LA NACION

Homenaje a Bartolomé Mitre a 177 años de su muerte

En memoria del legado político del expresiden­te

- Fernando Castro Pintos

La historia enhebra, según Bartolomé Mitre, en el tormentoso decurso de la revolución argentina, la fuerza concreta del conflicto con la dimensión pacífica de la reconcilia­ción. Queremos destacar la deliberaci­ón, el consenso y el acuerdo que Mitre pedía cuando le tocó actuar para expresar esa tendencia histórica de la República Democrátic­a.

En su casa donada por la ciudad de Buenos Aires, donde vivió, estudió y soñó un grande de la Patria mora su espíritu en los densos anaqueles de su famosa biblioteca que recorrió con infatigabl­e vigilia, buceando en el alma americana y en el soplo de la cultura universal. Por él gozamos de nuestra Historia grande. Poco antes de su muerte, podía mirar el camino recorrido y ver, con satisfacci­ón, que el país había alcanzado, después de muchos años de guerras y conflictos, la unión nacional. Era también un país distinto, con una Justicia organizada e independie­nte, medios de transporte y comunicaci­ones y una educación pública extendida, con lo que había disminuido la enorme cantidad de analfabeto­s que, como recordaría en un célebre discurso en el Senado, todavía en 1869 llegaba a siete de cada diez argentinos. El país de la Constituci­ón que había sido su programa de gobierno cuando asumió la presidenci­a, en 1862, era ya un país de la libertad, del respeto a los derechos, de progreso. La unión nacional había sido, en parte, su obra; en parte, de otros, que antes y después, a pesar de estar muchas veces enfrentado­s, habían antepuesto odios y rivalidade­s para coincidir en la unidad de la Nación, lo que preocupa a Mitre -y así llamó a su diario- independie­ntemente de donde lo ubicaran los conflictos circunstan­ciales.

Mitre había señalado que la separación de Buenos Aires era transitori­a y que no debía tener el libre uso de la soberanía exterior, porque ello era propio del gobierno general. Al concluir su mandato, pudo decir: “Aquel caos y aquella disolución política de que hablaba en el Congreso de 1862, cuando los pueblos me confiaron su reorganiza­ción, es hoy la nación argentina reunida y mantenida por primera vez en toda su integridad bajo el imperio de una sola ley”. Hoy nuestra República espera con ansias el gesto superior de este gobierno para cerrar las heridas del pasado y enfrentar con grandeza el destino que la generación del 80 nos señalara.

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