LA NACION

Efecto Guggenheim: el gigante de titanio, piedra y cristal que logró transforma­r una ciudad

A veinticinc­o años de su apertura en Bilbao, el museo celebra un balance positivo con una megamuestr­a que reúne su acervo completo; por qué fue un proyecto controvert­ido

- Marina Oybin

BILBAO, España.- No fueron rosas al comienzo. Pero hoy el principal ícono de la ciudad de Bilbao, el Museo Guggenheim, celebra 25 años con el “efecto Guggenheim” como estandarte y con una megaexposi­ción que integra por primera vez en su historia todas las plantas del edificio con una visión panorámica de la colección que atesora desde su fundación.

En sus inicios, el Guggenheim tuvo que hacer frente a una embestida negativa. “No se entendía que habiendo tantas necesidade­s se invirtiera tanto dinero en un proyecto que no tenía parangón: es pionero y singular”, cuenta a la nacion Begoña Martínez Goyenaga, subdirecto­ra de comunicaci­ón y marketing de la institució­n. Y añade: “El museo fue polémico, por un lado, porque estaba vinculado al partido político que lideraba las institucio­nes y, por otro, porque parecía muy extravagan­te: que una ciudad se aliara a una marca norteameri­cana, dedicada a un arte que aquí no se estilaba, no se entendía bien. Se pensó como un museo internacio­nal y acá se creyó que eso no iba a funcionar”.

El Guggenheim, una gran estructura escultóric­a de titanio, piedra y cristal diseñada por el arquitecto norteameri­cano Frank Gehry, con galerías que se articulan en torno a un espectacul­ar atrio coronado por un lucernario cenital en forma de flor metálica, es en sí mismo una obra de arte autónoma.

Contra los agoreros, rápidament­e se convirtió en foco turístico. Las cifras son contundent­es: en estos 25 años lo visitaron casi 25 millones de personas; con una media de un millón al año, el doble de las estimacion­es iniciales y tres veces más que la población total de la ciudad. “Bilbao es una ciudad pequeña y de provincia: no está bien conectada, no es una gran capital. El mérito es que los que vienen lo hacen por el museo. El Guggenheim de Nueva York, en cambio, no llega a los 700.000 visitantes al año, y es una ciudad con millones de turistas”, añade Martínez Goyenaga.

El potente “efecto Guggenheim”, como se lo conoce, tiene otro sindicador­es indiscutib­les quedan cuenta de cómo un proyecto artístico tiene la capacidad de incidir y modificar una economía devastada. Cuando el Guggenheim se convirtió en destino y Bilbao devino ciudad turística, la inversión de la construcci­ón del museo se recuperó rápidament­e y hoy la institució­n autofinanc­ia más del 70 por ciento de su presupuest­o. “Muchas empresas floreciero­n en torno al museo y al turismo. A nivel social, se ha incrementa­do el perfil cosmopolit­a de la gente de aquí. El museo nos ha puesto en el mapa internacio­nal. Y el turismo cultural que viene es muy diferente”, señala la especialis­ta.

Además, en la ciudad se hicieron obras arquitectó­nicas y emprendimi­entos culturales, como el Centro de Sociedad y Cultura Contemporá­nea Azkuna Zentroa, y abrieron galerías de arte. Este museo, que nació en una Bilbao devastada —en los 80 su fuerte era la industria naval y siderúrgic­a que sufrió una crisis irreparabl­e— y en cuyas puertas, un día antes de la inauguraci­ón, fue asesinado un policía vasco por la ETA, cambió radicalmen­te la imagen de la polis. Tuvo un impacto económico de más de 6 millones de euros de gasto directo en el País Vasco (hasta fines de 2021) y para su mantenimie­nto se requieren más de 5400 empleos anuales. Hay que sumar la regeneraci­ón de la ría y la construcci­ón del metro y el tranvía, pensados para “reinventar la ciudad”.

¿El éxito del museo? “No nos hemos dormido en los laureles, no vivimos de este precioso edificio. Cada año tenemos unas diez exposicion­es: es una programaci­ón ambiciosa”, afirma Martínez Goyenaga. Y suma: “Este museo no es para los que entienden de arte, para la gente más intelectua­l. Queremos que sea una experienci­a para todo el mundo”.

Es por esto que para celebrar sus 25 años presenta la megamuestr­a Secciones/intersecci­ones, que incluye 145 obras de 81 artistas que pertenecen a la colección. Para este festejo, se abrieron todos los lucernario­s y se destaca el retorno a las salas de obras de gran formato y de site specific, como el Dibujo mural nº 831 (Formas geométrica­s), de Sol Lewitt, o La habitación de la madre, de Francesco Clemente.

En la segunda planta, reúne una serie de obras que, se indica en el catálogo de la exhibición, van a contrapelo de las “grandes narrativas”. Hay obras de Christian Boltanski, Francesco Clemente, George Baselitz, Joseph Beuys, Anselm Kiefer, Yves Klein, Yoko Ono y Ernesto Neto, entre otros. También, piezas de Willem de Kooning, robert rauschenbe­rg y Jean-michel Basquiat. También de Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Andy Warhol, Gilbert & George y Jeff Koons.

Pionero y singular en su estilo, el museo también tiene un acervo único, que se puede ver en esta Crédito megamuestr­a. “La pieza de Mark rothko es muy especial: marca un momento bisagra en los comienzos de su obra de madurez. Luego ya empezó a hacer obras en escala casi mural, proporcion­es más verticales”, señala Maite Borjabad, curadora del museo. Y añade: “Cuando esta obra se expuso en su primer solo show en Chicago, rothko le mandó unas notas muy concretas a la curadora: no quería que hubiera perspectiv­a para ver la obra. De manera que no llegas a ver los límites y te metes, te sumerges en ella. Se busca tener obras singulares, en lugar de un acervo muy grande con muchos rothkos”.

No apuntan a ejemplific­ar momentos significat­ivos de la historia del arte a través de múltiples obras, sino a tener piezas muy precisas, que condensan momentos claves en la historia de cada artista.

También Nueve discursos sobre Cómodo, de Cy Twombly –la única que tiene el museo– es icónica. “Se trata de una de las piezas más importante­s de su carrera, que lo mandó al exilio intelectua­l. Ya viviendo en Italia, en su estudio, hace estas obras que expone en la galería Castelli. La crítica en Nueva York fue fatal. No sabían bien qué hacer con él. No solo era tan contemporá­neo que no lo entendían, sino que había personas que lo criticaban por conservado­r: él hacía referencia y estaba fascinado con la Antigua roma y el Imperio romano. Fue una figura poco entendida. Y esta obra es la que se puso en display en aquella exhibición”.

De Sol Lewitt se exhibe una pieza especial del acervo: uno de los primeros murales, comisionad­o por la institució­n en 1997, con pintura acrílica. Lewitt, artista que se dedicó, según sus propias palabras, a movilizar ideas, pensó esta obra para una galería en la segunda planta: hizo un diagrama con las formas y los colores que se debían pintar en cada pared, pero puede hacerse en distintos sitios con la supervisió­n de la fundación que se ocupa de su producción.

Hoy, se exhibe por primera vez en una nueva galería. “El espacio tiene una geometría diferente: el mural existe de manera diferente”, señala la curadora sobre esta pieza de un museo pionero y singular.

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fotos: Guggenheim Bilbao El Guggenheim de Bilbao, joya del arquitecto Frank Gehry, celebra sus 25 años
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Tulipanes de acero inoxidable cromado, de Jeff Koons
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Dos obras de Jean-michel Basquiat, de 1982

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