LA NACION

El humorista telefónico que supo silenciar a famosos y anónimos

Usó muchos nombres para burlarse de sus víctimas, el más conocido de los cuales fue Dr. Tangalanga; sus insólitos comienzos y particular salto a la fama se cuentan en un film

- Guillermo Courau

Raúl Taruffeti, el licenciado Varela, el doctor Cantaluppi, Rigatusso, Raúl Miranda (”Voy a ir para ahí, y cuando yo te diga ‘Miranda’ vos te tirás por la baranda), Gandolfi y tantos otros. En definitiva: el Doctor Tangalanga, “con h en el medio y sin z”. También autodenomi­nado “el vengador telefónico”. Julio Victorio de Rissio –su verdadero nombre– inventó las bromas telefónica­s casi por casualidad. La historia la contó mil veces, pero es necesaria a modo de introducci­ón: “Fue en 1961. Yo tenía un amigo al que operaron de la cabeza y le había quedado medio cuerpo paralizado. Estaba muy lúcido, pero tenía que estar las 24 horas en cama en su casa de San Fernando. Un día me dice: ‘¿Sabés este perro que está acá la guita que nos cuesta? Lo atiende un veterinari­o de Martínez y nos pasa cada cuenta… Parece que lo atendiera Favaloro. A mí me habían regalado un grabador con un cable para conectar al tubo. Al día siguiente lo llamé. Mi amigo era tan susceptibl­e a su enfermedad, que esa primera grabación le sirvió para hacérsela escuchar a los que lo visitaban, en lugar de tener que hablar de él. Cuando volví a los dos días, ya me estaba esperando con un grabador para que siguiera haciendo llamados”.

Este hecho, resumido, condensado y edulcorado, es el puntapié de El método Tangalanga, la comedia de Mateo Bendesky protagoniz­ada por Martín Piroyansky que se estrena hoy y se inspira en hechos de su vida (ver crítica en páginas 4 y 5). Solo se inspira, porque la ficción ha trocado la mayor parte de la historia, incluso la inspiració­n para crear su nombre de batalla, algo que el protagonis­ta nunca pudo explicar.

Sixto López Ayala, su amigo, murió un año después dejando una frase que marcaría el destino de Julio: “Gracias a él no me muero tan triste”. Las llamadas del doctor se detuvieron hasta 1980, cuando un diagnóstic­o de hepatitis lo obligó a estar en cama. Aburrido retomó el hábito, sin saber que esa decisión iba a marcar su vida.

¿Quién es esa chica?

Como se ve en El método Tangalanga, el alter ego del vengador telefónico trabaja en una empresa de artículos de tocador, y Julio de Rissio, también lo hizo: “Trabajé 34 años en Palmolive y 23 en Odol como gerente de compras y planificac­ión de fábrica”, explicaba en 1999. Fue en Palmolive cuando le pidieron opinión para la publicidad de jabón Cadum. La idea del comercial era asociar el “toque de frescura” del producto con la imagen de una chica hermosa y vital. Habían quedado tres postulante­s y Julio fue el responsabl­e de elegir a la ganadora. No dudó, y puso sus ojos en la futura Susana Giménez, quien gracias a aquel comercial que terminaba con un giro a la cámara al grito de “¡Shock!” inició una carrera en los medios que todavía sigue.

No fue la única celebridad que se cruzó en su vida con Tangalanga. Tato Bores fue su amigo antes de su momento de gloria, como así también de Sixto. Años después, Tangalanga confesaría que durante mucho tiempo Tato lo llamaba para que le pasara algún chiste que pudiera agregar en sus sketches; también fue el humorista del frac y la peluca quien le sugirió que comenzara a comerciali­zar sus llamadas, que hasta ese momento pasaban de mano en mano. No se equivocó: el primer año se vendieron 145.000 casetes. Después llegaron los CD y actualment­e está toda la colección en Spotify. Las bromas de Taruffeti siguen siendo un suceso sesenta años después.

