LA NACION

Ojo por ojo

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La ley islámica que rige para los musulmanes de todo el mundo, divididos en más de 70 corrientes diferentes, luce muchas veces detenida en el tiempo. En reiteradas ocasiones nos hemos ocupado de sus graves efectos sobre mujeres condenadas a vivir como hace siglos, a la sombra de un hombre, bajo estrictos códigos de vestimenta, sin poder circular solas, mucho menos estudiar, entre tantas limitacion­es que les imponen regímenes teocrático­s de países como Irán o Afganistán.

El Código de Hammurabi estableció la primera ley del talión de la que se tenga registro, en Babilonia por el siglo XVIII a. C. “Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; la misma clase de defecto que le cause al hombre, eso es lo que se le debe causar a él”, reza este severo enunciado de la ley mosaica recogido por el libro bíblico del Levítico. Fue el Mesías quien la corrigió planteando que al que te dé una bofetada en una mejilla debes ofrecerle también la otra.

La sharia, como se conoce a la ley islámica, de plena vigencia para los talibanes extremos de Afganistán, castiga el adulterio, las acusacione­s falsas, el consumo de alcohol, el robo, la apostasía y la rebelión. Y consagra aún hoy aquel “ojo por ojo”, conocido como la qisas, una interpreta­ción por demás extrema que incluye los castigos físicos, lapidacion­es, latigazos, amputacion­es y la pena de muerte. Cuando el referido régimen, aliado de Al-qaeda, cayó derrocado en 2001 tras gobernar desde 1996, se invirtiero­n millonaria­s sumas para instaurar un nuevo sistema judicial que aunara el derecho islámico con el secular, atemperand­o los excesos e incorporan­do, incluso, a mujeres en los tribunales de familia.

El regreso del fundamenta­lismo talibán al poder de Afganistán, tras la retirada aliada, echó por tierra lo conseguido en este terreno. Una docena de condenados con sentencias de muerte aguardan ejecución; en diciembre último, en la ciudad de Farah, se produjo la primera de esta era. Recienteme­nte se conoció el caso de un hombre de 75 años que mató a un familiar debido a rumores de que había mantenido relaciones sexuales con su nuera. Suplicando clemencia, aguarda sentencia y podría ser ejecutado públicamen­te a manos de un familiar de la víctima, aun cuando tendría testigos de que las familias ya hicieron las paces.

En la propia comunidad islámica se alzan voces que critican la distorsión que aseguran que muchas personas hacen de las enseñanzas religiosas del islam. Las consideran una amenaza no solo para Occidente, sino para el propio islam. El imán Marwan Sarwar Gill, presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadía en la Argentina, afirma que la ley islámica no es la culpable de todos los males y que la solución no consiste en modificarl­a en concordanc­ia con nuestros valores occidental­es y modernos. La heterogene­idad del mundo musulmán no ha de definir a la sharia por su aplicación en un país o por la interpreta­ción de un grupo en particular, sino por sus fuentes originales. Estado y religión corren separados según las enseñanzas del profeta Muhammad, señala.

Lamentable­mente, el extremismo fundamenta­lista se da de bruces con los postulados que los moderados defienden. La comunidad internacio­nal tiene que seguir bregando por el respeto a las libertades y a la dignidad de las personas sin que un credo o una ideología determinad­a pretendan someterlas.

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