, como parte de un plan que trazó el gobierno socialista. La idea fue del entonces ministro de Seguridad Maximilian­o Pullaro, quien pretendía eliminar 36 comisarías para reemplazar­las por megaestaci­ones. Pero el plan quedó trunco por el cambio de gestión y la pandemia. Y los barrios terminaron abandonado­s a su suerte.

Ahora, las autoridade­s provincial­es anuncian que reabrirán cuatro seccionale­s, aunque los referentes de la Red de Vecinales Rosarinas Unidas temen que no pase de los anuncios cosméticos. Desconfían hasta que no vean con sus propios ojos la llegada de efectivos, patrullero­s y todo lo necesario para combatir el delito, en vez de limitarse a pasar la gorra para la recaudació­n ilegal. La comisaría 7ª, ejemplific­aron los vecinos, cuenta con un solo patrullero activo, mientras otro languidece con sus cubiertas pinchadas.

El gobierno de Omar Perotti decidió dejar a un costado el Plan Abre, uno de los bastiones de su antecesor Miguel Lifschitz, que apuntaba a mejorar la infraestru­ctura barrial. Perotti creó su propio plan, que lo llamó Incluir. Cada sector político mostró su propio plan, sin darles continuida­d a los anteriores.

Mientras el Estado fluctúa entre la ausencia y la descoordin­ación, se expande la “gobernanza criminal”, como la definen los expertos, que es caótica y contradict­oria, y que queda sujeta a las disputas territoria­les manchadas de sangre. Porque la violencia resulta una fórmula identitari­a y un recurso insoslayab­le para ganarse el respeto y el reconocimi­ento social. Eso ocurrió, este año, en los barrios Ludueña y Empalme Graneros, en el Oeste. Las disputas entre soldaditos de Los Monos y de Esteban Alvarado dejaron 44 muertos en menos de cuatro meses. Violencia y sangre, por un lado, y asistencia­lismo narco por el otro.

“Respeto”

Así, los clanes criminales “se ganan el respeto de la comunidad, porque son parte de ella y buscan mejorar su calidad de vida proveyendo bienes básicos que muchas veces el Estado es incapaz de proporcion­ar”, destacaron las investigad­oras Carolina Sampó y Ludmila Quirós. “Los miembros de los clanes no ostentan sus ganancias –como solían hacer los narcos de generacion­es previas– y suelen permanecer en el lugar que los vio nacer”, detallaron en un trabajo titulado “Las estructura­s criminales en Argentina y las iniciativa­s de cooperació­n estatal para combatir su avance”.

Algunos datos oficiales fortalecen esa visión. En Rosario y el llamado Gran Rosario, la tasa de desempleo bajó del 7 al 4,3 por ciento durante el segundo semestre de 2022, en tanto que la pobreza llega al 31,2% y la indigencia al 3,6%; es decir, por debajo de los guarismos de la ciudad de Santa Fe, donde la pobreza rondó el 39,6% por esos días. Córdoba tiene peores índices en desocupaci­ón, pobreza y salarios. Pero no registra los índices de violencia de Rosario. ¿Qué la distingue tanto?

Según el intendente Javkin, una de las causas sería la propia lucha contra el crimen. “Cuando uno va descabezan­do bandas, la disputa territoria­l se hace más violenta”, afirmó, sin que el arresto de los cabecillas los detenga.

Eso no es todo. “El nivel de violencia responde a la fragmentac­ión del mercado de drogas, que es muy competitiv­o”, dijo un estudioso de Rosario que le pidió a la nacion mantener su nombre bajo reserva para evitar represalia­s. “Un factor es la policía, que está fragmentad­a y subordinad­a a bandas locales. Es una anomalía, distinto a lo que ocurre en la provincia de Buenos Aires, donde la policía regula el crimen. Pero en Rosario, hay policías trabajando para Los Monos y Alvarado tenía en la nómina a policías que investigab­an a los Monos”.

Las esquinas de esos mismos barrios periférico­s dicen mucho sobre quiénes las controlan, qué sustancias venden, con quiénes rivalizan y mucho más. Reflejan también la profusión de banditas criminales horizontal­es, sin estructura jerárquica, más fluidas y flexibles, que se mueven en áreas geográfica­s reducidas.ß

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En este monoblock de Barrio Municipal vivía “Pimpi” Caminos, el jefe de la barra de Newell’s ultimado en 2010 y vinculado con el narcotráfi­co
Fotos marcelo manera Zona de conflicto. En este monoblock de Barrio Municipal vivía “Pimpi” Caminos, el jefe de la barra de Newell’s ultimado en 2010 y vinculado con el narcotráfi­co
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 ?? ?? Allanamien­to en busca de los autores de las balaceras contra edificios judiciales, luego de que fueran condenados los líderes de Los Monos en 2018
Allanamien­to en busca de los autores de las balaceras contra edificios judiciales, luego de que fueran condenados los líderes de Los Monos en 2018
 ?? ?? Un prefecto mató a un delincuent­e que intentó asaltarlo en el sur rosarino en
2015; como venganza, los vecinos le quemaron el auto
Un prefecto mató a un delincuent­e que intentó asaltarlo en el sur rosarino en 2015; como venganza, los vecinos le quemaron el auto
 ?? ?? Los balazos que recibió la parroquia María Reina, en 2018, luego que el
padre Juan Pablo Núñez denunciara amenazas de narcos del barrio
Los balazos que recibió la parroquia María Reina, en 2018, luego que el padre Juan Pablo Núñez denunciara amenazas de narcos del barrio

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