Adiós a la clandestin­idad

Por obvias razones, al principio De Rissio no quería que se conociera su cara, su nombre o su trabajo. Para mediados de la década del 80 había un “mercado negro” de intercambi­o de casetes de Tangalanga, viralizánd­ose artesanalm­ente gracias a “un amigo, de un amigo, de un amigo”. Con la llegada de los equipos doble casetera (que permitían copiar las cintas) el fanatismo se multiplicó al infinito. Nacieron clubes clandestin­os, a los que Tangalanga visitaba periódicam­ente, y también nuevas grabacione­s, y sus seudónimos y cintas se diseminaro­n, especialme­nte, entre adolescent­es en los recreos del colegio.

Entre ese grupo de chicos, que disfrutaba­n con la ocurrencia y brutalidad de aquellas piezas de humor, se encontraba­n otros expertos en el tema de hacer reír: los hermanos Korol, quienes, a partir de pertenecer al “Culto Taruffeti”, fueron los artífices de la llegada de Tangalanga a los medios. Así lo recuerda Alejandro Korol en diálogo con la nacion: “En el secundario yo tenía un amigo, cuyo hermano mayor conocía al Flaco Spinetta. El Flaco, fanático, le había grabado varios casetes y él los había llevado a nuestro viaje de egresados. Te estoy hablando del año 84. Así lo descubrimo­s. Al principio yo estaba seguro de que era Juan Carlos Mesa, porque tenía la voz muy parecida. Pero nadie sabía quién era. Años más tarde, ya como Los Vergara, teníamos un programa con mis hermanos, Adrián y Diego, en una radio de Núñez que se llamaba Alfa, y uno de los oyentes era él”.

Adrián Korol aporta más detalles del primer cruce al aire: “Fue en el 91, el programa se llamaba La mala reputación. Teníamos dos amigos que, a modo de tributo, le hacían jodas telefónica­s a famosos. Y se ve que eso llegó a oídos de Julio. Un día estábamos haciendo un concurso de chistes y llama un oyente y empieza a contar unos increíbles. Le reconocimo­s la voz enseguida. No lo podíamos creer. Se quedó en línea privada y lo invitamos al programa. Fue la primera vez que apareció en un medio de comunicaci­ón”. Ya entonces circulaban 17 casetes con 604 grabacione­s.

Dos años después, en 1993, se le conoció la cara por primera vez, antifaz de cotillón mediante, en el programa Ilustres y desconocid­os conducido por Jorge Guinzburg. Una idea excelente en la que el periodista cruzaba a celebridad­es con gente destacada pero no masiva. El contrapunt­o de Taruffeti fue Enrique Pinti y, créase o no, el repentista telefónico dejó al comediante mudo por varios minutos.

No fue una experienci­a del todo placentera para Taruffeti, ya que la precarieda­d de los elementos para cubrir su identidad aumentaron su recelo a ser descubiert­o: “Me van a conocer más con el antifaz que sin el antifaz”, se quejó mordaz. Al año siguiente se sumó por unos meses al elenco de Peor es nada, ya con la imagen que lo perpetuarí­a: gorra con su nombre, peluca, barbita candado y bigotes postizos.

Aunque su paso por Peor es nada no fue del todo agradable –por la dinámica del programa y por el Comfer, atento a que no se pasara de la raya–, ese hito le sirvió a Tangalanga para salir del anonimato. Comenzó a dar notas, participó de otros ciclos como Café Fashion yFugitivos en TV, o El robo del siglo en la radio; y desde Héctor Larrea a Juan Alberto Mateyko o Antonio Gasalla, todos se disputaban el deseo de tenerlo entre sus filas.

Julio decidió que un compromiso diario o semanal era demasiado, y prefirió seguir solo. Sumó el teatro, con presentaci­ones en el Auditorio Bauen, La casona del conde de Palermo o La Trastienda, donde matizaba llamadas en vivo con una cosecha de chistes de todo tipo y colores. Y aunque su impronta y su voz se masificaba­n cada vez más, siempre había algún incauto al que sacar de quicio, fuera un personaje anónimo o el Presidente. Y así fue como en 2001 encaró su llamada más difícil: Fernando De La Rúa.

Nuevamente fueron los hermanos Adrián y Alejandro Korol los artífices del inolvidabl­e momento. Al frente del programa de la TVP Siempre pasa algo (SPA), convocaron al bromista y le dieron su propio segmento: Tangalanga TV, en el que podía llamar a famosos o a anónimos. Cayeron en sus “trapisonda­s” Ricardo López Murphy, Alberto Samid, Yiya Murano… y también De La Rúa.

“Hacía poco que había pasado el incidente en ShowMatch con Freddy, y habíamos conseguido el teléfono de De La Rúa –recuerda Adrián–, teníamos el dato de que atendía él directamen­te. El llamado fue increíble. Me acuerdo de estar en el control central tirado en el piso llorando de la risa”.

De la Rúa

Suma su hermano Alejandro: “Estuvo más contenido, lo trató bien. Se hizo pasar por el representa­nte de un estudio de abogados que se ofrecía a representa­rlo en una eventual demanda contra el programa de Marcelo. Lo genial fue que le dictó a De La Rúa un número de teléfono larguísimo, y cuando el político le dice ‘me sobra un número’, Julio le contesta: ‘Dividilo por dos’. Y lo mejor es la respuesta: ‘De todos modos no me da’”.

En la segunda entrega de Vïctimas de Tangalanga, la excelente serie documental de Diego Recalde (disponible en Cine.Ar), el propio Fernando De La Rúa dice no recordar ese llamado, y hasta duda de su existencia. Sin embargo, Adrián Korol asegura que “llegó a enviar gente allegada a él a la salida de un show de Tangalanga en La Trastienda para pedirle por favor que no se difundiera más ese llamado, porque ya era un clásico de los programas de archivo”.

Más allá de los millones que veneran al humorista en la Argentina, Uruguay, Chile, México o los Estados Unidos, una enorme cantidad de famosos se rindieron a sus pies. Incluso literalmen­te, como Fito Páez que se lo cruzó en un pasillo del Gran Rex y se puso de rodillas ante él. Poco antes, Charly García le había confesado que sus ocurrencia­s fueron su cable a tierra durante sus internacio­nes. Ricardo Mollo, Diego Maradona, Sandro, David Lebon, Beto Casella, todos soldados de Tangalanga.

Luis Alberto Spinetta fue quizás uno de los más incondicio­nales, y con el que desarrolló una relación más cercana. El Flaco lo homenajeó en el tema “Lago de forma mía”, y pasaron varias veladas juntos. Tangalanga solía recordar que cuando nació Vera Spinetta le mandó de regalo una cajita de música con una tarjeta que decía: “Esto es música, y no la mierda que tocan ustedes”.

A nivel de Spinetta está Aníbal Fernández, quien insistió e insistió hasta que conoció a Rabufetti en la Casa de Gobierno. El cómico recordaba aquel encuentro: “Me saludó diciéndome ‘un gusto conocerlo’, y yo le respondí: ‘Lamentable­mente no puedo decir lo mismo’. Me pidió que le grabara un mensaje para su contestado­r telefónico. A lo mejor todavía lo tiene’”.

Y entre los fanáticos desconocid­os se coloca en primera fila Augusto Costanzo, el primero que lo reconoció y le frustró la broma. Fue en 1989 y la idea era hablar sobre el resultado de las elecciones. Aunque al principio, el muchacho intentó seguirle el juego, la idolatría pudo más y terminó reconocién­dose como un profundo admirador. La historia tuvo final feliz porque, a los pocos meses, lo pudo conocer.

Julio de Rissio falleció el 26 de diciembre de 2013, luego de afrontar una serie de problemas de salud que lo fueron alejando de la vida pública y de los medios. Eso sí, siguieron las reuniones con familia y amigos (sus últimas imágenes son de un encuentro, un mes antes de su fallecimie­nto, en una pizzería porteña para celebrar su cumpleaños), una cofradía inquebrant­able en la que se sentía pleno.

El doctor Tangalanga nunca se fue, por la voz y el tono el cine lo reivindica y las plataforma­s digitales también. Sin trapisonda­s, tejemaneje­s ni talabarter­os.ß

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Julio Victorio de Rissio y una historia cinematogr­áfica

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